Maria Camila, madura mexicana en Bucerias

Su nombre compuesto lo dice todo, aunque para algunos no diga nada. Para mí fue lo máximo en mujer que pude conocer. Mi viaje a las Américas, en concreto a tierras mexicanas, hicieron de mí, el hombre que soy hoy, y el niño que dejé de ser ayer. Me fui en busca de aventura y me encontré a una mujer como ninguna: simpática, agradable, amigable, humilde y con ese cuerpo de ama de casa apetecible a cualquier hora.

Había llegado solo a México con la idea de recorrerme todo el país y conocerlo a fondo. A fondo conocí otra cosa y el país, bueno, lo que se dice en profundidad tampoco fue eso; pero sí recorrí unas cuantas ciudades. Siempre me atrajo la idea de visitar esas zonas que veía en el mapa y que seguro el descubridor Colón las vistió con la punta del nabo, pero ni yo era Colón ni Mérida ni Jalisco eran las tierras mexicanas que por primera vez visitó. El primer lugar al que llegó desde, primero el Puerto de Palos (Palos de la Frontera, Huelva, España), y luego las Canarias, el primer lugar de América fue la isla de Guanahani, en un complejo de las Bahamas, digamos cerca de Cuba y cerca de Miami. Pero yo no soy Colón.

Madura mexicana chingona en la barra del bar del hotel

Conocí en Puerto Vallarta a una mexicana de armas tomar, Maria Camila. La conocí en el complejo turístico en el que hospedaba en Bucerías en Bahía de Banderas en el estado de Nayarit, qué preciosas playas y qué bonita ella.
-Así que está de vacaciones, y…¿solo?.

Escuché unas palabras que venían desde atrás, me estaba tomando un café con leche, bien cargado de café con unas magdalenas en la barra del bar junto a la piscina, pero refugiado del exterior. Era una mujer morena o castaña, agradable de cara, de unos cuarenta años, no el prototipo de modelo, pero casera como las madalenas que estaba mojando en café.

-En efecto, más solo que este café, bueno, este café no es solo, es con leche, rectifico, más solo que yo mismo.
-Uhmmm, un hombre tan guapo, y tan joven, solo en estas playas tan bonitas, en Bucerías, y dígame, si puedo preguntar, ¿qué hace por aquí, no tiene pinta de mexicano?
-¿Qué pasa, que tengo que llevar gorro, y unas maracas y una guitarra al estilo Desperado?-le dije con un tono más que irónico y sarcástico.
-Uhmmm, qué guason, qué chingón y buena honda me das.
-Ah sí? y eso por qué?- le pregunté curioso.
-No sé, algo me dice que vamos a ser muy buenos amigos, usted y yo.
-Llámame de tú, no soy tan mayor, ¿cuántos años crees que tengo?- le pregunté a ver si lo adivinaba. Estuvo mirando al techo del bar durante unos tres segundos, pensativa, con su suave dedo índice en su labio inferior, de la boca.
-Cuarenta y dos.
-Muy bien, has acertado en un número, el dos. Tengo 32, lo que pasa es que estoy algo envejecido, pero por dentro estoy casi nuevo.
-Casi nuevo, eso me gusta, aunque un coche esté mal por fuera, lo que me gusta es que tenga un buen motor y un buen freno de mano- dijo ella sentándose junto a mí en la barra del bar, en un taburete contiguo.

Maria Camila fue lo mejor que me ocurrió en México

-Veo que te gusta el cachondeo- le dije sin más miramiento.
-Aquí no decimos cachondeo mi güey, aquí decimos cantinflear, y tú veo que más bien has venido a echar la hueva.
-Bueno la hueva, serán lo huevos.
-No, quiero decir que no haces nada, has venido de ocio, para disfrutar, sin pegar golpe, son expresiones de aquí, ¿eres español verdad?
-Sí, ¿se me nota mucho?
-Claro que sí güey, desde que te vi lo supe, te he estado observando hacía rato desde mi butaca en el hall del salón, te vi de lejos, y aquí estoy. Yo estoy sola.
-Sola? ¿Una mujer tan bonita?
-Sí, me he venido solamente tres días a despejarme, yo soy de Guadalajara, y tuve una discusión con mi esposo y le dije me voy. Y mira, al primer lugar que he agarrado, aquí me he venido y cuando pasen estos días igual me voy a otro hotel, ya veré.
-Qué bonita eres- le dije entre apenado por lo que me contaba y lo bonita que la veía en realidad. Ya había apurado mis magdalenas y estaba dando el penúltimo sorbo, al café que mejor me supo desde que llegué a México.
-¿Te parezco bonita?-me dijo ella con cara sincera, como si no se lo creyera.
-Claro que sí.
-Gracias- me dijo mirando para el suelo, como si hubiera pasado por muy malos momentos, y ése fuera un instante de confort y bienestar.

Le pasé la mano por la mejilla, estaba llorando, no sabía qué le pasaba, pero algo le ocurría. Limpié esta lágrima con mi anular, pero le sobrevino otra, y comenzó a llorar en silencio. Sentados en la barra del bar del hotel, mirando la piscina de fondo tras la cristalera amplia y limpia, ambos estuvimos en silencio y complicidad encontrada, sin preguntar lo que en realidad pasaba. Y todavía no me había dicho ni su nombre. Se agradecen comentarios y seguirá si alguien quiere.

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