El sexo está sobrevalorado y el amor de hoy, falsificado

Cuánto tiempo enseñando a estudiar, a educar a mis alumnos universitarios, es más difícil educar que dirigir, «educere», acompañar y sacar de dentro lo que llevan oculto, y no me refiero a sus pollas o coños. Alumno, iluminarlos, alimentarlos, perdidos e inocentes y, ¿para qué?, no he podido lograr ni transmitir una idea, y eso que me he pasado más de 30 años en la universidad dando clases de literatura comparada. La comparación de nabos es lo que han hecho mis alumnas.
Sí, parecerá una ordinariez, viniendo de toda una maestra de universitarios, pero es la realidad. No han aprendido nada. A comparar cipotes y comerse el más grande, no sea que se atraganten. Yo he estado toda la vida, entre libros y textos, entre metáfora y sinécdoques, el tercer brazo de mi alumno, esa es una sinécdoque ejemplar. Una fusión de ambigüedad en las palabras, que no lo entiende ni el que lo inventó. Y si quiero designar el trípode que mi alumno lleva entre las piernas, esta vez, es una metáfora. Y riman rimando, por el tercer párrafo voy entrando.

Reflexiones de profesora jubilada de Literatura Comparada

Bien, como les decía, tantos años para nada. Quiero recordar ahora, me viene a la memoria, dos alumnas, ya creciditas que tuve, Irene y Raquel, menudas piezas, leí su relato erotico e hicieron de todo menos estudiar. No aprendieron nada, eso sí, a liarse con los alumnos, y a chupetear alguna que otra tranca. Eran hermosas, grandilocuentes y rimbombantes, lo cuentes o no lo cuentes. Yo por aquel entonces, una profesora novata, a veces me intimidaba el descaro, insolencia y frescura de ciertas alumnas.
Ellas dos eran de las más frescas. Algo así, como dos lechugas bien verdes y bien mojadas en un campo de La Mancha.
Yo por aquel entonces, y perdónenme que me ruborizo un poco al decirlo, pero bueno…. tendría unos cuarenta y algo años, ahora ya he entrado en edad senil y madura, pero en aquella época mis hormonas sexuales, los estrógenos en concreto me iban a mil por hora, era la hormiga atómica con cien anfetaminas encima, superraton después del desayuno . Y claro, las chicas aquellas, que si bien eran mis alumnas, tanto descaro provocaban en mí cierto amparo, calor y candor. Y, no digo que no hubiera tenido más cercanía con las dos, si ellas me hubieran hecho una propuesta indecente. Eran tan ingenuas y atrevidas, ambas.

Bueno, lo cierto es que ellas ni estudiaban ni nada, iban detrás de los chicos, no sé qué habrá sido de Irene y Raquel, me gustaría algún día encontrármelas, a ver qué me dicen. No sé adónde habrán llegado.
Yo ya soy mayor, y ahora, si tengo que ponerme desnuda ante una enciclopedia, pues me pongo. ¿Por qué no?. He pasado mucho tiempo encerrada en mi misma, en un mundo imaginario y no real, y yo creo, que aún no estoy tan mal.
Desde que me jubilé, y dejé la universidad, ahora estoy liberada. Como ese canario que le abres la jaula, y sale despavorido, libre pero sin control, chocándose con lo primero que pilla. He quedado con hombres, de todas las edades, las páginas de citas, las webs que me dan la oportunidad para sexo y buscar pareja, Tinder, Meetic, Be2, Cdate, Badoo, me dan la vidilla que necesito.
Me acuerdo, y no me quiero extender, y me sale una tímida sonrisa de profesora recatada, con gafas y a loco, de una parejita sin par, que los tuve de alumnos en el primer año de Literatura Comparada, nada comparado con las locuelas de Ire y Ra, que así se solían llamar entre ellas. Recuerdo a Lourdes, en Asignatura Suspendida,  una excelente estudiante, muy buenas notas, y a su inseparable amigo, Quique. Ay, Quique, cuántas alegrías que me dio, y por su arte me daba verlo cada mañana o cada tarde. Yo les daba clase, y le veía arriba del todo, al final de los pupitres en pendiente, en aquellos asientos impertinentes de madera, que era sentarse y levantarse nueva. Él estaba todo el rato hablando con Lourdes, ella modélica y él un niñato bigote cebolla que aún navega por mi mente, sin rumbo y a la deriva. Bigote cebolla, pero qué atractivo era. No sé que habrá sido de él, pero si lo volviera a ver, esta vez no le diría alumno, ni yo profesora, no, le hablaría como un hombre que ya debe ser. Si me estás leyendo Quique bigote cebolla, aquí van las fotos de una docente, ya jubilada, que nunca te dejó de amar. Porque el sexo está sobrevalorado y el amor de hoy día, falsificado. Menos el mío.