La cajera de supermercado ladrona

Relato Real. La cajera de supermercado ladrona no tenía otro apelativo, adjetivo o forma de describirla. Llevaba haciéndolo durante más de dos meses, yo confiado y educado, nunca miré la cuenta. Acudía y acudo al supermercado cada semana, una par de veces, o tres. Cada día, ella de forma deliberada y voluntaria, me ponía un artículo de más en mi cuenta: un día era un detergente, otro chiclets de hierbabuena, otro día nueces, otro día podía poner una colonia, en fin, me sablaba, me birlaba, me robaba unos cinco euros de media por día, yo sin saberlo. Nunca miré la cuenta. Ahora ya lo hago cada día.
Ella, mediana edad, distante, uniformada, apariencia de madre, no soltera, pose de seria sin atisbo de mala fe, oculta tras su vestuario laboral, y de carnes generosas en su desnudez total.
Así cada día durante más de dos meses, la cajera cachondona y ladrona, me quitaba dinero, tampoco es que sea mucho, pero no me gustó. Cuando ya me di cuenta, en mi piso y reflexivo, ese día, fui de nuevo pero preparado:

-Holaaa- un hola ya de conocidos, porque de ir habitualmente ya me tenía visto.
– Hola, buenos días- me dijo ella, ese día de transición, de inflexión. Como si no pasara nada, como si ella fuera la líder, la buena mujer, y yo el papanatas que va a comprar. El mongólico de turno que se deja ahí el dinero, pudiéndolo dejar en cualquier otro establecimiento. Pero ese día iba preparado, hasta llevaba todos los tickets como prueba. Yo en mi vida he tomado chiclets de hiberbuena, ni mala.

Cajera de supermercado con final inesperado

Cuando me dio el ticket, lo volví a ver, esta vez un paquete de condones, mira, me dije, justo lo que necesitaba:

-Oye- le dije sin prudencia y con arrojo- me has cobrado una caja de condones, y yo no uso condones, lo ves?- le enseñé la cuenta.
-Ah, sí, habrá sido un error- me dijo ella, haciéndose la loca, como si nada. Menos mal que esta vez era diferente. Dicen que las mujeres, y es sacado de estudios científicos, son las que mejor pueden hacer teatro, es decir, mentir, sin que te des ni cuenta, tienen un arte innato especial. Yo porque lo sabía, pero si no, su cara no delataba rasgo alguno de mentira o de nervios. Si un pequeño cambio de coloración en su piel, ni una gota de sudor de temor, nada. Más seca que el coño de una monja.
-Un error que dura más de dos meses. Mira, guarra -le dije en bajo, en ese momento no había nadie en la cola-, tengo aquí todos los putos tickets que me has estafado, me vas a devolver todo lo que me has quitado y a mi manera. De lo contrario, en menos de un minuto, tengo a tu jodido superior aquí, y en menos de cinco, estas fuera del trabajo, trabajando de puta que es lo que te mereces, de puta tirada. Y este antro, tiene una denuncia con pruebas suficientes como para que lo cierren esta noche mismo.
-Qué quiere que haga?- dijo ella acojonada, esta vez era distinta, su cara de chulería y seguridad se desplomó, como lo hace un niño cuando le han pillado mintiendo. Su palidez adquirió un tono entre ocre y plomizo. Era todo un poema. Y a mí, que me gusta la poesía, comenzaba a disfrutar.

Seguirá…