Una comida que termino en sexo

Todo comenzo como una comida normal, Una de esas comidas aburridas de trabajo, ¿importa el motivo que en aquella ocasión reuniera a clientes, proveedores y compañeros en una supuesta celebración?, quizá, pero, por mucho que quisiera, sería completamente incapaz de recordarlo; solo la recuerdo a ella.

Estaba abstraído, el hastío me había hecho refugiarme en el cuarteto de cámara que amenizaba la comida hasta tal punto que no había sido consciente de que el sitio, antes vacío, sito a mi frente había sido ocupado hasta que la rodilla de su ocupante rozó la mía.

Ese contacto fortuito hizo que mi mirada, de forma automática, se dirigiera hacia el ocupante que se encontraba a mi frente, mi mente, aun atrapada por los compases del Cascanueces, se vio impelida a tomar consciencia del mensaje que enviaban mis ojos de forma imperativa; ante mi encontré unas pupilas azul profundo que también me miraban, me zambullí en esa mirada, oscura e intensa, no había escapatoria, me hallaba completamente perdido en mitad de aquel océano, la propietaria me sonrió, una sonrisa abierta y pícara que iluminó ligeramente sus iris.

– Bienvenido al mundo de los vivos, ¿tenía Morfeo noticias interesantes?

Mi boca se mantuvo cerrada, si mente imaginó algún tipo de comentario ingenioso comparando a mi interlocutora con Aglaea, pero toda mi mente estaba demasiado ocupada con esos ojos y la cálida presión que su pierna producía sobre la mía. La mesa era estrecha, maravillosamente estrecha, poco más de medio metro; y ese primer roce que había captado mi atención se había transformado en mi pierna izquierda atrapada entre sus muslos.

Mi estúpido silencio le hizo sonreír de nuevo y siguió hablando, como si nos encontráramos a mitad de una larga conversación, sobre el fascinante mundo de los materiales, su elasticidad, ductilidad, rigidez, resistencia, textura … sus frases, entonadas desde la más seria profesionalidad eran acompañadas, bajo la mesa, por demostraciones prácticas muy didácticas, presiones, roces, caricias que su pie, enfundado en una media casi inexistente y sus muslos, prodigaban por mis sorprendidas y encantadas piernas.

Cuando abordó el tema de la dilatación, ya entrados en los postres, yo hacía rato había experimentado el fenómeno (una descortesía por mi parte adelantarme a la explicación) al fin mis labios pudieron despegarse, y aportar mi granito de arena, declarando mi fascinación por el fenómeno y como influyen sobre el mismo el calor y la humedad.

– No se si lo sabrás, pero este edificio cuenta con unas juntas únicas.

Esta última observación volvió a arrancar de su boca esa sonrisa pícara que durante toda la conversación había permanecido ausente, mostrando durante la misma un rostro marmóreo de fría eficiencia, y me pidió que se las mostrara.

Nos disculpamos ante los comensales (los cuales parecieron francamente aliviados, pues la conversación parecía aburrirles mortalmente) y nos dirigimos a los ascensores.

Cuando la puerta del ascensor se cerró nos quedamos mirándonos, supongo que ella esperaba que sin perder un instante, una vez ganada la intimidad, me abalanzara sobre ella, pero en lugar de eso, pulsé el botón del último piso, apenas rozando sus senos al hacerlo.

Al retirar la mano del pulsador no la aleje de ella, rozando su nalga con el dorso y sin apartar la mirada de sus ojos.

Cuando llegamos a la planta seleccionada, la conduje por unas escaleras estrechas que se ocultaban tras una puerta cerrada con llave, y salimos a la azotea.

Tras asegurar la puerta que nos protegería de interrupciones inoportunas, seguí explicando que uno de los factores fundamentales a tener en cuenta para la dilatación, es el calor producido por los diferentes materiales al rozarse, acerqué mi cuerpo contra el suyo y la besé, no fue un beso desesperado, sino que nuestros labios fueron rozándose el uno contra el otro, atrapándonos mutuamente en blandos mordiscos y chupetones, mis manos recorrían su espalda y sus nalgas, dibujaban su contorno y abarcaban sus redondeces.

Acerqué mi boca a su oreja y expliqué que los aislamientos eran fundamentales para evitar la excesiva generación de calor, y como si se pierden pueden llegarse a temperaturas extremas, retiré su chaqueta mientras mordisqueaba su cuello, fui abriendo botón a botón su blusa, besando, lamiendo y chupando cada centímetro de piel que presentaba ante mi.

Hablé, aunque he de reconocer que de forma bastante ininteligible, de la importancia fundamental de revisar con regularidad los puntos críticos de la estructura, y recorrí el nacimiento de sus senos con la punta de la lengua, besé la superficie que el sujetador dejaba a mi vista y restregué la mejilla contra la tela notando como un punto sobresalía en su cúspide como monumento vivo a la frontera entre la suavidad y el instinto salvaje.

Desabroche el sujetador y zambullí mi rostro entre sus tetas, mis manos se aferraron a ambas y mis pulgares, que previamente había humedecido en su boca, se vieron atrapados por el torbellino de la aureola de sendos pezones.

Seguí descendiendo por su abdomen, sin dejar de acariciar, apretar y dibujar aquel increíble busto, cálido, terso, firme, turgente, unas tetas menudas y de pezones rosados que me enloquecían, podría haberme pasado la noche admirándolas y colmándolas de atenciones y aun así no hubiera sido suficiente para saciarme de ellas,

Pero el estremecimiento de su piel, su respiración acelerada, el calor que sentía subir de su entrepierna y dulce olor ligeramente almizclado que llegaba hasta mi mientras besaba su ombligo hicieron que mis manos se deslizaran por sus caderas y atinaran a bajar la cremallera que cerraba su falda; apenas la cremallera se hubo abierto, la falda calló don divina gracia sobre sus tobillos, nunca sabré si las bragas se habían caído solas o yo las había retirado, únicamente sabía que ante mi tenía una preciosa vulva, que me hipnotizaba y atraía como un imán, pegué mi boca a ella y dejé que mi lengua se deslizara entre los labios mayores, recogiendo y saboreando el flujo que de ellos escapaba y apretándola contra mi cara mis manos trabajaban sobre sus nalgas.

Me levanté y la besé de nuevo, mis manos, indecisas, recorrían toda su piel, y se cerraban allí donde las formas invitaban.

La conduje hacia una tumbona y la coloqué sobre ella de espaldas, ella, antes tan directa y dominante, ahora se dejaba hacer, sumisa y sin voluntad propia; la contemplé allí, a plena luz del día, con su culo en pompa invitándome a devorarlo, le mordisqueé las nalgas mientras mis manos volvían a sus senos, deslicé la lengua por su vagina, esparciendo su fluido desde el clítoris hasta el ano; comencé a masturbarla introduciendo mi lengua en su abertura y, aunque reticente a dejar de acariciarle esa encantadora ubre, humedecí el pulgar con la mezcla de saliva y flujo que contenía mi boca y con él dibujé círculos sobre su botón, sus gemidos y suspiros llenaban el aire por encima del ruido del tráfico.

Cambié mi lengua por dos dedos de la mano izquierda, ella intensificó aun más el canto de su placer mientras unos dedos de una mano penetraban en su interior y el pulgar de la otra masajeaba su clítoris. Mi lengua, que no gusta de estar ociosa, comenzó a perfilar el orificio de su ano, esta actividad pareció cogerla de sorpresa, pues por un instante detuvo el contoneo de su cuerpo y cejó en sus gemidos, pero no me detuve, sino que comencé a picotearle el ano con la punta de la lengua, sin dejar de masturbarla, ella, pasada la primera resistencia, redobló los signos de goce y no mucho después estalló en un orgasmo que le hizo temblar de pies a cabeza durante más de un minuto. Ahí detuve la mecánica y me dediqué a besar y acariciar todo su cuerpo mientras ella se recuperaba.

Ella se levantó, desnuda y radiante ante mi, me cogió la cara y me besó con una pasión que me dejó sin aliento y, acercando su boca a mi oído, dijo

– Bien, has demostrado tus conocimientos prácticos sobre materiales, ahora – dijo con una sonrisa lobuna en los labios – es mi turno

Me desnudó completamente, y se sentó a contemplarme mientras se masturbaba. La duda me invadió, ¿acaso me iba a dejar allí de pie, a pleno sol, con una dolorosa erección, mientras ella se corría otra vez?

No, no iba a ser así, y eso lo descubrí rápidamente, una vez que ella estuvo satisfecha con el grado de humedad que hacía brillar su vulva y que escurría por sus muslos, se acercó a mi rodeándome y cogiéndome la verga desde atrás.

Mientras acariciaba mi miembro iba alternando las manos, de mi sexo al suyo, empapándome de sus fluidos y esparciéndolos por mi polla, testículos y culo

Se arrodilló tras de mi y hacendarme abrir las piernas, me lamió los huevos y los introdujo en su boca, mientras con ambas manos, frotaba mi glande empapado con su nectar.

Su lengua se fue moviendo en errático recorrido hasta que, tras un fuerte mordisco en una nalga, se paró sobre mi ano, llenándolo de roces y saliva, lo mismo que ella antes, yo nunca había sentido esa sensación y, por un momento, me quedé petrificado pero esa sensación dio paso rápidamente a una corriente de placer que me recorría todo el cuerpo, sentía una de sus manos frotando mi verga, la otra mano recorriendo toda la piel a su alcance y aquella maravillosa lengua que, cada vez más atrevida, se iba introduciendo un poco en mi interior, yo me agachaba para para facilitarle el acceso a mi cuerpo y contemplar un brazo que surgía de entre mis piernas y pelaba mi polla con una gracia que me volvía loco.

Temeroso de perder el equilibrio y caer de buces, me tuve que agarrar a la barandilla y con ese movimiento, aunque pequeño, interrumpí el nirvana en que me encontraba, ella asomó su cabeza por entre mis piernas y con una abierta sonrisa, me lamió el zupo desde los testículos al capullo, terminando de pasar su cuerpo por entre mis piernas para parar su cara frente a mi polla, esa maniobra me obligó a abrir aun más las piernas – Así, perfecto, no te muevas – volvió a coger la polla con su mano y se la introdujo entre los labios, comenzó a deslizar la mano hacia la base sin separar la mano de la boca, hasta que sentí toda mi polla cubierta por su mano y su boca, y comenzó a frotar la lengua y a succionarla de tal manera que me vi forzado a cerrar los ojos y gemir el placer que sentía.

Su otra mano, que, sin que yo lo supiera, no había estado en absoluto ociosa sino que se había estado empapando de flujo vaginal y, ya de paso, proporcionando un poco de placer extra a su proveedora, se puso a acariciarme el culo con dedos resbaladizos y ardientes, nuevamente una primera impresión incómoda, dejó paso al placer. Sus caricias y su mamada se fueron haciendo más atrevidas y ansiosas; mientras mi polla entraba en su boca, uno de sus dedos se abría paso a mi interior, al principio provocándome una sensación ardiente y molesta, pero, según más flujo y saliva (que corría generosamente por mis genitales) se introducían en mi, fueron tornando la quemazón por una corriente de placer que recorría mi espalda, un segundo dedo, unos maravillosos dedos finos y largos, acompañó al primero mientras una lengua ágil e insolente, jugueteaba con los dibujos y las hinchadas venas de mi más que lleno cipote.

Exploté, exploté de una forma violenta y plena, sin control y sin mesura, ella, se introdujo la polla profundamente en su boca y fue succionando cada chorro que enviaba de forma convulsionante.

Caí de rodillas, sin fuerzas, frente a ella, rostro con rostro, mi boca aun con sabor a ella buscó la suya con sabor a mi, fue un beso largo y profundo con sabor a nosotros, ese gran beso, junto con las caricias que nos prodigamos, hicieron que mi erección permaneciera, que reclamara un nuevo cobijo, así que dándole la vuelta, de rodillas los dos en el suelo, me introduje en su interior, fue una penetración lenta, profunda, sintiendo como centímetro a centímetro me abría paso en su interior y sentía como ella se amoldaba como un guante al perímetro de mi pene.

Aferrado desesperadamente a sus caderas la envestía una y otra vez, ella gemía y chillaba cada vez que mi pelvis chocaba violentamente contra sus nalgas, y no tardó en enganchar una larga cadena de orgasmos cultivados mientras me demostraba la práctica con materiales, cuando paré al verla exhausta, sin salir de su interior, recogí una buena cantidad de flujo en mi mano y comencé a lubricarle el ano, ella, jadeante, no puso objeciones sino que alzando el culo y separando más las piernas susurró con voz jadeante, con cuidado, por favor, nunca lo he hecho por detrás y me parece que tu polla es demasiado grande para mi culo.

Sin decirle nada, me incliné sobre ella para besarle la espalda, mi dedo índice seguía recogiendo flujo lubricando su ano en círculos cada vez más cerrados, aumentando la presión y comenzando a abrirse camino hacia su interior, me separé de ella y acerqué la boca a la zona de prospección, ayudando con mi lengua a arrastrar lubricante hacia mi dedo que, apenas un centímetro, se iba deslizando cada vez con más soltura dentro y fuera, ganando profundidad milímetro a milímetro, a ella la notaba tensa y cerrada, así que retirando el dedo, recomencé la operación con la lengua con la mano comencé a acariciarle nuevamente el sexo.

Su mano acompañó a la mía entre sus labios mayores y comenzó a guiarme en la danza que a ella más le gustaba, la punta de mi lengua, ya entraba y salía con soltura de su culo, ya lo notaba receptivo y ansioso por seguir recibiendo atenciones, así que, dejándole a ella acariciar su coño libremente, cambie la lengua por un dedo completamente empapado, esta vez penetró sin ninguna dificultad y fue rápidamente seguido de un segundo. Lubricando, ensanchando, entrando, saliendo, sentía que ella estaba disfrutando de esta nueva experiencia a juzgar por sus gemidos así que, sin dejar du jugar con su culo, volví a introducirme en su vagina empapando mi polla nuevamente de sus flujos y aumentando el volumen de su excitación. Cuando sentí que era el momento, salí de ella y apunté mi glande hacia el objetivo donde jugaban mis dedos, y apoyando la polla en su guía los retiré mientras comenzaba a presionar, ella, de repente, pareció asustarse y noté como su esfínter se cerraba ante la incursión de mi polla, acerqué mi mano y me dediqué a acariciar el perímetro de mi penetración, hasta ese momento muy escasa, y a relajarla con suaves caricias a su alrededor, mientras besaba y lamía su espalda.

Noté también como ella intensificaba el frotar sobre su clítoris y no tardó en volver a estar receptiva, con sumo cuidado, y utilizando la mano como tope, me fui introduciendo dentro de ella contra natura, notaba como un dolor inicial se transformaba en un placer salvaje, primitivo, novedoso, que hacía que ella apretara el culo contra mí pidiendo que entrara más y más. Cuando mis huevos tocaron sus nalgas, la senté sobre mi, rodeándola con mis brazos, acariciando sus tetas con una mano, mordisqueando su cuello e introduciendo dos dedos en su vagina.

Ella, estimulada por todos lados tanto por mi como por ella misma, no tardó en volver a tener un orgasmo que encadenaba con el siguiente, sus caderas se movían, su esfínter se cerraba fuertemente en la base de mi polla, esta vez no como rechazo sino para sentirla mejor, esa presión a mi me hacia retorcerme de placer, y mordía su cuello con fuerza, ese dolor a ella la empujaba a un estadio salvaje, fuera de control, los dos aullábamos, urgíamos, nos frotábamos hasta que exploté en su interior y todo acabó, jadeos, derrumbados sobre el suelo, notaba como mi erección desaparecía y mi pene era expulsado del calor de su interior, allí, al sol, en la azotea, dos desconocidos, tardamos en encontrar las fuerzas necesarias para levantarnos y presentarnos.

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