Mimí, una puta de Barcelona muy exquisita

Yo trabajaba en un club de alterne donde las chicas fuman y los telones se levantan. Yo era linda, preciosa y exultante. Y mis clientes, amables y solventes.
Siempre me interesó el dinero y nunca me escondí de mi gusto por el billete y el bolsillo lleno. Por eso y por mis placeres, yo era la mejor señorita de compañía en la Barcelona de la época. Pasada la guerra civil y aún en la dictadura, en los años 60 yo ofrecía mis servicios como mujer de moral distraída y de pechos en punta.
Los hombres, reprimidos y anulados por un régimen político enrabietado, y con mujeres insulsas que en la cama no les satisfacían, venían a Mimí. No a Miami, sino a mí. Y venían a mi espectáculo de la calle Rosellón en el corazón de esta bonita ciudad, a dejar que sus sueños se hicieran realidad.

Una cantante con un toque muy exultante y beneficioso

Yo cantaba como si se tratara de la mismísima Marlene Dietrich, la femme fatale y voz inolvidable de Hollywood. Alta y esbelta, aunque yo morena, y de pechos voluminosos era el encanto de mi público. Como si de las tropas estadounidenses se tratara, cuando Marlene cantó para ellas en la Segunda Guerra Mundial, yo, cantaba en un pequeño local. Me excitaba en el escenario, para mi reducida audiencia y para mi público. Mi marido no era John Wayne pero tenía mis romances con marines que venían al puerto de Barcelona.
Al igual que la diva rubia alemana, yo era promiscua, caliente, calentorra, descarada, desenvuelta y con la calle, bien corrida. No me enrollé con Greta Garbo, pero mi lesbianismo era vox populi entre las callejuelas de las Ramblas de aquellos tiempos, no las corruptas callejuelas de ahora. Donde las peleas y el descaro campan a sus anchas.
La calle Robador de los años 60, eso sí que era vida: pobres, putas, anarquistas y mariconas, travestis y chulos de extraperlo, adornaban cada quicio de portales mojados y humeantes. Parecía la Francia de los tres mosqueteros. Oscura y mojada. Maloliente y enratada.
Pero yo seguía en mi show de Rosellón, exhibiendo mis encantos en blanco y negro. Conocí a un chico una noche, era buen muchacho, nunca le negué, al contrario, le acepté. Él era más joven que yo; y él, me dejó una nota en mi entreteta:

-Quiero ir a tu camerino.

La visita a mi camerino de un caliente marino

En la siguiente canción, mientras pasaba por su mesa, disimuladamente le dejé mi correspondencia:

-Camerino 5, inmediatamente después de mi actuación. Te espero.

Él no lo dudó, con el uniforme de marino de cualquier parte, en cuanto acabé de cantar, él se pasó por mi lugar de estar. Entró y sin mediar palabra nos besamos. Yo tenía fama de femme fatal, de promiscua sin poderlo remediar, es decir, que me iba la mezcla a mil por hora. Hombres y mujeres. Chicas y jovencitas. Mayores y abueletes. Obreros y empresarios. Kioskeros y cajeras. Pasen y vean. El espectáculo de Mimí va a empezar. Pero esa noche, decidí estar con un falo.
Le desabroché el pantalón marinero, como solo una mujer experimentada sabe hacerlo. Hay otras que tienen más problemas que un ladrón novato, pero yo, parezco el mago Jeremy, que te quita el reloj y no te enteras. Él, cuando se quiso dar cuenta, tenía los pantalones bajados.
Llevaba unos calzoncillos ajustados que no tardaron en salir de su sitio. Al igual que el paquete que dotaba al fornido marinete. Lo agarré con una mano lo cual fue imposible porque me faltaba mano para tanta masa. No podía agarrar los dos testículos con una mano y me ayudé de las dos.
En un momento ese chico estaba gozando con la puta más caliente de Barcelona, y el masaje que sufría en sus partes más nobles, era majestuoso. Con mis manos llenas de polla y dos pelotas como una olla, me mojaba y excitaba por segundos como yo sola. La gran Mimí llena de gozo, masajeando y palpando cada milímetro de su polla endurecida. Se excitaba y yo, lo notaba.
Mi conejo lo notaba húmedo y pronto quise tocármelo pero con su sabor de hombre. Así que, tal cual tenía la mano en su falo y huevos, me froté mi conejo caliente. Qué gusto! notaba su polla rozándome, aunque fueran mis manos.

Sin mediar palabra, él cambió de actitud, y me dio la vuelta, mi falda que me arropaba, me la subió y mis bragas con violencia me las bajó, dejó al descubierto mi carnoso culo. Dios, qué placer recordarlo!, me pasó sus agitadas manos y dedos por la raja acercándose a las puertas de mi culo, de mi ano, de mi ojete, mi lugar secreto; lo cual, me hizo explotar en un sonoro gemido de placer. Pero él me tapó la boca, con la otra mano.
Se ensalivó la mano, y me mojó mi culo, mi ano. Me metió un dedo, y no pude ni resistirme, me gustaba y me dolía. Y cuando quise decir algo, noté algo más gordo y caliente, era su polla que quería penetrarme. Y entonces me callé. No debía hablar. Porque cuando una mujer siente placer, su deber es no entorpecer. Y le dejé hacer, me estaba dilatando, por segundos.
Y con un empujón violento y seco, me penetró con toda su polla dura, noté toda su extensión, tronco y hasta los huevos que quedaron aprisionados contra mis nalgas. Estaba llena de verga por detrás. Solo quedaba que me frotara por dentro, quería fricción, de todas mis paredes anales para esperar el gusto ansiado. Y con su verga, no sería difícil. Y comenzó a friccionar y meter y sacar y darse gusto.
Y me empezó a follar el marinero ansioso. Medio apoyada en la mesa de mi camerino, donde tantas veces me había maquillado, me estaba follando el culo, estrecho y ahora dilatado, mojado; con mi falda subida de improviso y mis bragas bajadas. Mis tetas colgaban y se mecían al compás de sus embestidas. Con la blusa abierta me veía las tetas grandes en el espejo, lo tenía a unos centímetros y me veía reflejada como gozaba. Me miraba a mí misma y a mi marinero por detrás, que ni me miraba. Con su cara perdida y rabiosa de placer, dejaba que me follase el culo. Y entre gemidos y empujones violentos me penetró a cada momento. Y desde ese día, fui Mimí la más puta de Barcelona. Un placer inolvidable.

 

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