Habia llegado Juanjo, que traía algo para hacer los bocadillos, para irnos a la biblioteca.
– Ya era hora, Juanjo. He estado a esto… – dije aproximando el dedo índice al pulgar – de marcharme.
– Tío no te lo vas a creer, la panadera me ha tirado los tejos.
– No te calientes, no te calientes.