Vivir en el pecado

El mes de mayo fue inolvidable. No solo había descubierto, muy a mi pesar, mi aparente bisexualidad, sino que no tenía nadie con quien hablarlo, con quien compartir mis más que crecientes dudas… La única persona con la que podía charlar de ello era Mariano y había cerrado su vida a cal y canto y, como siempre que las circunstancias lo superaban, dejar que el tiempo lo curara, o lo pudriera todo.

Esa circunstancia hizo que mi soledad fuera aún mayor, pues había un mar de gente a la que debía ocultar mi nueva forma de sentir y de ver la sexualidad. Y si había alguien con quien estaba obligado a interpretar el papel del “antiguo Ramón”, esa era Elena, mi mujer.

No sé si porqué estaba más susceptible que de costumbre o porqué realmente la cosa iba a peor, pero mi matrimonio hacía aguas por todas partes. Cada vez conocía menos a mi mujer y dejaba, a su vez, que ella supiera menos de mi persona, vagamos por el día a día sin ninguna ilusión por estar el uno con el otro. Cada acercamiento mío hacia ella era respondido con una instintiva frialdad, cada gesto amable suyo no era correspondido por mí en la justa medida.

Intentaba hacer de tripas corazón ante mi “nuevo yo”, pero las circunstancias no eran lo más propicia. Lo único que me sacaba de mi deprimente existencia era la rutina laboral, lo que no era, ni mucho menos, demasiado alentador.

Los días parecían largos esperando que algo cambiara en algún momento, pero se trataba solo de un absurdo tiempo muerto en el que los minutos y las horas se iban para no volver. Me sentía como un espectador de mi vida que en lugar de disfrutar cada momento de ella, la veía pasar ante mis ojos, un día y otro…

Una tarde, paseando con las niñas, me encontré a Aurora, la madre de Mariano, iba con Carlos, su hijo mayor y la mujer de este. Tras las rutinarias preguntas sobre el estado de salud, la familia y tal, fue inevitable que mi amigo saliera a coalición:

—¡A mi Marianito le pasa algo!, lleva un mes que solo va de casa al trabajo y del trabajo a casa. ¡Si hasta algunos días ni va al gimnasio y eso ya es raro en él! ¿Tú sabes que le pueda pasar? — La pobre mujer confiaba en mí ciegamente pues conocía del afecto y larga la amistad que me unía a su hijo y de no haberlo visto realmente mal, no me hubiera pedido nunca ayuda tan abiertamente como lo estaba haciendo.

—No, pero eso tiene fácil solución… ¿Esta tarde estará en casa?

—Yo creo que sí. Pero si vas a ir a verlo hazlo después de las siete que es cuando vuelve del gimnasio. ¡No vaya ser que hoy le dé por ir, que ese hijo mío tiene esas “caias”!— Al decir esto último, el rostro de la buena mujer cambió de mostrar una completa preocupación a mostrar una generosa sonrisa.

—Pues usted no se preocupe señora que ya procuraré yo “pervertirlo” para que se anime a salir a tomar una cerveza.

—A ver si puede ser que se anime el Marianito de Dios, porque el pobre está más “amargao que er culo un pepino”.

Con la excusa de tranquilizar a su madre, le haría una muy merecida visita a mi amigo a quien, por más que me pesara, cada día echaba más de menos.

A las siete de la tarde, puntual como un reloj, llamaba el timbre de la puerta de su casa. Esperé un poco pero no salía, por lo que deduje que o estaba en la ducha o durmiendo, volví a insistir y al poco, aparecía Mariano con un aspecto de dejadez total. Por su amodorrado gesto se vislumbraba que lo había despertado, vestía una camisa vieja y un pantalón de chándal y, lo que más llamó mi atención, lucía una poblada barba que le daba un aspecto de vejestorio que no iba para nada con la imagen que de él guardaba. Su primera reacción al verme fue de sorpresa pero, a la vez que fue adentrándose en el mundo de los vivos, fue frunciendo el ceño y dirigiéndose a mí de un modo, a mi parecer bastante descortés, me dijo:

—¿Qué haces aquí?

—Pues nada que esta mañana he visto a tu señora madre y me dijo que estabas un poquito raro —Hice una pausa aguardando su respuesta pero al ver que no decía nada, proseguí—Y lleva razón la buena mujer porque amigo… ¡Vaya carita que tienes!

Me miró durante unos segundos, tragó saliva y me dijo:

—¿Mi madre te ha dicho que estoy mal?

—Sí, la pobre está bastante preocupada por su “niñito”, y cómo sé que me vas a decir que no te pasa nada, he pensado que te arregles y me lo cuentes en el bar —Con mi tono frívolo y dicharachero me exponía a que me mandara a freír espárragos, pero era obvio que si no me arriesgaba, no iba a sacar a mi amigo de su jaula.

Arqueó las cejas y clavó su mirada en mí, me dio la impresión que me iba a decir una grosería pero en cambio, adoptando una pose condescendiente me dijo:

—¿También me tengo que afeitar?

—Mejor, porque no es que la barba te siente fatal, si no lo siguiente…Tú me entiendes, ¿no?…

Tras sonreír tímidamente, me hizo pasar salón de la casa, puso la tele y me ofreció una copa para que esperara mientras se afeitaba y duchaba.

He de reconocer que, al menos un par de veces, por mi mente pasó la tentadora idea de entrar en el cuarto de baño y romper, de una vez por toda, aquella especie de celibato que nos habíamos autoimpuesto, pero sosegué mis ansias pues, si como intuía, el motivo de la pequeña depresión de Mariano se debía a lo ocurrido en Semana Santa, con el cabrón de su ex y a lo que sucedió después conmigo, consideré que lo menos que precisaba en aquel momento era algo así, por mucho que mi cuerpo lo necesitara. Aparqué los deseos de mi pensamiento y me centré en ser la buena persona que mi amigo precisaba en aquel momento.

Cuando salió acicalado de su cuarto parecía otro y aunque sus ojos seguían triste a más no poder, intentaba sonreír con los labios. Mi amigo estaba tan mal que no quería reconocerlo, y a mí la única receta que se me ocurría era mucha amistad, comprensión y, sobre todo, muchísimo cariño.

Nos tomamos un cubata en el bar de siempre, al principio me costaba sacarle las palabras pero no sé si por el alcohol o por que le hacía mucha falta, cuando comenzó a charlar no había quien lo parara. ¡Hablaba hasta por los codos!

Tras aquella tarde, hubo otras que salíamos improvisamente a dar una vuelta y poco a poco conseguí que fuera saliendo del agujero en el que se había metido. Nunca me contó que pasaba por su mente pero sabía que agradecía mi compañía y eso que nunca hubo sexo, pues ambos nos comportábamos como si quisiéramos cerrar aquella puerta por completo (Aunque en realidad, nuestras mentes y nuestros cuerpos clamaran lo contrario).

Pero pese a todo lo bien que nos sentíamos, no estaba dispuesto a renunciar a seguir compartiendo mi pasión con él pues una vez conocido el paraíso, no era lógico seguir viviendo al este del Edén. Así que una tarde que estábamos a solas tomándonos una copa en el pub de costumbre, cogí el toro por los cuernos y, sin medir las consecuencias, le lancé la tajante pregunta.

—Oye, ¿he tenido yo algo que ver con tu pequeño enfado con el mundo?

Mariano me miró durante unos segundos, se quedó pensativo frunciendo el ceño, pegó un largo buche de la bebida que tenía ante sí y dijo:

—Sí y no. Más que enfadado con la gente, lo estoy conmigo mismo.

—¿Por qué? —Clavé mis ojos en los suyos, intentando descubrir el secreto que encerraban. Él me devolvió una mirada sincera y poniéndose bastante serio me dijo.

—¿De verdad lo quieres saber? —Asentí con la cabeza—Pues vayamos a mi casa y te lo cuento, sé que puedo a salir llorando y no creo que este sea el sitio adecuado para ello…

La franqueza de sus palabras me dejó atónito. Mariano estaba demostrando ser todo una caja de sorpresas, su homosexualidad me costó asimilarla casi tanto como mi supuesta bisexualidad por eso cuando dijo de desembuchar todo lo que llevaba dentro, de antemano sabía que no me dejaría indiferente.

Nos servimos un refresco cuando llegamos a su casa y nos sentamos en los butacones del salón, uno frente al otro.

—Esto que voy a contar no se lo he contado a nadie, —Su tono era pausado y tranquilo, como si lo hubiera meditado mucho previamente—pero si hay alguien en este mundo que merezca saber lo que me pasa, ese eres tú.

Instintivamente le cogí la mano y me hice cómplice de su mirada, en un claro gesto de mostrarle todo mi apoyo.

—Con lo que pasó en Semana Santa me sentí el hombre más miserable del mundo. No solo había sido un imbécil dejándome embaucar por Enrique de nuevo, sino que te use como desahogo…

—Yo no le puse ninguna pega a aquello, al contrario —Dije intentando quitar importancia a la cosa y mostrando la mejor de mis sonrisas.

—Ya… Pero lo que menos necesito en este mundo es tener sexo con alguien que no puede estar al cien por cien conmigo… — A pesar de que había empezado hablando con una firmeza y tranquilidad pasmosa, a la vez que la conversación iba avanzando, las palabras parecían apagarse en su boca. —El sexo por el sexo es solo un desahogo físico, hoy por hoy en mi vida necesito algo más y tú, tristemente, no me lo puedes dar.

Lo miré, si algo tiene mi amigo es que sus palabras pueden ser lapidarias y dejarte sin argumentos. No supe que decir, pues había dicho una verdad como una catedral de grande: lo nuestro, si había existido en algún momento, era algo con fecha de caducidad.

—Desde lo de Enrique, —Prosiguió al ver que guardaba silencio—Llevo todo el tiempo deambulando por la vida, temiendo a las relaciones largas, evitando que me hicieran sufrir como entonces. Cada vez que alguien se acercaba lo suficiente, salía corriendo despavorido… Y cuando más habituado estaba a esa forma de vida, surge el sexo entre nosotros.

»¿Sabes cuánto tiempo había deseado acariciar tu cuerpo y follar contigo? ¡No tienes ni idea…! Y cada vez que lo hacemos, me siento más unido a ti y sé que es algo que por mucho que nos empeñemos no puede acabar bien.

»Como me siento cuando estoy contigo, no me he sentido nunca es algo para lo que no tengo palabras…Y lo peor es que siempre que lo hemos hecho, he tenido la sensación de que el alcohol y la calentura ha tenido mucho que ver.

—¡Sabes que no es así! —Dije como tropezando con las palabras y sin dejar de acariciar su mano.

—Quiero creer que no pero no me entra en la cabeza que alguien que siempre solo le han gustado las tías, se encuentre a gusto follando conmigo. Entiéndelo Ramoncito, ¡es bastante difícil de asimilar!

—La verdad es que todo esto es nuevo para mí… Ignoraba que me pudiera gustar que un hombre me comiera la polla y menos aún, el penetrarlo… Pero es una sensación bastante agradable y aunque me cueste decirlo: te echo de menos.

Si mi mente hubiera dado paso a los sentimientos, el final de mi frase hubiera sido un tierno beso, pero como era un camino que aún no estaba preparado para recorrer, nos miramos como si quisiéramos devorarnos con la mirada.

—Sé de lo que hablas pues por ahí pasé yo en su momento, ¿o tú crees que yo descubrí que me gustaban los tíos de la noche a la mañana?

—Supongo que no. —Guardé silencio durante un instante y sin darle tiempo a reiniciar la conversación le lancé una directísima pregunta— ¿Cómo fue que te distes cuenta?

—Pues como todo en esta vida, de casualidad. Tendría yo unos dieciocho años. Se había estropeado la lavadora, habíamos llamado al técnico y este no aparecía. Mi madre tenía que ir al hospital con mi padre para hacerse unas pruebas, por lo que me tuve que quedar en casa esperando al dichoso señor.

»Con dos horas de retraso apareció el individuo que era el prototipo de chapuzas a domicilio que todos tenemos en mente: Alto, robusto treinta y pocos años, aspecto de brutote, varonil y porque no decirlo: guapo. A esto último ayudaban mucho sus ojos verdes, un cabello negro como el azabache y una perenne expresión de niño travieso que se dibujaba en su rostro. Algo que no se me ha olvidado de él eran sus preciosos labios: carnosos y sensuales.

» Aunque lo que más me llamó la atención del tipo, era la inmensa mata de pelo que le salía por el pico del uniforme de trabajo, yo por aquel entonces estaba obsesionado por los vellos porque aparte de las piernas, las axilas y de donde dijimos, no me había salido ninguno en otra parte del cuerpo y los colegas, tú entre ellos, me teníais acomplejado por la falta de pelo en mi cuerpo.

—Sí, me acuerdo que a todos nos dio por abrirnos los botones de la camisa para enseñar lo macho y lo peludo que éramos —Dije riéndome, pues ver como mi amigo se había animado contando aquella batallita de su juventud hizo que la pesadumbre que nos afligía se esfumase por un momento, dando paso con ello a una alegre nostalgia.

—Sí, ¡erais más horteras que los Chichos! Bueno, el caso es que creo el técnico se tuvo que pensar que quería jaleo cuando me quedé mirándolo tan descarado (y nada más lejos de la realidad, pues con lo verde que yo estaba, ni se me había pasado por la cabeza), prueba de ello fue que lo primero que me preguntó el tío tras enterarse que mi madre no estaba era que si estábamos solos en casa. Al contestarle yo que sí, sonrió maliciosamente. Yo, con lo “cruo” que estaba, no entendí porque.

»Cuando se puso a arreglar la lavadora, observé que se tocaba el paquete frecuentemente. He de reconocer que una vez que otra me había fijado en el bulto de algún que otro compañero y una morbosa curiosidad siempre terminaba danzando en mis pensamientos, pero de ahí a pensar que me atraían los hombres había un mundo.

—¿Le mirabas el paquete a los compañeros? ¿A mí también? — Mis palabras estaban cargadas de una evidente morbosidad.

—¡Sí, como para no mirarte! Eras mi mejor amigo y además, lo que tienes entre medio de las piernas no es una cosa que se vea todos los días… —Era maravilloso ver sonreír a Mariano después de tanto tiempo—Pero deja de preguntar que nos van a dar las uvas contándote esto…

»El buen señor era el descaro personalizado, la lavadora el problema que tenía no era muy gordo: Se le había atascado la electroválvula de entrada o algo por el estilo. El caso que una vez terminó la reparación, sin ningún reparo me preguntó que donde estaba el servicio y todo ello sin dejar de tocarse el paquete el cual se le marcaba insolentemente bajo el mono de trabajo. Lo acompañé al baño que, cómo bien sabes, está fuera en el patio, y para no dejarlo solo aguardé a que terminara. El técnico, echándole todo el rostro del mundo, dejó la puerta abierta con lo cual desde donde yo estaba pude comprobar que lejos de mear, el tío lo que parecía que estaba haciendo era cascársela.

»Me quedé como congelado en el tiempo, un montón de pensamientos contradictorios recorrían mi mente pues había una parte de mí que me decía que debía llamarle la atención a aquel tipo por su desfachatez y otra parte de mí, alimentada por una curiosidad mal sana, deseaba saber hasta dónde me podía llevar todo aquello.

»El hombre, haciendo alarde de un inusual atrevimiento, se volvió hacia donde yo estaba y, deteniendo su inapropiada masturbación, me enseñó un enorme cipote tieso como una estaca.

»No sé qué cara tuve que poner al verlo, lo que sí sé es que me quedé inmóvil como una estatua, el tipo al ver que no reaccionaba volvió a acariciarse la polla de un modo netamente provocativo y mirándome con una expresión chulesca me dijo: “¿Te gusta o te parece pequeña?”.

»Aunque mi mente se negaba a reaccionar ante la morbosa visión, mi cuerpo respondió ante el pecaminoso estímulo y mi pene, sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo, se marcó bajo mi chándal como si fuera una tienda de campaña.

»Diego, pues así se llamaba el técnico, se percató de ello y haciendo gala de su expresión de granujilla, me guiñó un ojo y haciéndome una señal con un dedo, me invitó a que pasara al baño.

»Sé que lo que hice no tenía lógica ninguna, pero el deseo tiene en mí la capacidad de nublar los demás sentidos y pese a que ignoraba a ciencia cierta si los hombres me gustaban o no, lo que estaba viendo se me antojaba enormemente placentero.

»Avancé hacia el tipo como un autómata, poniendo el piloto automático en todos mis sentidos y dejando que la lujuria gobernara mi cuerpo.

»Diego, una vez me tuvo a su alcance, lejos de llevar mi mano a su sexo (Qué es lo que yo, inconscientemente, estaba deseando), me echó el brazo por los hombros y acercando su cabeza a la mía me dio un beso en los labios. Primero, tímidamente, juntó su boca con la mía y al ver que no ponía reparo alguno, hundió su lengua entre mis dientes y me dio un muerdo, que se me erizó hasta el último pelo.

»Sentir su rasposa lengua jugando con la mía enervó mis sentidos y, si hasta aquel preciso momento, me había dejado llevar como si alguien manejara los hilos de mi cuerpo, a partir de aquel instante abandoné cualquier indicio de cordura que pudiera haber en mi mente y me amparé en la locura de aquel apasionado beso.

»El técnico, al comprobar mi predisposición, me empujó fuertemente contra la pared y sujetando mis manos contra la fría pared de azulejos restregó salvajemente su sexo contra mi entrepierna. Si albergaba alguna duda, sobre si aquello me podía gustar o no, fue sentir la dureza de su miembro al frotarse sobre mí y estas se disiparon. El contacto de aquel sable inhiesto, se me antojaba como una especie de antesala de algo tremendamente exquisito.

»Nunca anteriormente había sentido algo que me produjera tanto placer, besar los labios de una chica, acariciarle sus pechos e incluso su sexo no tenían comparación con las emociones que recorrían mi cuerpo. Quién me besaba era un completo desconocido, pero nunca antes me había sentido tan unido a alguien, nunca antes nadie había conseguido que mi cuerpo vibrara como lo hacía en aquel momento…

»Pasado el momento inicial de desenfreno, la prudencia visitó mis pensamientos y lejos de pedirle al hombre que parara, le pedí que me esperara un momento, cerré con llave la puerta de la calle y con la seguridad que da el saber que no vas a ser molestado, lo invité a pasar a mi cuarto.

»Observé detenidamente a aquel tío, no es que fuera un adonis a los que nos tienen acostumbrado el cine y la televisión, pero todo en él emanaba testosterona al cien por cien y si a eso le sumamos su uniforme de trabajo gris, el cual se pegaba a él como una segunda piel, el hecho de que deseara acariciar aquel cuerpo y que aquellas manos me siguieran tocando del modo que lo habían estado haciendo, era un sentimiento de lo más obvio.

»No sé si mi fijación por los uniformes vendrá por él, pero todo en aquel tío me sonaba apetecible: su vigoroso cuello, su ancho pecho que se henchía bajo su camisa, sus peludas y rudas manos, unas redondeadas piernas sobre las que reinaba un redondo trasero y el bulto de su entrepierna, que parecía que iba a estallar de un momento a otro.

»Aquel día descubrí una faceta de mí que desconocía. Como sabes soy persona de analizarlo todo y de ver los pros y los contras de cualquier cosa, suelo reflexionar las cosas mucho antes de abordarla, pues mi actitud ante el sexo (como creo que ya sabes) es completamente opuesta: me dejo llevar y no pongo puertas al campo y eso, te puedo asegurar, me pasa desde aquella primerísima vez.

»Si en el momento inicial la timidez y la impasividad se habían apoderado de mi persona, fue ver aquel ejemplar de macho entre las cuatro paredes de mi habitación y toda cobardía se transformó en pasión, si minutos antes era el técnico quien sujetaba mis manos para que no me moviera mientras me besaba, la segunda vez que nuestros labios se besaron era yo quien tomaba la iniciativa.

»Jamás olvidaré aquel momento, el sabor de su boca era salado y amargo, una rasposa barba se frotaba contra mi delicada piel de un modo que se me antojaba satisfactorio, su pecho chocaba contra el mío mientras sus brazos se enredaban alrededor de mi tórax y lo que más me excitaba: el vigor de su entrepierna que se restregaba con la mía, proporcionándome sensaciones que no sabía ni que existieran.

»No sé cómo nos deshicimos de la ropa que llevábamos, lo que sí te puedo asegurar es que si el tío vestido me parecía atractivo sin ropas estaba para reventar de bueno, aunque lo que más me atraía de él era lo velludo que era y lo que más me gustaba: su poblado pecho. Un enorme bosque negro y rizado cubría por completo su pectoral en el que destacaban, como faros de un coche, sus pezones, dos enormes y oscuras tetillas que estaban pidiendo que las besara.

»Instintivamente alargué mis dedos hacia ellas, unos generosos suspiros de Diego me dijeron que estaba recorriendo el camino correcto. No sé porque, deje de besarlo y pose mis labios sobre una de ellas mientras masajeaba la otra. Mientras mi lengua jugaba con el pequeño montículo morado, intente aspirar el olor que emanaba de su cuerpo, un olor mitad colonia barata, mitad sudor del día hizo que mi polla vibrara de emoción. Si yo alucinaba por el matiz que estaban cogiendo los acontecimientos, mi acompañante no lo estaba menos. Pues el cándido jovencito que él había visto en mí, se estaba convirtiendo en un muy desvergonzado jovenzuelo.

»Lo que sucedió después me descubriría un placer que ninguna mujer ha sabido darme después en la misma medida: el treintañero se agachó ante mí y me metió una mamada de padre y muy señor mío. A pesar de su aparente hombría, el tío gustaba del cuerpo de los hombres pues dada la maestría con la que deslizó sus labios a través de mi pene, estaba bastante claro que no era la primera vez que lo hacía, ni mucho menos…

»Mi inexperiencia hizo que me corriera al poco, el hombre al ver que me venía se sacó la polla de la boca y dejo que el esperma fuera a parar a su pecho. Mientras se masturbaba extendió el viscoso líquido sobre el oscuro vello de su tórax y aunque pueda parecer algo de lo más asqueroso, en aquel momento, ver como mi esperma se mezclaba con la espesa manta de pelo se me antojo de lo más excitante.

»Le pedí que se levantara y me agaché ante él, lo justo hubiera sido que yo le hubiera devuelto el favor que me había hecho pero mis enraizados escrúpulos no me lo permitieron, aunque un demonio apasionado me pedía que me metiera aquel vigoroso trozo de carne en la boca, a un estrecho angelito (aunque te pueda parecer mentira) le daba bastante asco.

»Observé el miembro de Diego, tenía una de las erecciones más hermosas que he visto en mi vida una gruesas y anchas venas recorría su tronco como si fuera una enredadera, no recuerdo si era muy grande o muy gorda, solo recuerdo su enorme cabeza (casi duplicaba el grosor del tronco), la cual emergía y otra vez de entre el borde de sus dedos como una bestia salvaje.

»Ante el lascivo espectáculo, mi pene se volvió a despertar e intuitivamente comencé a masajearlo. De vez en cuando levantaba la mirada para ver la expresión de Diego y esta me ponía a cien, no mentiría si te dijera que incluso más que verle la polla.

»El técnico contrajo su rostro y encorvó su espalda a la vez que de su garganta salía un quejido adornado por un ahogado “¡Me corro!”, se su ancha uretra brotó un geiser de pegajoso liquido blanco que de manera premeditada fue a parar sobre mi pecho y la parte baja de mi cuello.

»Sentir aquel caliente líquido resbalar por mi tórax fue el acicate que necesite para estrujar aún con más fuerza mi verga entre mis dedos y extraer de nuevo el jugo de mis pelotas, que a los pocos segundos recorría el dorso de mi mano a la vez que una satisfacción plena, como la que nunca antes había sentido, recorría todo mi ser.

»Diego agarró mis manos y tiró suavemente de mí, cuando tuvo mi rostro frente al suyo me volvió a besar, esta vez la pasión dio paso a la ternura. A pesar de lo tosco de su aspecto, a pesar de sus rudos ademanes, sus encalladas manos sabían transmitir afecto en cada caricia que le dedicaba a todas y cada una de las partes de mi cuerpo. Pese a que me sentía sucio por lo ocurrido, sus muestras de cariño consiguieron fácilmente que me sintiera bastante mejor.

»Nos tendimos en la cama y seguimos besándonos al tiempo que restregábamos, el uno contra el otro, nuestros pechos y nuestros miembros viriles. Desconozco si nos movía la ternura o la pasión, o ambas por igual, lo que sé es que me sentía más unido a aquel tío de lo que había estado nunca de nadie. No conocía nada de él pero en mi fuero interno creía saberlo todo.

»Apagado el fuego de la lujuria, nuestras mentes volvieron a la realidad: a pesar de lo que había sucedido entre ambos, fuimos conscientes de que éramos dos desconocidos en un mundo donde la soledad es una moneda de uso común y del mismo modo que la locura visitó nuestros cuerpos, se marchó de ella.

»Un silencio cortante se colgó entre los dos, en mi pecho creció un sentimiento de culpa por lo sucedido que solo era comparable a la preocupación que mostraba el rostro de Diego, quien consciente de las normas laborales que había transgredidos y tras mirar con preocupación la hora, me preguntó que si podía ducharse pues tenía que estar en media hora en otro sitio.

»Si hubiera sabido aprovechar el momento y dejarme de zarandajas morales, lo hubiera acompañado a la ducha y habría compartido aquel momento con él, pero en cambio me quedé en la puerta del baño observando furtivamente su esplendorosa desnudez.

»Una vez terminó de secarse, ocupé su lugar y deje que el agua borrara el semen de mi cuerpo. Me vestí del mismo modo automático que él lo hizo y como si nada hubiera sucedido entre nosotros, procedí a pagarle sus servicios.

»Nunca olvidare lo que el buen hombre me dijo antes de marcharse: “Me lo he pasado muy bien contigo, si mi vida no fuera tan complicada no me importaría verte otra vez pero no me gusta hacer promesas que no pueda cumplir” y tras esto, poso sus labios sobre los míos, me dio un afectuoso abrazo y se marchó.

»Los meses siguientes unos sentimientos contradictorios me visitaban todos y cada uno de los días, pues mis masturbaciones eran acompañadas con rememoraciones de lo sucedido con Diego y cuando la lujuria se marchaba, me sentía la persona más horrible del mundo. ¿Cómo me podía estar pasando esto a mí? ¿Yo no podía ser maricón?

Escuchar a Mariano como desnudaba su alma estaba siendo enormemente productivo, pues estaba descubriendo que sus fantasmas del pasado no eran tan distinto a los míos y eso, en vez de hacerme sentir mal, me acercaba más a él. ¿Por qué este mundo se empeña en enmarcar las cosas en correctas y no, olvidándose de los matices? No todo es blanco y negro, hay una enorme variedad de tonalidades grises. ****

Seguía apretando su mano entre mis manos de la manera más natural del mundo, lo miré y al comprobar que había concluido con su historia le dije:

—¿Por qué es tan complicado todo?

—No creo que las cosas sean complicada, lo somos las personas.

—Sí, y tú y yo los más complicados del mundo.

—Es lo que tiene el ser humano: es imperfecto…

—…condenadamente imperfecto.

Arqueó las cejas y me miro haciendo un mohín de extrañeza, pero no dijo nada.

—¿Te gusta estar conmigo? —Mi pregunta era directa y sin florituras.

—Sí, más que nada en este mundo…

—¿Y porque nos huimos?

—Quizás porque estés casado y Elena es mi amiga…

El muy cabrón sabe dónde dar para hacer pupa, si aquel momento tan íntimo y personal me había hecho olvidar en algo mi ruin existencia y él me la había vuelto a recordar de golpe, con su ironía y su puñetera sinceridad a destiempo. Aparté mis manos de la suya y contando hasta diez, para no decir algo de lo que me tuviera que arrepentir, le dije:

—Eso es una excusa como otra cualquiera, sino follas conmigo no es por ese motivo y tú lo sabes, es porque temes que yo te vuelva a hacer daño del mismo modo que lo hizo Enrique… Y no tienes ni idea de lo que me duele eso, porque deberías saber que lo último que yo haría en este mundo es hacerte sufrir…

A veces las palabras salen de los labios, otras lo hacen del corazón y aquellas mías últimas habrían brotado de la desesperación. Pues aunque todavía entonces mis impulsos gobernaban mi cuerpo y no le buscaba una lógica razonable a mis actos, lo único que quería es no perder una de las pocas cosas que me hacían tener ilusión por el día siguiente y él, ofuscado en un torpe raciocinio se empeñaba en negar lo evidente y en ponerle fronteras a lo que ambos sentíamos, pues, a diferencia de mí que todavía andaba intentando averiguar el significado de lo que sentía, él ya tenía muy claro cuáles eran sus sentimientos hacia mí. Tan claro, tan claro que estaba muerto de miedo…

Mariano, tras mi pequeño sermón, agachó la cabeza como avergonzado, guardo silencio unos segundos para después concluir diciendo:

—Si desconfiara de ti y no te creyera, te puedo asegurar que no estarías sentado ahí hablando conmigo. Eres la mejor persona del mundo que conozco y ese concepto que tengo de tí, nos acostemos juntos o no, no va a cambiar.

Escuchar sus palabras me aportó una enorme tranquilidad, saber que formaría parte de mi vida era lo único que precisaba de él en aquel momento. Instintivamente miré el reloj, este me devolvió a la cruda realidad: era tarde y tenía que volver a mis quehaceres familiares.

Al despedimos con un fuerte apretón de manos, le dije:

—¡Mañana vete olvidando de ir al gimnasio! Hemos quedado con la gente en el Avenida para ver España-Italia.

—Sí, a las seis de la tarde. ¡Creo que es la primera vez que me lo dices! —Dijo con su particular tono irónico.

Al llegar a casa Elena no estaba muy habladora, las que si lo estaban eran Carmen y Alba, sobre todo esta última que me tenía que contar con pelos y señales todas las importantísimas cosas que había hecho en el “cole”.

Era curioso desde que veía un día sí y otro también a Mariano, mi relación con Elena había mejorado aunque deambulábamos como dos islas en el inmenso océano de nuestro día a día, nos respetábamos y nos preocupábamos el uno por el otro, aunque la pasión se fue para no volver el afecto que nos teníamos era suficiente. Hoy en perspectiva, veo que sin la ilusión de estar con mi amigo nuestro matrimonio se hubiera ido al traste más pronto que tarde pues he de reconocer que él creer que lo había perdido para siempre me volvió un poco huraño y toda la mala leche la soltaba con quien menos debía: con Elena.

Ella, por su parte, usaba cada vez menos sus prácticas manipuladoras para que sometiera mi voluntad a sus caprichos. Yo le daba su espacio, ella me daba el mío y ambos éramos más felices.

La mañana siguiente en la ducha, rememoré la historia de Mariano con el técnico me envolví en sus palabras y como siempre que pensaba en él, me terminé masturbando. Imaginando que era yo quien se abrazaba a él y nos empapábamos mutuamente con nuestro esperma.

Tras varias sacudidas mi polla escupió la prueba del placer, que fue borrada por el agua caliente y el jabón.

Mientras me vestía pensé que tanto más conocía de mi amigo, más fantasías recreaba en mí. La naturalidad y morbosidad con la que me contó su primer encuentro sexual se quedaron clavadas en mi mente por mucho tiempo y sirvió, junto a los momentos vividos con él, en inspiración para mis momentos “American Beauty” mañaneros. Lo cierto y verdad, es que al cabrón no se le da nada mal eso de contar historias guarras…

Continuara en “¡Voy a por ti!”

Acabas de leer:

Historias de un follador enamoradizo

Episodio XXXII: Vivir al Este del Edén.

(Relato que es continuación de “Entre dos tierras”)

Hola, si estas por aquí es señal de que has terminado de leer el relato. La única manera que los autores tenemos de saber si este te ha gustado o no, es mediante tu comentario y tu valoración. Ya sabes…

Sí es la primera vez que entras a leer un texto mío y te has quedado con ganas de continuar leyendo más. En su momento publiqué una Guía de lectura que te puede servir para seguir su orden cronológico.

Y como siempre mi agradecimiento particular a todo el que valoró y comentó el relato “Entre dos tierras” y el texto explicativo “Hay una cosa que te quiero decir”. Y a modo personal, a cuco curioso: ¡Por supuesto que es un piropo!, soy de la opinión particular que si una historia no se hace creíble (por muy fantástica que sea), hace agua por todas partes. Procura hacerlo más (comentar); a Yoni: Ramón está todavía en la larga etapa de aceptarse él, por lo que los demás “”no le preocupan”” de momento. Y tienes razón, Israel no es un buen tipo…; a varianza: ¡Cómo me conoces!, sabes perfectamente que algunos de los personajes del capítulo pasado volverán a salir. Confío no haberte decepcionado con el episodio de hoy. ; a Albany: Bonitas las palabras que me has dejado en tu primer comentario y lamento el desorden en mi historia, pero nunca fue mi intención escribir una historia tan larga. ; a mOOrbida: Esta primera historia de Ramón serán quince episodios(este concretamente es el cuarto), y habrá momentos que te gusten más y otros menos, pero todos son importantes para entender la evolución de su relación con Mariano. De todos modos, si alguna vez la “cago” tanto que tienes que dejar de leerme, dímelo por favor. ; a Vieri32: Llevas razón amigo, se me ha “escapado” un poco la vena graciosilla. (En mi favor tengo que decir que los chistes de Ramón eran todos muy “heteros”). ; a longino: Una pena que lo de la araña no lo hayan cogido los “no- españoles”. La tontería de Merkel y Parker en un principio fue Villalobos y Barbera, pero busqué algo similar más universal. Y sospecho que con este de hoy no te he sacado ninguna carcajada como a ti te gusta (sorry). ; a Zarok : Comentarios como el tuyo, son los que me han animado a dar esta historia la extensión que se merece. Espero no defraudarte con ello (Yo por mi parte, voy a poner toda la carne en el asador). ; a Karl: Yo también soy un adicto a sudar en un recinto cerrado y no puedo estar más de acuerdo contigo. Un placer saber que te está gustando la historia de Ramón; a pepitoyfrancisquito: Veo que le ha salido un club de fan a Elena, que se le va hacer… Aunque lo mismo este Martes Santo no llueve y tenéis que trabajar. Tenéis más peligro que yo (que ya es decir). ; a mmj: Si con este relato no te he conseguido alegrar la noche/día, me doy por vencido(Por lo que sé, creo que son de los que te gustan). Cómo ves no estaba tan lejos Mariano, lo que pasa que hay huecos en la vida de Ramón que hay que ir rellenando para que se sepa porque fue cambiando en su proceder con su amigo. ;a mrcp: Veo que intuyes por donde van a ir los tiros en los próximos episodios, pero como no soy de adelantar acontecimientos, solo te diré que todo gesto que ya se ha leído de Ramón hacia Mariano tiene una explicación coherente detrás. ; a rofacale: Me alegro mucho que te haya servido la pequeña explicación, aunque su sentido era dar un avance de lo que se iba a publicar los próximos meses, pero si también vale para que lo tengáis más claro, ¡encantado!; a ella : Todo un lujo que una escritora como tú me dedique unas palabras, la verdad es que cuando comencé a escribir no me planteé su extensión y siento como si los personajes hubieran tomada vida propia en mi mente y pidieran más cancha (¡Pero qué te voy a decir yo a ti que no sepas!).; a bricod: Me alegro mucho de volver a ver un comentario tuyo, ya me dirás si este es de los buenos, de los regulares o de los malos y a Rocío: Ya que como dices te has limpiado bien, el beso que me quieres dar se lo das a Brad Pitt y ya que me lo dé él a mí después(Si cuela, cuela).

Volveré aproximadamente en quince días con un relato de la serie “Sexo en Galicia”, titulado: “Lo estás haciendo muy bien” (Protagonistas principales: Pepe y Francisco).

Hasta entonces disfrutad, disfrutad y disfrutad…

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