Un mirón en el autobús, en el bus voyeur, eso era yo. Y ella, una mamá que quería que la mirase su entrepierna. Se quería mojar, me quería excitar, y vaya si lo consiguió.
Hace unos días me monté en uno de los autobuses que conducen al centro de mi ciudad. Al ser domingo no iba muy lleno y quedaban algunos asientos vacíos, por lo que me pude sentar en la parte trasera del bus donde hay cuatro asientos, dos frente a otros dos separados por escasos centímetros. Los cuatro estaban sin ocupar, así que me senté en uno de los que daban a la ventanilla.
Un trayecto lo justo para el erotismo bus voyeur
El trayecto hacia el centro duraría unos 15 o 20 minutos, de modo que me puse cómodo. En la siguiente parada se subieron algunos pasajeros más, entre ellos dos mujeres. Iban muy arregladas y con aspecto de ir o de venir de alguna boda. Mientras recorrían el pasillo del bus, una de ellas dijo:
– Allí al final hay varios asientos vacíos.
Sin demora, se fueron aproximando hasta donde yo estaba y me fijé bien en ellas. Una era una mujer de unos 45 años con un elegante peinado de peluquería. Era morena y llevaba un vestido de fiesta azul eléctrico, ceñido a su bonito cuerpo, con escote palabra de honor y que por la parte baja le llegaba hasta la mitad de los muslos. La mujer calzaba además unos zapatos negros de tacón. La otra mujer era bastante más joven, de unos 20 o 22 años. Era de pelo castaño ondulado y lucía una blusa blanca muy fina bajo la que se le transparentaba el sujetador también blanco y una minifalda negra, ajustada a su cuerpo y que ni siquiera le llegaba a medio muslo. Calzaba unos zapatos con cuña, abiertos por la parte de los dedos y que dejaban ver las uñas de éstos pintadas de rojo pasión.
Dos mujeres y un destino del miron de autobus
Ambas se sentaron en los asientos frente a los míos. La chica joven, cauta, precavida, cruzó inmediatamente las piernas para no enseñar más de la cuenta. Era gordita la joven, pero dejaba entrever unas buenas tetas, lo cual hizo que yo comenzara a calentarme, en ese bus voyeur, para todo un mirón empalmado. Pero no consiguió ocultarse a mi mirada descarnizada: pese a estar con las piernas cruzadas, lo corto de su minifalda hacía que se le vieran unas braguitas rojas. Estuve unos segundos mirando con disimulo la entrepierna de la chica y deleitándome viéndole las bragas. Después miré a la mujer madura en el bus voyeur : ésta ni siquiera se había preocupado por cruzar las piernas. Estaba sentada con las piernas ligeramente abiertas y con la postura de estar sentada el vestido se le había subido un poco más. Lancé una mirada a su entrepierna y fue una delicia ver sin obstáculo alguno las braguitas blancas de la mujer. El tono blanco reluciente de la prenda me hizo pensar que las estaba incluso estrenando.
– Voy a aprovechar para ponerme una tirita en el pie porque los zapatos me están molestando ya y eso que los llevo puestos desde hace un rato. No quiero estar dolorida durante toda la boda- le dijo a la joven.
Con sus palabras confirmó que se dirigían a una boda. Buscó en su bolso, encontró la caja con las tiritas, se descalzó el pie derecho y empezó a ponerse la tirita en el pie. Mientras se afanaba en ponérsela, separó más todavía las piernas y la visión de las bragas que me estaba ofreciendo en ese momento era increíble: totalmente abierta de piernas y con la ayuda de la claridad que entraba por la ventanilla del vehículo pude apreciar hasta el más mínimo detalle de la prenda. Era semitransparente y esa transparencia me permitió verle hasta los vellos púbicos a la mujer. Mi pene reaccionó de inmediato y comenzó a ponerse duro bajo el pantalón. Aprovechaba la ocasión y miraba con descaro la entrepierna de la madura, sin importarme que se diera cuenta.
La hija advertía a la madre de su raja al aire
La mujer se desprendió después del otro zapato e intentaba ponerse otra tirita en el otro pie. Yo seguía disfrutando de lo que veía bajo la falda de la madura, hasta que la otra chica se dio cuenta de lo que sucedía:
– Mamá, ten cuidado que estás enseñando las bragas- le avisó. Supe entonces que eran madre e hija y la muy inocente de la hija no sabía que ella misma las estaba enseñando también, aunque de forma más discreta, pese a que tuviese cruzada las piernas.
– ¡Y qué quieres que haga! ¡Tendré que ponerme las dichosas tiritas, ¿no?- le replicó la madre.
Seguía mirándole las bragas a la mujer y me di cuenta de que tenía una pequeña manchita de humedad en la zona vaginal. ¿Era sudor? ¿Sería flujo? Veía ahora como se le marcaban incluso los labios vaginales a la madura y mi excitación era ya casi incontrolable. Sentía mi polla hinchada y estaba a punto de correrme sin haberme tocado siquiera. Todavía pude contemplar unos instantes más con total claridad la ropa íntima de la mujer antes de que se volviera a calzar los zapatos y adoptara una postura algo más recatada en el asiento, pero sin cruzar nunca las piernas.
Braguitas mojadas para picha empalmada en bus voyeur
El trayecto estaba llegando a su fin y ya le había visto suficientemente las braguitas blancas a la mujer. Ahora esperaba que su descruzara las piernas para ponerse en pie y así poder verle mejor a ella también las braguitas rojas. En efecto, en cuanto el autobús llegó a la última parada, la madre se levantó la primera y después la hija descruzó fugazmente las piernas, pero dándome el margen suficiente como para poder contemplar al completo la parte delantera de su prenda íntima. Era increíble, toda una madura bien puesta, enseñándome su coño o lo que parece ser su coño. Ella estaba mojada, la hija abrumada, si por mí hubiera sido, me las hubiera llevado y a la madre follado a lo bestia. La hija seguro que irremediablemente caliente al ver la escena, hubiera tenido que tocarse su coño inocente, que seguro alguna polla ya se habrá llevado. Así funciono yo. Con una madre y una hija calientes ambas.
Me bajé del autobús y llevaba tal calentón que entré en el servicio del primer bar que encontré, cerré la puerta, me bajé los pantalones y el slip mojado de líquido preseminal y comencé a masturbarme pensando en aquellas dos hermosas mujeres, en sus piernas y, sobre todo, en las braguitas tan sexys que llevaban puestas. No tardaron en salir disparados de mi polla varios chorros de blanco y caliente semen, que llenaron la pared, el suelo y el retrete de aquel sucio servicio del bar. Mi polla quedó saciada, mi mente, más pervertida.
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