Ardiente Reencuentro

Luego de darle miles de vueltas al asunto, finalmente me decidí a regresar a mi ciudad natal, esta vez de visita para las Navidades. A pesar de que mis padres ya no seguían viviendo allí, mis antiguos compañeros de escuela habían organizado un reencuentro para la semana previa a Nochebuena. Aunque la perspectiva de pasarme una velada entera poniéndome al día con la vida de personas a las que no llegué a conocer tan bien no era del todo atractiva, pensé que toda la cuestión podía terminar siendo divertida si le poníamos un poco de alcohol de por medio. Además, de cara a diciembre realmente no había planeado hacer algo en específico para las festividades, y la oferta de volver a mi pueblo por un rato me cayó como anillo al dedo.

Ahora bien, lo que no me esperaba en absoluto era encontrarme con ella allí. Y por ella me refiero a Lucy, quien fue mi mejor amiga durante los mejores años de la secundaria. En ese periodo ambiguo luego de graduarnos, en el que esperamos para ingresar a la universidad, o incluso pasamos completamente de ella y nos conseguimos un trabajito de verano, Lucy cortó todo tipo de contacto conmigo luego de que le confesé que había “salido del closet” como lesbiana frente a mi familia.

Diez años después de este evento, debo admitir que aún me sorprendía haber descubierto que Lucy era homofóbica de esta manera tan brusca. No me lo hubiera imaginado yo ni en un millón de años, cuando pensaba que la conocía mejor que su propia madre, y todavía nos hablábamos hasta las 3 de la mañana por teléfono.

En su momento, esta especie de ruptura había supuesto un gran dolor para mí. Mi yo de diecisiete años quería mucho a Lucy, y haber perdido su afecto por el simple hecho de ser yo misma se había sentido como una traición de su parte. Ahora que lo analizaba con el calor de dos shots de tequila en el cuerpo, me daba cuenta de que mi sorpresa no era tanto por su presencia en la fiesta, sino por su comportamiento hacia mí. Apenas llegó al bar donde nos habíamos congregado todos, Lucy me sonrió a la distancia como si nunca hubiera dejado de hablarme, e inmediatamente se acercó hasta el rincón donde yo me encontraba cerca de la barra.

Debo admitir que al principio fue incómodo. La conversación entre mi ex amiga y yo se vio plagada de risas forzadas y cuestiones triviales al principio, pero la química que siempre existió entre Lucy y yo terminó imponiéndose sobre nuestra interacción. Al final, creo que lo que terminó inclinando la balanza a nuestro favor fue el hecho de que dejé caer mis barreras, no sé si gracias al alcohol o al darme cuenta de que esta era la misma Lucy que se había ganado mi confianza hace más de diez años. Además, pensé, con el tiempo que ha pasado, tal vez mi amiga ha tenido la oportunidad de dejar de lado alguno que otro prejuicio.

Durante el transcurso de la noche, que pintaba ser muy buena, entre Lucy y yo acordamos trasladarnos a otro bar más grande junto con otros amigos. Lo que queríamos era darle largas a la madrugada de juerga, pero en el camino les perdimos la pista y terminamos trastabillando hasta la pista de baile de un club por nuestra propia cuenta. La música era lo suficientemente alta y divina como para preocuparnos por el paradero del resto del grupo, por lo que Lucy y yo nos entregamos al ritmo que dictaba el estéreo sin mayor contemplación.

Ella misma me cogió de la mano para guiarme hasta la barra, en donde pensé que seguiríamos bebiendo, pero entre risas lo que Lucy pidió fue una botella de agua. Luego de recibir una mirada de desconcierto de parte del bartender, Lucy se carcajeó conmigo mientras yo aprovechaba para pedir algo un poquito más fuerte.

—Quería disculparme —me dijo de pronto, tomándome de la mano para trepar hasta mi oído. Lucy arrastraba las palabras con ese tono de cansancio y licor que yo conocía muy bien, por lo que supe que estábamos en medio de la hora honesta de las noches de fiesta—. Sé que prácticamente desaparecí… Cuando más lo necesitabas, ya sabes, que estuviera allí. Lo lamento. Por haberte dejado de hablar. Me dio miedo. Y algo de envidia. Tal vez lucy era como yo y le gustaba navegar todo tipo de porno como Cam Dude

Mi reacción inmediata fue fruncir el ceño. Lucy abandonó su escondite cerca de mi mejilla para mirarme con una sonrisa suave, que se tornó algo nerviosa ante el desconcierto evidente en mis facciones.
—¿Cómo envidia? ¿Y por qué miedo? —Había llegado mi turno de hablarle al oído, pero primero me bajé el shot que acababa de pedir. Honestamente, comenzaba a sentirme algo ofendida, pero lo que no me esperaba fue lo que Lucy me dijo a continuación:

—Es que tú… Sabías quién eras y lo que querías, y tuviste los cojones para decirlo. Sí te ganaste muchos líos, pero después de eso podías estar con quien quisieras sin esconderte, ¿sabes? Me dio envidia… No poder hacer lo mismo. Yo quería hacer lo mismo. Y me daba miedo… Seguir hablándote, cuando tú podías, y yo no… Me iban a dar más ganas de…
Fue entonces cuando Lucy me besó, y al principio estaba tan impresionada que se me olvidó corresponderle. En cuanto la sentí alejarse con una pizca de decepción, reaccioné a tiempo para cogerla por la nuca y atraerla hacia mí, invadiéndole el espacio tibio de su boca con la lengua. Mi amiga me respondió con entusiasmo, sujetándose a mi cintura de una manera que me calentó el cuerpo mejor que cualquier trago de tequila.

Ni en un millón de años me hubiera imaginado que el regreso a mi ciudad natal conllevaría terminar llevándome a Lucy a la cama. No era algo que me hubiera cruzado la mente hace diez años, y definitivamente no lo había pensado antes de venir, pero no era como si no estuviera disfrutando de esta sorpresa mientras la vivía. Lucy y yo nos pedimos un taxi hasta el hotel donde me estaba quedando, y durante el trayecto apenas y le prestamos atención al conductor. De seguro no éramos la primera pareja que se besuqueaba en el asiento trasero de su auto.

Una vez dentro de la habitación, Lucy me sacó la chaqueta y yo me encargué de su lindo vestido. A mí traía muy caliente esa manera suya de gemir y suspirar con cada caricia que nos dábamos, por lo que no tardé absolutamente nada en hacerme con su cintura para tenderla sobre la cama. Con la respiración agitada, arrastré las caderas de Lucy hasta el borde de las sábanas, en donde me arrodillé para abrirle las piernas.

Fue una delicia hundir el rostro en esa porción de tela de encaje que le cubría el sexo húmedo. Lucy se mordió el labio inferior, dejando escapar un grito ahogado al tiempo que se llevaba una mano a las tetas. Respiraba fuerte para mí mientras yo la masturbaba por sobre la tanga con la punta de la nariz, encantada con ese punto de humedad que solo iba creciendo en su entrepierna. La tenía casi tan caliente como la mía, y ahora el clítoris me palpitaba fuertemente casi en sintonía con el suyo.

Metí los dedos en el borde de su tanga, y me valí de este agarre para arrastrar la prenda por las largas piernas de Lucy. Después de sacársela por los tobillos, compartimos una mirada cómplice al tiempo que yo volvía a instalarme entre sus muslos abiertos. Lucy estaba deliciosamente ruborizada y su pecho subía y bajaba al ritmo de esa respiración temblorosa que las dos teníamos en ese instante. Creo que ninguna de las dos se creía demasiado lo que estaba pasando, pero lo cierto es que ni ella ni yo nos detuvimos a cuestionarlo. Yo no dude ni un instante más en hundir la lengua entre los labios de su vagina, estremeciéndome luego de probarla por primera vez, y luego quedándome allí con una insistencia que hablaba de lo hambrienta que estaba por ella.

Lucy se arqueó sobre la cama, y uno de sus pies fue a parar a mi hombro. La oí gemir y retorcerse debajo de la acción rápida de mi lengua, que no se detuvo ni un momento en esto de barrer a lamidas todo lo que ella tenía para ofrecerme. Lo dulce de sus jugos me inundó el paladar, y yo me propuse comérmela hasta que se corriera en mi boca. Con una mano acariciándole el muslo desnudo, coloqué la otra sobre su monte de Venus y comencé a darle sobre el clítoris de lado a lado con el pulgar.

Fascinada, desde mi posición presencié cómo Lucy se desesperaba a punta de gemidos, meneando las caderas al ritmo de esta tortura. Se había llevado los dedos hasta los pezones, y ahora se los masajeaba a pellizcos como para aliviarse un poco. Por como gritaba mi nombre con esa voz ahogada, parecía que el alivio no terminaba de llegar del todo. Su coño estaba ardiendo contra mis labios, pero mi querida Lucy no estalló hasta que reemplacé el pulgar sobre su clítoris con mi boca. Entonces me encargué de menear el rostro de lado a lado para darle un buen chupón, uno de los largos.

Lucy continuó temblando debajo del poder de las lamidas con las que me devoré todos los jugos resultantes de su orgasmo, y las dos compartimos una mirada larga mientras yo terminaba de comérmela. Ruborizada y estremecida, mi amiga soltó una risa temblorosa y se cubrió los ojos con la mano por un momento.

—Mierda, qué bueno fue —la oí murmurar con la voz hecha un hilo. Justo después nos encontramos a medio camino cuando nos incorporamos las dos para volver a besarnos, esta vez con una lentitud que solo hablaba de lo mucho que quería yo que Lucy se probara de mi propia lengua. De alguna manera, este beso plagado de roces de espesa saliva me calentó más que cualquier otra cosa, si era posible. Lucy se bebió mis gemidos débiles ahora, si tenía el sexo completamente empapado contra las braguitas arruinadas.

—Tu turno ahora —me dijo después de dejarme los labios hinchados, deslizando una mano por debajo de mis pantalones de tela. Yo, todavía arrodillada, separé los muslos ampliamente para darle todo el espacio que quisiera, y luego me encargué de besarle a mordiscos esa sonrisa pícara con la que me miraba. A lo mejor, a partir de esta noche, me empezarían a gustar las sorpresas.