Solo detuve el vehículo para repostar y tomar café. Llegue a las seis de la mañana a casa.
Imperaba el silencio, apenas mancillado por el tenue rumor de las olas, al batir la playa. Entré en la casa y fui directamente a la habitación.
¡Oh! ¡Sorpresa! La cama estaba ocupada por tres cuerpos, desnudos. A la difusa luz de la luna que entraba por los ventanales pude reconocer a Claudia, su hija y Ana. Mis tres mujeres, durmiendo, los cuerpos de una tersura y delicadeza sin igual.
¡Quede extasiado admirando tanta belleza! No podía apartar mis ojos de aquellos cuerpos. Pero respiré hondo y me fui a una de las habitaciones, en la cama de alguna de ellas me quité los zapatos, me deje caer y me dormí enseguida. Estaba agotado.
Al despertar, con los chillidos de las gaviotas, no encontré a nadie en la planta alta, baje y en la cocina, estaban mis tres gracias. Me acerque a Clau por la espalda, abrace su cintura y bese el cuello, el lóbulo de la oreja. Acaricie sus pezones, que se endurecieron al contacto y apuntaban, traviesos, al frente entre mis dedos. Las dos muchachas riéndose me abrazaron.
–Papá, que alegría, ya estás aquí. Cuéntanos, ¿Qué ha pasado? ¿Cómo está Pepito?
Clau se giró. Cuando me miraba así me derretía. Me besó, la besé, pasé mi mano por su entrepierna, sobre el amplio vestido y comprobé que no llevaba bragas, note la humedad de su sexo a través de la tela. Lleve mis dedos a la nariz para oler su aroma natural. Las chicas protestaron.
–¡Eh! Ya está bien. Que nos ponéis los dientes largos y vamos a tener que hacernos unos deditos. Venga José, cuéntanos ya qué ha ocurrido.
Claudia, sentada en una silla, se acariciaba impúdicamente su ingle sobre la falda.
–Pues resumiendo. No tenemos más remedio que quedarnos a vivir aquí.
Clau, alarmada.
–¿Cómo? ¿Y eso porque?
–Ya no tenemos casa en Madrid, lo he vendido todo. Nada nos ata al mundo que hemos dejado atrás. Buscaremos nuevos colegios para todas. Será como estar siempre de vacaciones.
–Pepito esta con su madre. El padre lo verá cuando quiera, pero no vive con él. Vive con Mila y Marga, que me imagino se mudarán a nuestro antiguo piso. Porque es Mila quien me ha comprado el negocio y las viviendas.
–No puedo deciros nada más. Bueno, que esta madrugada, cuando llegue, me encontré mi cama llena de gente. Me llevé un buen susto. Pensé, por un momento, que volvían los fantasmas del pasado.
Ana me abraza.
–Tu sí que estás hecho un fantasma. Lo que tenías que haber hecho es, desnudarte y meterte en la cama con nosotras, te estábamos esperando y nos dormimos.
Se lanzaron en tromba sobre mí y me derribaron sobre el sofá. Me dieron una paliza, deliciosa paliza. Nos magreamos de lo lindo los cuatro, haciéndonos cosquillas.
–¿Dónde están Elena y Mili?
–No te apures. En la parcela de al lado, vive una pareja con dos niños casi de la misma edad. Ayer se dieron a conocer y llevan jugando, juntos, toda la mañana. No aparecerán hasta la hora de comer.
Y así fue. Entraron, me dieron un beso, comieron y se fueron en busca de sus nuevas amistades. Estaban encantadas las dos. Tenían nuevas amistades.
Después de recoger la cocina, Ana se me acerca.
–Papá, ¿de verdad Pepito estará bien? Es un paliza, pero lo echo de menos.
–Si, mi vida. Está bien. Tu madre me dijo que había dejado las citas. Se dedicaría a regentar el negocio sin trabajar como antes. Eso le permitirá dedicar más tiempo a tu hermano. Voy a conectar el ordenador para que puedas hablar por videoconferencia con tu hermano y tu madre. Te hará bien.
–Si, vamos. Quiero verla. ¿No te importa?
–¿Cómo me va a importar, es tu madre? Anda, anda.
Habilitamos la salita de la planta baja, de unos doce metros cuadrados, como estudio y acceso a internet. Estábamos esperando una conexión de banda ancha para tener todos nuestros ordenadores conectados.
Ahora solo entrabamos en la red mediante modem por la red de móviles. Ana y Mila hablaron unos minutos. Luego con su hermano. Mi niña estaba más animada.
La tarde se hacía pesada. Yo no había descansado lo suficiente y me obligaron a acostarme. Claro, las tres conmigo. Me manosearon de lo lindo, hasta que Clau puso orden y las mando a sus cuartos para que me dejaran en paz. Si seguían así acabarían consiguiendo lo que buscaban las dos lolitas. Que fuerza de voluntad se necesita, para no caer, en según qué, tentaciones.
¡Joder!. Otra vez la maldita tradición. Ya me ha hecho bastante daño. Clau me abrazaba por la espalda, acariciaba mi cabeza, como a un niño.
–No pienses tanto. Descansa. Esta noche tenemos fiesta.
No sé cuanto habría dormido, pero era de noche. Miré el reloj, las diez. Voy a darme una ducha y Clau está dentro.
–Hola, ¿ha dormido bien el señor?
–Estupendamente. ¿Y la señora, ha dormido bien? ¿Ha soñado la señora?
–Pues sí, he soñado.
–Y ¿puedo saber cuál ha sido el objeto de su sueño?
–Un caballero. Me ha salvado de las fauces de un dragón, me ha raptado y me ha llevado a vivir con él. Ahora tengo un problema. Me estoy enamorando, me siento como una quinceañera. Siento mariposas en el estómago cuando me mira, y si, como ahora, está desnudo frente a mí, puedo decir que lo que cae por mis muslos, no es solo agua.
–¡Vida mía! Ayer pude comprobar, que lo que siento por ti, no es un simple afecto. Ya no siento nada por Mila. Hable con ella, como si estuviera ante una extraña. No sentía ninguna emoción.
–Nada comparado con lo que estoy sintiendo ahora mismo, ante ti. Yo también te quiero Clau. Te quiero y te deseo.
–Cuando terminé con los asuntos que me llevaron a Madrid, solo tenía una idea en mi mente, volver a verte, volver a abrazarte, cubrirte de besos, amarte hasta la extenuación. Pero sobre todo hacerte feliz. Ese es el principal objeto de mi deseo. Volver a sentir como vibra tu cuerpo, como se deshace, se licúa inundado por el placer, por mi amor.
No podemos más. Avanza hacia mí, se arrodilla y coge, con su delicada mano, mi verga que esta hinchada. Con mis dos manos la sujeto, por los hombros, y tiro de ella hacia arriba.
La acción que iniciaba me hizo recordar, donde estuvo mi instrumento la tarde anterior.
Y no pude permitirlo. Empuje su cuerpo hasta meterla de nuevo bajo la ducha. Le pedí que lavara mi cuerpo y mi polla, mientras yo acariciaba el suyo con la suavidad multiplicada por el gel de baño.
Me coloque tras ella, cogí sus manos con las mías y se las apoye en la pared de mármol, separé sus piernas y desde atrás, deslice mi enhiesta verga, por el divino canal. No fue necesario presionar. Entro absorbida por una depresión interna de la cavidad. Algo tiraba de mí desde dentro de ella.
Pasé mis manos bajo los brazos hasta alcanzar sus pechos, apresarlos con mis manos, cubrirlos y masajearlos suavemente con mis dedos. Sentir como se endurecían las aureolas y los pezones aumentando su sensibilidad, provocando estremecimientos en sus miembros.
No necesitaba llegar a eyacular para sentir un placer inmenso. Pero cuando ella comenzó a temblar, sacudiendo el cuerpo de forma espasmódica, las piernas cedieron y tuve que cogerla, sujetarla para que no cayera al plato de la ducha. Pasé un brazo bajo su espalda y otro bajo las rodillas y la llevé a la cama. Había sufrido un desvanecimiento instantáneo. Estaba desconcertada. No entendía nada. No le había ocurrido nunca.
–José ¿Qué me has hecho? Me he sentido morir. ¿Qué me ha pasado?
–¡Mamá! ¡José! ¿Qué ha pasado?
–No es nada cariño. Llama a Ana. Ella os lo explicará.
–¿Qué ocurre? No podemos dejar solos a los carrocillas.
–Ana, explícale a Clau lo de los desvanecimientos que te dan algunas veces.
–Jajaja. ¿Tú también te desmayas? Pues lo tienes claro. La primera vez que me paso, fue el día que me desvirgaron. Me follaron, entre dos capullos y me desmaye del gusto. A mi madre también le pasa.
El único peligro que tiene es que estés de pie, te caigas y te des un porrazo. Por lo demás, a disfrutarlo. A mí, como ahora no follo, hace tiempo que no me da. Pero es el no va más.
Me dijeron una vez que eso era la pequeña muerte y la verdad, te mueres de gusto. Anda, vamos para abajo que está todo preparado. Y hay que ir vestidos, ¿Qué hacéis desnudos guarrillos? ¡Vamos!
El salón en penumbra, una mesa con mantel y servilletas rojo pasión. Dos cubiertos. Dos velas, también rojas. La cubertería y la cristalería, no sé de donde la habrán sacado, pero es bellísima, reflejan la luz de las velas. Nos invitan a sentarnos.
–¿Nosotros solos?
–Si, esta es vuestra noche. Lo merecéis. Os queremos y esta es una forma de agradeceros vuestro amor. Solo queremos vuestra felicidad.
Se van a la cocina. Me han emocionado. Poso mi mano sobre la de Clau. Sus ojos brillan con destellos dorados, brillando, con la luz de las velas. Es muy bella. Se mantiene erguida con una leve inclinación hacia mí. Su respiración, entrecortada, mueve sus pechos y la boca entreabierta delata una ligera ansiedad.
Me inclino hacia ella, beso su esbelto cuello y aspiro profundamente, me impregna el aroma de su perfume favorito, vainilla.
–Corres peligro, Clau.
–¿Por qué, amor?
— Hueles tan bien. ¿Sabes que me encanta la vainilla? Puedo comerte.
Acerco su mano izquierda a mis labios y deposito un suave beso en la palma. Me embriaga su fragancia.
Entra Ana con una botella de vino blanco en las manos. Llena nuestras copas en silencio. Deja el vino sobre la mesa. Besa la mejilla de Clau y luego la mía. Con su angelical sonrisa vuelve a la cocina. Reaparece junto a Claudia portando dos platos. Hacen las dos una reverencia y nos sirven unos entremeses de salmón ahumado con queso fresco sobre rebanaditas de pan tostado.
–Esto está delicioso. Claudia, Ana, ¿De quién ha sido la idea?
–De internet, papá. La preparación a medias entre las dos.
–Y ahora ¡¡Tachan!!
Se van corriendo y traen una fuente con dos truchas con una loncha de jamón en su interior y rodeadas de ensalada.
–Tienen una pinta estupenda. ¿Qué vais a cenar vosotras?
–No os preocupéis. Esta noche solo estamos a vuestra disposición. Comimos antes, en la cocina.
Ronda de besos, las dos a Clau y a mí.
–¿No estaréis planeando alguna travesura?
–Jajjajaj
Se retiran entre risas. Es mosqueante.
Terminamos con el segundo plato y con el vino, aparecen con dos copas grandes con fruta variada. Se marchan. Nosotros sonreímos. Se mueven con exagerada ceremonia.
Hemos terminado y vienen para acompañarnos, empujarnos más bien, a la terraza de nuestra habitación. Una mesita con una cubitera con hielo, enfriando una botella de cava, que Ana descorcha y vierte en cuatro copas.
–Vaya ¿a esto si nos acompañáis?
–Es que no queremos dejaros solos. Sois muy traviesos. Esta tarde casi matas a mi madre de un polvo. Cualquiera sabe, qué puede pasar, si os dejamos solos.
Brindamos por todos nosotros y apuramos las copas. Se llenan de nuevo.
Clau desaparece, se oye una música de fondo, parece hindú, muy sensual y vuelve a mi lado. La botella está vacía, traen otra, la abro y relleno las copas.
Nos sentamos los cuatro dejándonos acariciar por la brisa marina, la luna aparece en el horizonte, frente a nosotros. Grande, surge del mar, como un enorme globo. El reflejo en las aguas le confiere una belleza inmensa. Mi mano sobre la de Clau. Su tacto me produce escalofríos. La noche es perfecta. Me siento relajado, en paz. Hasta que miro hacia las chicas.
Ana y Claudia se besan en la semi oscuridad. Casi adivino sus manos, acariciándose mutuamente. Se levantan, bailan, los movimientos son voluptuosos, sensuales, siguen acariciándose mientras bailan.
Se abrazan, sin perder el ritmo, cada una suelta la cinta que sujeta el vestido de la otra y los dejan caer.
Aparecen totalmente desnudas ante nosotros. La naciente luna ilumina con su pálida luz los bellos cuerpos.
Me incorporo para decir algo y siento la mano de Clau que me retiene y con un dedo sobre los labios me invita a callar. Sigo admirando los lúbricos movimientos. Se acarician abiertamente los pechos. Con las manos sobre las caderas de la otra, se atraen y cruzan los muslos rozando sus ingles.
Es el espectáculo más erótico que he presenciado jamás. Vienen a mi mente las huríes del paraíso, la danza de los siete velos de Salomé. Es un espectáculo impúdico, lúbrico, lascivo.
El ritmo de la música se acelera, los cuerpos de las dos chicas se mueven impúdicamente. Claudia se arrodilla en el suelo y Ana se abre de piernas sobre ella que lame su sexo, sin dejar de moverse al ritmo de la música. Se sientan en el suelo frente a frente, entrecruzan los muslos y conectan sus vulvas, los movimientos son espasmódicos, lujuriosos, los pechos suben y bajan al ritmo de la endiablada melodía.
Cada una sujeta un pie de la otra, chupan y mordisquean los deditos, mientras sus coños chocan entre sí. Mi excitación es brutal. No puedo soportar aquel tormento. Siento arder mi cara. Mi mano involuntariamente, agarra la polla sobre el pantalón, para enderezarla, me duele. Clau la separa. Me sujeta y me impide tocarme.
–Espera, José, espera un poco.
Me besa, desabrocha la camisa metiendo la mano, acariciándome el pecho. No puedo apartar la vista, del espectáculo que me ofrecen, a la pálida luz de la luna.
Ya no pueden más, parecen poseídas por un diabólico poder, gritan, gimen y lloran.
El placer que deben sentir es inmenso, se incorporan, sentadas en el suelo se abrazan y se besan tiernamente. Cansadas, sudorosas, brillan los torsos desnudos, las melenas revueltas, los ojos entrecerrados, las bocas semi abiertas, pasándose la lengua para humedecer los labios.
Clau me lleva de la mano al dormitorio. Estoy en shock, soy un pelele en sus manos, la cabeza me da vueltas, estoy mareado. Me desnuda y, suavemente, me empuja sobre la cama.
Veo la sombra de las dos bailarinas entrar en la habitación. Cierro los ojos. No sé qué va a ocurrir.
Que hagan conmigo lo que quieran. Una mano asiendo mi verga, unos labios y una lengua besándola.
Olor a hembra en mi cara, sexo en mi boca, chupo, delicia, bebo jugos indefinibles.
Algo sobre mi mano, acaricio, otro sexo, cálido, mojado, mis dedos entran y follan la suave cavidad que se me ofrece.
Unas rodillas aprisionan mis caderas y se sienta sobre mi pene, se deja caer, despacio suavidad, humedad, calidez. No quiero saber. Solo sentir. Colocan una tela sobre mis ojos. No quieren que vea nada.
Desaparece la que se empalaba, liberan mi mano, unos instantes de manoseo y otra vez la calidez, la humedad, la estrechez de alguien que se me traga.
Movimiento, mi lengua queda libre, otro sabor otra forma, otros labios.
Se aparta. Otra boca besa mi boca. Su olor, ¡es mi hija!
Se va, cambio, otra empalada. ¡Algo me dice que es ella! ¡Mi hija! solo pensarlo y exploto, grito, la levanto en vilo. Aparto el paño que cubre mi rostro, abro los ojos un instante, ¡SI! ¡Es ella!
He descargado mi semen en su vientre. Se deja caer sobre mí, siento sus senos pequeños sobre mi pecho, sus brazos me abrazan. Sus manos me acarician. Sus ojos, embargados por la emoción, lloran en silencio, derraman sus lágrimas sobre mí y saboreo su sal, lamiendo sus mejillas. Estoy perdido.
–Te quiero papá. Te quiero con locura. Cada vez que alguien me poseía, pensaba en ti, solo en ti. Así se me hacía soportable. Cuando alguien penetraba mi culo y me dolía, pensaba en ti y me daba placer. En mi mente he estado follando contigo siempre. Te he llevado conmigo siempre.
Se mueve, se incorpora, adelante y atrás, aun estoy en su interior, mi sexo se revive con sus palabras, con su voluptuoso vaivén.
Sus movimientos se aceleran, una mano acaricia sus pechos. Percibo algo tras ella. Un sexo sobre mi rodilla, humedad. Acarician mis testículos. Madre e hija se han acercado para excitar más, si cabe, a Ana que se mueve a grandes golpes de cadera sobre mí. Apoyando sus manos en mi pecho.
El temblor de sus rodillas, me indica que su orgasmo es inminente y no se hace esperar.
Estalla, una contracción de todo su ser, sus uñas se clavan en mis clavículas.
Se yergue sobre mi pene. Se tira de los cabellos con ambas manos, se dobla hacia atrás, su cabeza mira al techo. Un grito, gutural, brutal, animal, una convulsión. Su cuerpo es lanzado sobre mi pecho, como si un enorme mazo, le hubiera golpeado la espalda.
Y queda inconsciente, tendida sobre mí, desmadejada.
La saliva salía de su boca, caía sobre la mía, y yo la bebía, como zumo de fruta celestial. Besé sus labios, abrace su cuerpo, y lo estreche, como si se me fuera a escapar la vida con él. No puedo describir lo que sentía en aquel momento. Solo que era una sensación sublime. Trataba de no pensar.
Poco a poco se fue recuperando. Me estrecho entre sus brazos.
–Gracias papá. Creo que sé, lo que esto significa para ti. El esfuerzo y la lucha interna que te creara. Pero yo lo necesitaba.
Quería que me conocieras como realmente soy, lo comenté con mamá Clau y hermana Claudia, ellas son las únicas que podían comprenderme y preparamos todo para obligarte a participar. Perdóname. Perdónanos a las tres.
Claudia y su hija, sentadas a ambos lados de nosotros nos acarician con autentica ternura, con amor. ¡Joder! Lo que me he estado perdiendo.
¡Dioss! ¿Cómo puede ser esto un crimen? Ésta, es la más pura manifestación de amor, que se pueda dar entre humanos.
Pero en el fondo de mi entendimiento, algo me dice que no está bien.
¿Cómo será nuestra relación a partir de ahora? ¿En que nos hemos convertido? ¿Soy su padre? ¿Su amante? ¿Un lio de una noche, bajo la influencia del alcohol? ¿Qué pasará mañana cuando tenga que mirarla a la cara?
No me siento bien. Voy a vomitar, me levanto y entro en el baño. Falsa alarma. Refresco la cara y me despejo un poco. Entra Clau.
–¿Qué te ocurre, te encuentras mal?
–Si, bueno, no. Estoy bien. Ha sido una rara sensación en el estómago.
–La conozco. Me ocurrió lo mismo con mi hija. Pasará. Piensas demasiado José. Me has dicho que viva el presente, aplícate la medicina doctor.
Mañana lo veras todo más claro. Vamos a la cama. Las chicas están dormidas.
–Espera, sentémonos en la terraza. Hay algo que debes saber.
–Me asustas. ¿Qué es?
–Ayer, en Madrid.
–¿Con Mila?
–¡No! Con Mila no sentí nada, solo cruzamos algunas palabras, nada más.
–Entonces, si no quieres, no me cuentes nada.
–Pero yo quiero contártelo. Por la tarde estuve en casa de Edu y Amalia……
Y le conté todo lo ocurrido……
–Jajajaj. ¡Qué bueno! ¡Vaya casualidad!
–José, ¿Qué pasó en el club de Gerardo para que cambiaras tan radicalmente tu actitud?
–Me resulta difícil hablar de esto, Clau. Lo bueno es que ya no me afecta como antes.
Llegamos al club sobre las once y media, había pocas parejas, en la barra de la entrada charlaban cuatro tipos de unos treinta años. Mila, al entrar, se fue hacia ellos y les saludo, al parecer la conocían. Después me enteré de que habían participado en un gangbang tiempo atrás. Se fue con ellos a una de las dependencias del local. Me quede solo y sinceramente, con ganas de marcharme de allí. Debía haberlo hecho.
Alma, la muchacha relaciones publicas del local, se dio cuenta de que algo ocurría y se acercó.
–Hola Felipe, una alegría verte, ¿Qué vienes con Mila?
–Si, es mi mujer y me llamo José.
–Perdón, no quería molestarte.
–Soy yo quien debe pedirte perdón, lo siento. Estoy algo descolocado.
–Vaya, Gerardo me comentó algo sobre que tu no sabias nada de la vida de Mila, y de pronto lo descubriste todo.
–Así es. He vivido quince años con una desconocida.
–Y ¿Qué quieres hacer ahora?
–La verdad no lo sé. Supongo que tendré que enfrentarme a la realidad, ver y saber que hace Mila, como ha sido su vida.
–¿Aun la quieres?
–Si, desgraciadamente la sigo queriendo. Es algo que se escapa a mi voluntad.
–¿Quieres verla?
–Si, tengo que hacerlo.
–Ven conmigo.
Me llevó a una habitación donde Mila estaba siendo penetrada por todos sus orificios a la vez, gritando, como una marrana cuando le sacaban la polla de la boca, la cara descompuesta, el rostro lleno de salpicaduras de semen. Boca arriba, sobre un tipo que se la metía por el culo, al tiempo que otro encima de ella le follaba el coño y otro se la metía en la boca. Sentí nauseas.
Alma se dio cuenta y me saco de allí, entramos, en lo que al parecer era su habitación. Tenía ropa, enseres, una pequeña cocinita y un baño reducido. Me sirvió una copa de brandi, que acepté con ansia. Sentada en la cama a mi lado, me hablo de Gerardo y Mila, que se conocían desde hacía más de veinte años. Que fue él quien empujó a Mila hacia la prostitución, al igual que a ella. Que ese era un camino sin retorno. Que lo que debía hacer era dejar a Mila y olvidarla. Me sentía apático, extrañamente tranquilo. Mi mujer estaba siendo follada por cuatro bestias y no me afectaba.
En aquel momento tomé la decisión. Me divorciaría y la apartaría de mi vida.
Alma me abrazó. Su calor, su olor me excitaban. Me besó, la bese y acabamos follando como animales. Al terminar seguimos charlando hasta que oímos un tumulto, salimos a ver qué ocurría. En una de las dependencias se agolpaba la gente.
Habían entrado varias parejas que miraban en dirección a un agujero en la pared, donde los que querían introducían sus pollas y follaban lo que hubiera detrás.
Y detrás estaba Mila. Parecía estar loca, colocaba el culo o el coño en el agujero para que se lo follaran, mientras se la mamaba a quien se pusiera delante. O bien se daba la vuelta y mamaba la polla que salía del agujero, mientras le follaban el culo o el coño. Se corrían sobre ella, sobre su cuerpo desnudo, su cara, su cabeza.
Los muslos chorreaban una mezcla de sudor, flujo, semen, orines. Apestaba. Era repugnante.
Mila se saco la polla que tenía en la boca, se giró, me miró y se rió.
¿De qué? ¿Por qué?
¡De mí! ¡¡Se reía de mí!!
No pude mas, me marché, la dejé sola, no me necesitaba.
Lo que me había dicho, horas antes, las promesas de fidelidad, las lágrimas, todo mentira. Su locura no le permitiría dejar esa vida y yo no estaba dispuesto a soportarlo.
–Pero eso ya es pasado, ya no es, no existe. Ahora te tengo a ti, conmigo. A mi lado. Y me he dado cuenta de que te quiero.
Estando con Amalia mi mente estaba contigo. En cuanto pude me lance a la carretera en tu busca. Mi amor ahora está aquí. ¡Tú eres mi amor!.
–¡Muy bonito! ¿Y nosotras qué?
Las dos zorritas nos habían oído desde el dormitorio.
–Vosotras, también sois mis amores. Pero, no volváis a liarme como antes. Vais a acabar conmigo. Venga, vamos a la cama. ¡Pero a dormir!
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