Cuando sabes que solo tú…

Se conocían desde hacía tiempo, pero sus destinos se cruzaron en un momento. Se vieron y se saludaron, hacía mucho que no se veían, pero las palabras sobraban y eran artificiales. Era como el primer día. Ambos se acordaban el uno del otro; en ese momento lo que dijeran dejó de tener sentido. El lenguaje universal habló por ellos. Es el lenguaje que entiende todo el mundo y que carece de letras y palabras. Y se había entrometido con la misma fuerza que el sol sale por la mañana.

El chico se acordaba de ese lenguaje, lo había leído una vez en un libro de alquimia, esa magia que transforma cualquier metal en oro, la búsqueda del elixir de la vida, la piedra filosofal que puede hacer eterno todo. Ese instante se hizo eterno, alquimia pura, y código secreto entre ellos. Magia y misterio. Artesanía y silencio. El texto eterno ardiendo al borde del camino. El lenguaje universal se había apoderado de ellos dos.

Hablaban con la mirada y con las palabras se reconocían. El sonido les unía. Ese que tantas veces habían escuchado el uno del otro. Y no importaba el tiempo ausente. Lo que les rodeaba desapareció para ambos y solo estaban ellos. Apenas se tocaron, pero tampoco hizo falta ni fue necesario. Y en ese instante, él se acordó de una frase, que ella le dijo la última vez que se vieron: solo tú sabes cómo complacerme.

A pesar del tiempo largo de no haberse visto, él sabía eso, solo él la podía complacer, y ambos lo sabían.

Y no hacía falta que uno se lo recordara al otro. Porque se mantenía muy presente en sus mentes. Como el primer día que se conocieron. Una ráfaga de paz y alegría le sobrevino al chico, como hacía mucho tiempo no sentía. Y esos cinco minutos que se vieron, fueron eternos, la fuerza del Universo hizo que fueran para siempre; y fue alquimia pura, elixir de la vida eterna para dos almas gemelas y encontradas. El deseo fue mutuo, a pesar de no haberse dicho nada.

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