Tangas para todos los gustos

El tanga esa prenda de vestir, por decir algo, que cubre nada y menos el culo de cualquier mujer. Señora o ama de casa. En su cocina se pone el tanga, y se le sobresale por el pijama aún caliente de toda la noche. Mientras hace el café, la madura exhibe la tira del tanga que la cubre y que acaricia su cálida raja.
El tanga, de tupí, unos aborígenes de Brasil que cuando llegan los portugueses observan que esta población usaban unas prendas para cubrir lo mínimo. De ahí tanga, de tupí, aborígenes o nativos originarios de Brasil. Así, esta minúscula ropa o prenda, llega hasta nuestros días, y jovencitas y maduras la llevan. Sienten las cosquillas de la tira en su culo apretado. Muchas se calientan con solo llevarlo.
Él llegó a la cita que tenía con una madura a través de internet.

-Estoy en la habitación 403.- le dijo ella por el móvil, que llegando al hotel, él la llamaba. Para así, asegurarse de dónde tenía que ir. A qué habitación.

Llegó a un hotel veraniego, el trajín de la gente con chancletas y toallas de la playa, le hacía pasar desapercibido. El recepcionista o recepcionistas ni se percatan de la entrada de gente foránea al hotel. Para qué. Ellos ya tienen el dinero de cada turista que se hospeda en el hotel.
Así que se dirige a los ascensores, hasta el piso cuarto. Piso cuarto habitación:

-Qué habitación me había dicho?- empezó a dudar ya ni se acordaba, con el precalentón que llevaba, sabía que iba a follar a una madura que había hablado unas cuantas veces por teléfono, pero no sabía nada más. Sabía que era gordota, la había visto en unas fotos guarras que le había mandado al mail. Toda una madura guarra con ganas de follar. Punto. Esa era la historia. Y él la tenía que joder, como ella esperaba.
-La habitación cuatrocientos…- no lograba recordar si era tres o cuatro- joder, tendré que llamarla otra vez- empezó a refunfuñar él solo.

A los segundos ya estaba llamándola otra vez, ya desde el rellano del piso cuarto.

-Hola, ¿qué habitación es?
-Hola, la 403, te estoy esperando- le dijo ella más segura que él.

Cuatrocientos tres, claro, vamos para allí. Se repetía una y otra vez. Estaba a unos metros de la habitación. Picó, y ella abrió.
Él estaba calentísimo, le gustaban bien gordas, rellenitas y por foto le había enviado unas imágenes en su casa de pie completamente desnuda y toda abierta, tenía un coño maduro y gordo. Peludo hasta cierto punto, tampoco era frondoso, sería por la edad. Y quería follarse a una madura, y tampoco estaba muy acostumbrado a esas situaciones pero se había dicho.

-Qué cojones, hay que follarse a una madura ya, sea como sea.

Y tras unas charlas por teléfono, se habían caído bien. Y estaba allí, entrando en la puerta 403, de un hotel turístico, para follarse a una amiga madura, por primera vez. Seguirá, si alguien le interesa. Saber cómo fue. Fdo. Raúl.

           

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