Vibradores para compañeras de habitación

Tamara y Mónica trabajan en uno de los supermercados de Madrid durante largas horas del día, se dedican reponer y estar en la caja atendiendo a los clientes, que ansiosos, acuden por comida y bebida para la familia.

Lo que nadie sabe que su momento más bonito reside en su intimidad. Todos creen que simplemente son amigas, conocidas de trabajo, pero esa no es la realidad. Lo realmente cierto es que ambas juegan en su habitación de alquiler por meses a fecha vencida, y ahí, desnudas y sin freno, atraviesan el sendero que les lleva al castillo de la felicidad. Los entresijos de sus deseos, son pulverizados por vibradores lubricados y chupetones inesperados.
Tamara es la más suelta de las dos, no llega a los veinte años, morena de piel, cara de haber roto más que un plato y tetas melosas como los flanes de yoplait. Una marca en desuso pero igualmente efectiva. Tetas que le piden darse gusto a diario, y harta de los babosos que continuamente se la quieren meter, se ha hecho lesbiana de pura cepa. Con un tatuaje en su seno izquierdo indica, mediante un símbolo expuesto, que ella no es una monjita de la caridad.

Por su parte, Mónica, más delgadita, morena y de tetas no tan generosas, pequeñitas, ofrece la parte más masculina de las dos. Lleva la acción activa, ha de ser ella la que suele penetrar a la golosa y viciosa de Tamara. Es paradójico como la más calentorra hace de mujer, se deja llevar y deja los pantalones a Mónica la follalesbianas. No tienen muchos problemas ya que se valen de sus vibradores y arneses comprados en su sexshop de turno. Se los colocan y adoptan la forma de un hombre plastificado, ya que pese a su golfería les hace falta una polla, cosa de la que carecen.
Para eso se han inventado los dildos, vibradores y consoladores para hacer de lesbianas las mejores amantes. Se han comprado también sus buenos condones para darle más realidad a todo este mundo erótico sin igual.
Tamara resopla de placer, porque ve como su amiga empuja para darse las dos el gustazo. Se ponen su dildo de dos cabezas y es como una polla doble que ambas se follan mutuamente. La bipolla de silicona.
De muslos generosos y vicio sin remedio, la regordeta tetona y morena Tamara ha pervertido a la pobrecita Mónica, que era heterosexual; pero un día, volviendo de su trabajo diario, le dijo: ¿te apetece bizcocho sin chocolate?. A lo que Mónica respondíó: «¿cómo, bizcocho sin chocolate?». Y Tamara, viciosa y golfa como ella sola le espetó: «Sí, bizcocho el de mi chocho, y sin chocolate para que te hartes¡».

Desde ese día, la humilde y gustosa Mónica de tetas pequeñas, agarra una tableta de Valor, que ella misma repone en el supermercado a diario, y se untan ambas, con esa fragancia achocolatada y profunda para que la polla de plástico más se hunda.

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