Vecina rubia alemana follada en su casa

Desde hacía tiempo su marido ya no estaba, aunque no tanto tiempo porque aún mantenía en luto riguroso. El negro que le acompañaba en su vestido incluso el día de autos, el día de la gran follada.
Yo no tenía sal, la típica excusa del vecino en busca de la vecina solitaria y desprevenida. Ella rubia, madura y con un acento que no entendía muy bien, era mi objetivo. Llamé y me recibió, todo esto en su idioma, al cual yo también tuve que responder:

-Hola, qué quería.

Siempre me ha tratado de usted desde que nos conocemos, nunca me tuteó a pesar de vivir en la misma escalera aun cuando su marido vivía.

-Hola, me quedé sin poder echar un poco de sal a la comida, ya sé que no es buena, pero, ¿tendría un poco? Nada, es solo un pelllizco de sal.
-Sí claro, como no, yo tampoco abuso de la sal, pero un poco siempre le pongo a la ensalada. Pase, y se la doy.

Así que entré, la casa estaba silenciosa como me esperaba, sin nadie excepto ella, y ahora yo. Una casa y un interior todo muy limpio, diáfano y transparente como lo venden las inmobiliarias; lo cierto es que daba gusto estar ahí dentro.

-Qué bonita y limpia tiene la casa- acerté a decir sin pensar, porque era del todo cierto.
-Sí gracias, me gusta tenerlo todo ordenado y sobre todo limpio. Siéntese, ahora le traigo un poquito de sal.

Así que me senté, en un agradable y cómodo sofá, ella me trajo la sal en un sobrecito de plástico.

-No sé si con esto tendrá sufiente- me enseñó y dio la bolsita.
-Sí, claro, de sobra, tengo para hoy y para más días.- Y dejé entrever una sonrisa más que receptiva.

Ella en este instante me mira, y la observo radicalmente diferente a como la miraba antes, digo antes, y me refiero unos minutos antes. Estaba con eso negro, producto de su situación de viudedad, atractiva ciertamente, y con una cara contemplativa y entregada a un vecino en apuros. La acaricié sin más.

-Qué hace?
-Nada, ha sido un acto reflejo. ¿No puedo acariciarla?. Solo dígamelo y paro de hacerlo.
-No, puede seguir, es agradable el tacto de su mano dura.

Así que continué acariciando la blanda mejilla de aquella señora, mi vecina, estaba vez mucho más amigable que otras veces. Y bajé para su escote buscando sus pechos.

-Le gusta?- le dije esperando que la respuesta fuera del todo afirmativa.
-Sí- me dijo sin más, sabiendo que no estaba bien, tan repentino todo, tan reciente la falta de su marido. Pero yo la notaba anhelante y con deseo.

-Quiere tocarme?
-Sí, por favor- me dijo.

Llevé y conduje su mano hasta mi paquete, estaba gordo, mi polla grande sobraba en sus manos pequeñas, se quedó parada al vérmela pero le encantó. Y empezó a tocar más.

-Me gusta, tiene una buena polla.
-Puede tocar si quiere- le dije.

Y continuó tocando, cuando me quise dar cuenta me estaba chupando. Veía como buscaba todo mi tronco de verga. No le cabía en la boca a la señora pero ella seguía chupando. Me estaba dando un gusto impresionante en toda mi polla. A decir verdad la veía disfrutar, y se la comía entera aunque no le cabía entera en la boca.

-Gracias por darme placer- me dijo en un momento de parada en la chupada.
-No pasa nada- la cogí de la cabeza y la acerqué de nuevo lentamente para que siguiera chupando y mamando.

Mi punta de la polla se me puso gordísima así que decidí follarla. De muchas maneras, y le di gusto. Mucho gusto.

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