Mi abuelito inicia analmente a su nieta

Mi abuelo metiéndomela, nunca lo imaginé.  Escuché historias de abuela nieto, pero de nieta con un abuelito, y ser la protagonista?…Yo le cuidaba y al final, me preparó por detrás, anal, para que luego mi novio no tuviera un berenjenal. Me dejó fina la Ina. Relatos XXX para la nieta caprichosa.

Y es que nunca me faltó de nada, desde que no estaban mis padres y vivía y cuidaba de mi abuelito, era la reina de la casa. Como soy su única nieta me ha «malcriado» ya que desde pequeña me ha llenado de atenciones y nunca me ha negado su capricho. Su carácter dulce y atento conmigo cuando estábamos solos en casa contrastaba con su fama de hombre despótico y huraño en la fábrica. Empresa que dejó hace muy poco, jubilado, ahora pasaba ya de los 60 años, era un adorable ancianito.

HAY QUE CUIDAR A MI ABUELITO

Y muy posiblemente, por todo ello nunca fui muy buena estudiante. Así que cuando cumplí 17 años le comenté a mi abuelo que quería dejar de estudiar. Mi abuelo se enfadó mucho. Como yo me negué a continuar los estudios a pesar de su insistencia, él adoptó una medida radical: me dijo que me desheredaría y que a su muerte sólo tendría derecho a una pequeña parte de su herencia.

Al escuchar esto no lo podía creer. La verdad es que nunca me había preocupado por el futuro ya que contaba con que el abuelo me dejase todo su patrimonio ya que no tenía ningún otro pariente.
Pasé unas semanas muy preocupada y confundida. Encontré una solución para evitar que mi abuelo me dejase en la pobreza a su muerte; lo iba a seducir..

Mi abuelo era un hombre alto, fuerte y corpulento y a sus más de 60 años sin duda aún conservaba mucha energía sexual. Desde que murió la abuela, hacia años, nunca buscó a alguien para sustituirla.En la fábrica nunca había acosado ninguna trabajadora y nadie le conocía ninguna amante. Yo sabía que, desde que tenía 14 años, mi abuelo se «fijaba» mucho en mi cuando me tenía cerca. Yo notaba que estaba especialmente obsesionado por mi trasero. La verdad es que tengo un buen trasero, respingón y muy bien proporcionado. Por otro lado soy rubia y con ojos azules, aunque no soy alta (1’62 m).

Opté y decidí aprovechar mis cartas. Empecé a vestirme lo más provocativa que pude sin «pasarme»; casi siempre llevaba unos pantalones de tela muy fina que marcaban muy bien mis nalgas y evitaba ponerme sujetadores para marcar bien mis pezones. El siguiente paso del plan lo di cuando se presentó una magnífica oportunidad. Mi abuelo se rompió en enero ( dos días antes de mí 18 aniversario) los dos brazos al caer cuando caminaba por una acera helada. Como no podía valerse por si mismo contrató una enfermera. Al segundo día de estar en casa sin embargo tuvo que dejarnos por un contratiempo familiar.

A pesar que mi abuelo insistió en contratar otra enfermera, le convencí que no hacía ninguna falta ya que yo me cuidaría de él. Así pues cuidé de mi abuelo ayudándolo a levantar de la cama el día siguiente y haciéndole el desayuno. Paso el resto del día en el salón mirando la tele. Por la noche después de darle la cena me dijo que quería ducharse. Mi oportunidad había llegado! Cuando llegamos al baño le quité la ropa, cuando hice el ademán de quitarle los calzoncillos pareció que iba a decir algo pero me dejo hacer. Lo acompañé a la ducha. Abrí el agua caliente y cuando ya estaba totalmente mojado le pasé champú por todo el cuerpo. Por supuesto no intenté tocarle el aparato ni los testículos, pero con sólo rozarle el pubis tuvo una tremenda erección.

¿Una historia de abuela nieto o de nieta caliente?

Pero aunque estaba incómodo intentó disimular lo que pudo. Después de secarlo le dije que estando «como estaba» no podía ponerle el pantalón del pijama porque le dolería. Intentó decir algo pero el pobre parecía que había quedado mudo.

Era curioso. Mi abuelo era un hombre de carácter, capaz de provocar el pánico entre los trabajadores de su empresa y ahora lo tenía yo a mi merced.

Lo acompañé a su dormitorio y le ayudé a acostarse. Su erección no había disminuido. Así que Cuando le iba a ponerle bien la almohada pasó por mi cabeza un pensamiento audaz y me decidí; miré a los ojos a mi abuelo y le dije:

– No puedo dejarte dormir así como estás, abuelo. Si quieres puedo tocarte un poco. Si te alivias podrás dormir mejor.

Como no dijo nada entendí que asentía. Con naturalidad le cogí el pene ( por tamaño y erección no tenía nada que envidiar a las trancas de los dos novios que había tenido) y empecé a menearlo. Estaba como loca, con aquel cipote senil y anciano en mi mano, y tan grande como los de mis novios. Le miré la cara, toda de placer, y mi coño de adolescente sin sentido, empezaba a enloquecer. Empecé lentamente y cuando vi que sus huevos subían aceleré el ritmo. No tardo en salir una gran cantidad de leche. Mis manos quedaron llenas de la «crema» de mi abuelo. Cuando dejó de eyacular paré de menear y lo miré. Sin embargo él tenia la cabeza girada de lado para evitar que se cruzasen nuestras miradas.
Le hice una ultima meneada para que sacase las últimas gotas, lo limpié con una toalla y me marché a mi habitación no sin antes desearle buenas noches. Vaya lefada que había dejado, y yo sin saber lo que guardaba en su nabo ancestro. Menudo cacharro es de mi abuelito.

Lo cierto es que desde ese día cada noche masturbaba a mi abuelo. Le metía buenas sacudidas, sacudía la sardina, y le pasaba el cepillo al gato. Nada más notar la rugosidad de la piel de su troncazo, mi coño era el río de Moisés, se abría como un tro de mantequilla. Menudo mango. Dejé de » visitarlo «por la noche cuando le quitaron la escayola. La primera parte del plan había funcionado. Lo más importante es que había dejado a mi abuelo muy confundido. Dejé pasar unos meses sin intentar nada más. Como había dejado los estudios y no tenía intención de trabajar pasaba todo el día en casa. Sólo salía para ir a ver a i novio que me había echado el último año que estuve en el instituto. Por supuesto él no sospechaba nada de las «atenciones» que había prodigado a mi abuelo.

ABUELAS CON NIETOS Y ELLAS SE QUEDAN ASOMBRADAS

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Mientras tanto noté que el interés de mi abuelo por mi cuerpo iba en aumento. Lo notaba en su mirada y en el bulto de sus pantalones. El pobre iba empalmado casi todo el día. Debo decir a su favor que nunca intentó tocarme en esa época a pesar que ganas no le faltarían.

Pasados unos meses una mañana de primavera decidí avanzar. Para empezar la siguiente fase del plan necesitaba atraer su atención así que decidí simular estar ansiosa y preocupada y renuncié a comer y cenar aquel día. Cuando, como cada noche mi abuelo dijo que se iba a dormir le pedí si podía hacerle una pregunta. Me dijo:

– Claro. Explícame lo que te preocupa.

– Es que abuelo. no sé si debería decírtelo.

– venga, suelta ya lo que tengas que decirme ¡

– Bien te lo diré. Mi novio insiste desde hace días que quiere tener sexo anal y a mí me da mucho miedo.

– Si no quieres, haces bien en negarte

– Si, pero.ya mi primer novio me pidió lo mismo y me negué. Creo que mi trasero vuelve locos a los hombres. Estoy segura que tarde o temprano cederé.. y tengo mucho miedo por el dolor.

– Si tu novio te » prepara» bien, la primera penetración te dolerá poco. En las siguientes penetraciones el dolor desaparecerá. Puede que te llegue a gustar como a tu abuela. Aunque no te lo debiera decir de lo diré para tranquilizarte: tu abuela se negó en las primeras noches después de la boda a la penetración por detrás porque tenía miedo del dolor. Sin embargo la convencí y con mucha paciencia y suavidad no le hice daño ni siquiera la primera vez. Después de esta primera vez fue una practica habitual en nuestro matrimonio.

En ese momento me decidí. Si «picaba» estaría ya bajo mi poder y la posibilidad que me desheredara desaparecería del todo. Bajé los ojos, como si tuviera vergüenza y le dije,

– Abuelo, seguro que eres todo un experto. Me pregunto si.no me podrías «preparar» tú. Mi novio es muy bruto. Seguro que se precipitará y me hará mucho daño.

Clavó sus ojos en el suelo. Parecía trastornado. En su interior sin duda había una lucha entre la plena conciencia de deslizarse por una pendiente peligrosa y su afán por satisfacer un deseo oculto. Finalmente me dijo:

– Tres días antes de que tu dejes a tu novio penetrarte analmente me avisas..

Asentí con la cabeza sin decir palabra. El plan estaba a punto de entrar en su fase final. Realmente era virgen por detrás y no tenía ninguna intención de que mi novio me desvirgase por allí.

Esperé unos días. El miércoles por la tarde le comenté que saldría a cenar del sábado por la noche con mi novio. Añadí que tenía intención de ofrecerle mi virginidad anal esa noche. Él me contestó:

– Cristina, si te parece bien podemos empezar la preparación mañana por la mañana. Hazte idea que las próximas tres mañanas las pasarás estirada en la cama mientras tu abuelo te enseña a relajar el esfínter y te dilata el recto. Cuando empecemos la preparación debes tener el recto vacío. ¿A qué hora evacuas tu?

– Después del desayuno, le dije.

– Bien. Cuando hayas evacuado después de desayunar lávate bien en el bidé. Luego ven a mi habitación.

Me costó mucho dormirme. Tuve que ponerme el despertador para evitar levantarme demasiado tarde. Desayuné como siempre cereales y un café Inmediatamente después de haber tomado el café sentí la necesidad de evacuar. Fui al lavabo y al acabar me lavé en el bidé como me había dicho mi abuelo. Fui a la habitación del abuelo en bragas. Me había quitado los sostenes y sólo llevaba encima una camiseta

Llamé a la puerta de su habitación y entré sin esperar respuesta. Mi abuelo había hecho su cama y estaba en pijama sentado en una silla leyendo. Me dijo que me sentase en la cama y me preguntó si estaba nerviosa. Le dije que un poco. Él me contestó que estuviera tranquila que teníamos todo el tiempo del mundo. A continuación me pidió que me levantará de la cama y se acercó a mí. Mi hico girar quedando de espaldas a él. Sin mediar palabra me quitó las finas braguitas azules que llevaba. La visión de mi culo desnudo le provocó una erección tremenda.

Yo era una calentorra nieta con su abuelito

Me cogió de la mano tiernamente y me pidió que me estirase en la cama. Me hico un suave masaje en los pies sin tocarme el culo. Finalmente oí como si abriese un pote de algo (no podía ver lo que hacia ya que mi campo de visión se limitaba a la cabecera de la cama) y sentí como su dedo frío y resbaladizo (se había untado lubricante en los dedos) tocaba suavemente mi ano. Empezó un masaje suave sin intentar meter los dedos. Sólo al cabo de unos minutos metió la punta de un dedo ( no podía ver cuál). Repitió la operación varias veces (masaje en el borde del ano y introducción de la punta) hasta que me relajó completamente el esfínter. Noté por primera vez como una presión progresiva en la pared del recto cuando metió poco a poco medio dedo. Lo sacó rápidamente y repitió la operación. Esta vez, sin embargo noté como lo introducía lentamente todo Ahora ya no notaba sólo una presión sino verdadero dolor. Oyó mi quejido pero no los sacó.

Poco a poco me fui acostumbrando al dedo insertado casi totalmente. El dolor dejó paso a un escozor que fue cediendo poco a poco. Giré la cabeza para vez a mi abuelo. Mi abuela nieto transformado en mí. Tenia la cara roja y su pene estaba a punto de reventar el pijama. Cuando cruzamos las miradas, él sacó el dedo y me pidió que me quitase la camiseta y me pusiera de lado.

Él se acostó a mi lado. Podía notar su aliento en mi nuca. Me susurró:

– Así de lado estás más relajada.

Puso su mano en mi hombro, luego lo bajó hasta el vientre. De pronto noté como dos dedos suyos presionaban el ano.. Noté como una presión muy fuerte y sentí como mi esfínter se daba por vencido. Me metió la mitad de los dedos. A pesar del dolor estaba increíblemente excitada. Oí otro susurro:

– Cariño, por hoy se ha acabado.

Cuando me incorpore me di cuenta de la enorme erección que presentaba mi abuelo. Su pene parecía que iba a romper el pantalón corto de su pijama. No puede «ofrecerle» nada por que se fue rápidamente al lavabo a masturbarse. A la siguiente mañana mi abuelo repitió las mismas «maniobras » para preparar mi culo.

El tercer día cuando llegué a su habitación me hizo sentar en la cama y me dijo que sería conveniente llegar a una práctica que correspondía a la fase superior de la preparación y que antecede ya a la penetración del pene. Me explicó que me introduciría un consolador sin utilizar el vibrador. Puse cara de preocupada y abracé a mi abuelo. Presioné mis pechos contra su torso desnudo (sólo llevaba puesto un pantalón corto de pijama) lo justo para que notase mis pezones endurecidos bajo mi fina camiseta. A continuación me bajé las bragas y en vez de estirarme en la cama me arrodillé en el suelo. Cuando me puse en la posición llamada del «perro», mi abuelo no tardó en ponerse vaselina en la mano e introducir dos dedos en mi recto. Los tuvo dentro apenas unos segundos. Después de sacarlos estuve tentada de mirar atrás para ver el tamaño del vibrador. Finalmente decidí que era mejor esperar su embestida sin verlo.

Pronto noté la punta fría en mi ano. Cuando percibí la presión en el esfínter adelanté un poco las rodillas en un movimiento reflejo. Mi abuelo me cogió suavemente con una de sus manos un muslo y me pidió que no me moviera. De pronto presionó con poca fuerza pero de manera constante hasta que tuve todo el aparato en mi recto. Sentí un fuerte escozor y la sensación de que el plástico iba a romper mi intestino. Cuando el escozor remitió pedí a mi abuelo que lo moviese. Poco a poco fue moviéndolo simulando un polvo anal. Antes de llegar a correrme le pedí a mi abuelo que lo sacara.

Cuando me liberó de esa tranca simulé un pudor que sin duda era ridículo en esas circunstancias y corrí a ponerme las bragas. Fui a abrazar a mi abuelo que estaba de pie delante de mí. Noté su pene, que estaba punto de romper el pantalón del pijama, contra mi estómago.
Sin dejar de abrazarle le dije:

– Gracias abuelo. Estoy en deuda contigo, Pídeme lo que quieras.

– Cristina, con que me alivies es suficiente. Llevó tres días con erección permanente.

Le baje el pantalón y, después de ensalivarme la mano, le cogí el pene. Mi otra mano le tocaba un hombro y nuestros cuerpos se tocaban. Después de un par de lentas meneadas paré de masturbarle y me quité la camiseta. Sus ojos primero y luego su boca se precipitó sobre mis pechos. Mientras lamía pechos, sus manos se deslizaron hacia mi culo.

Y cuando ya estaba totalmente fuera de sí me aparté y me puse de espaldas a él. Menuda polla, ¿abuela nieto o abuelo calentorro?, lo segundo. Lentamente me quité las bragas y me arrodillé encima la cama. No tuvo tiempo de dudar. Su instinto largamente reprimido venció. Cuando sentí su pene traspasar el esfínter sabía que había ganado. Desde ese día mi abuelo y yo somos inseparables, y como dice una amiga mía, el primero que te la mete por detrás, no se olvida jamás. Qué bonita frase, que nunca aprendí en el colegio. Qué putona soy, y tan jovencita.

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