Sexo con una escort de Madrid

Siete meses llevaba ya desde el día que dejé mi casa después de separarme de mi mujer, pero como las cosas iban mal desde hacía mucho tiempo, calculo que no follábamos desde hacía más de un año. Un tiempo que me maté a pajas, que vi por las noches a escondidas vídeos porno a mi placer. Sí como os digo, no pasé de un simple magreo con una compañera de trabajo que estaba borracha en la cena de Navidad de la empresa y una mamada rapidita que me hizo la camarera de un hotel porque le di mucha propina.

Empezaba una nueva vida, esa que deseaba llevar desde hacía tiempo. Tenía que hacer cosas diferentes por mi bienestar, y cómo no, el sexo era una asignatura pendiente. Pero no un sexo rápido y frío con alguna de las cientos de chicas que se anuncian por internet. Creí que no era la solución. Necesitaba un auténtico maratón de sexo, una chica que hiciera realidad mis sueños más eróticos. Y es que mi mujer no pasaba del misionero y poco más.

Ya de novios me decía que cuando tuviéramos nuestro piso tras las boda, el sexo iría a más, pero enseguida llegó mi hijita, y ahí se acabó todo.

Pues si, lo reconozco, estaba hecho un lobo hambriento de sexo. De que me hicieran todas las guarrerías del mundo, de que pudiera hacerlas yo, de tener un sexo salvaje, de comerme un buen coño, de que me hicieran una cubana, de que me la chuparan sin parar hasta correrme… Ya no podía más, pero quería tener una tarde dedicada solo y exclusivamente al sexo.

Fueron días de salir con los antiguos amigos, pero me llevaban a locales donde abundaban las putas de lujo que sólo pedían copas y que te fueras con ellas a sus apartamentos. Deducía que no era eso lo que quería, deseaba alguien con mayor compromiso, que le gustara el sexo tanto como a mi. Pero no una chica que después de correrme se fuera a la ducha, se vistiera, soltara la pasta y se acabó.

Pedía mucho, lo sé…

Necesitaba el sexo más salvaje

Era sábado por la tarde. Toda la mañana la había dedicado a acondicionar un poco mi nuevo apartamento, así que decidí no moverme del sofá en toda la tarde y ver la tele tocándome los huevos, algo que también echaba de menos.

Entre película y película, llamaba a mis amigos, todos separados como yo, pero ninguno parecía con ganas de salir por la noche a tomar una copa. Lo cierto es que sus excusas eran muy pobres, pero me olía que algo tramaban. A saber qué.

Cansado ya de tanto sofá, decidí ducharme, y de paso hacerme una paja bajo el agua. No había terminado de quitarme la ropa, cuando sonó el timbre de casa, imaginé que era alguien del edificio, ya que no escuché el portero de casa. Abrí con la toalla cubriéndome de cintura para abajo, y allí estaba ella: Una preciosa chica que me dejó sin habla.

Me saludó con una sonrisa, me dijo su nombre y terminó con una expresión que nunca olvidaré. “Hola, soy tu regalo; tienes unos amigos muy generosos”.

Estaba claro, era una escort Madrid, pero parecía una chica normal, elegante, educada, discreta, muy bien vestida y nada vulgar. Como así pude comprobar tan sólo unos minutos después.

Le dije que se sentara mientras me colocaba una ropa casual para estar más cómodo. Ella se quedó con las piernas cruzadas ojeando el periódico de la mañana. La miraba desde la habitación, observé como se quitaba la chaqueta y se quedaba tan sólo con una blusa malva que permitía adivinar unos pechos turgentes. Su cabello era castaño claro, largo, sedoso, bien cuidado, y no pasaba de los treinta.

Lo cierto es que de lo nervioso que estaba, casi pensé en decirle que se fuera. Pero era sin duda la chica de mis sueños, a pesar de saber que era una escort.

Volví al salón casi como un colegial, le pregunté si deseaba tomar algo, ella asintió con una pregunta. ¿Un poco de vino si me acompañas tu?. No me negué. Ni mucho menos. Así que en dos minutos cada uno sostenía su copa saboreando un rioja .

Me puso muy caliente

Comenzamos a charlar, conocía muy bien a mis amigos y también empezó a contarme sus gustos sexuales. Lo hacía con pelos y señales, pero de una manera tan natural, que me daba confianza y a la vez que me excitaba.

Mientras hablaba rodeaba la copa con su lengua, de una manera lasciva. A la vez que se desabrochaba poco a poco la blusa dejándome entrever un precioso sujetador negro. No paraba de moverse encima del sofá. Se descalzó y al cruzar sus preciosas piernas me iba calentando al ver como su liguero también negro desembocaba en lo que sería un coño que pronto me iba a dar más de una alegría.

Cada vez estaba más cerca de mi. Hasta que de repente se levantó. Dejó caer su falda a la vez que se quitaba la blusa. Era una verdadera diosa. Un cuerpo perfecto y una sonrisa pícara deslumbraban en la habitación. Yo me estaba excitado de sobremanera. Ella se dio cuenta, las escorts de lujo no son precisamente tontas. Así que dio un paso y se sentó encima de mi.

Comenzó a besarme mientras que a la vez que se quitaba el sujetador, me acariciaba el pelo, la nunca y hacia lo posible para quitarme la ropa.

Como no lo conseguía decidí levantarme y quitármela yo. Ella aprovechó para ponerse de rodillas en el suelo una vez que se hubiera quitado el tanga que llevaba. Y sin mediar palabra me la agarró mientras me dedicaba una sonrisa. No tardó en acariciarla, para en cuestión de segundos comenzar a lamerla, a chuparla, poco a poco, hasta que no sé cómo consiguió metérsela entera en la boca. De vez en cuando soltaba alguna arcada, pero ella continuaba a la vez que se acariciaba su clítoris. También estaba caliente, deseosa de disfrutar. Loca porque la hicieran gozar. Y yo concentrando en sus excitantes movimientos que hacía con la boca en mi polla. Succionaba, chupaba, la ensalivaba, sabía que no podía parar, hasta que de tanto tiempo sin sexo, le solté todo mi esperma dentro de la boca. Ella gemía mientras se lo tragaba, limpiaba toda mi corrida con la lengua y me miraba mostrándome como se lo bebía con sumo placer.

Después se tumbó en el suelo boca arriba, sin parar de masturbarse. Me incliné para chuparle sus ricos pezones, le agarré el coño con dureza y noté como estaba empapada de unos flujos que no me podía resistir a chupar. Así comencé a comerme su precioso coño depilado, y en unos minutos se incorporó para agarrarme la espalda y con sus uñas recorrerla mientras no dejaba de gemir. Mis dedos habían penetrado su coño y ese fue el desencadenante para que se corriera.

Una pausa para recuperar fuerzas

Había sido intenso y muy placentero. Los dos nos quedamos en el suelo acariciándonos. A ella le gustaba masajearme los huevos, yo me volvía loco por esos pezones tan rosados y con esas tetas naturales tan bien puestas. Su olor me volvía loco, hasta me llevaba hasta su cuello que tampoco dejaba de besar. Después baje poco a poco acariciando su espalda hasta llegar al culo más bonito que había visto jamás. Era perfecto, con lo que no me resistí a besarlo, a agarrarlo con fuerza y a abrirlo para que mi lengua penetrara en su ojete. Ella se estremecía y me ayudaba abriéndose las nalgas con la mano.

Nunca había probado el sexo anal. Mi mujer no quería saber nada de cosas raras, como ella decía, pero veía que esta era mi oportunidad de meterla de una vez por todas en el culo de una preciosa jovencita. Ella parecía que lo pedía a gritos, con lo que ni le insinué nada. Nos dejamos llevar.

Una ducha erótica

Ella se levantó bruscamente. Desde el suelo no podía dejar de contemplar ese cuerpazo que me iba a follar. Me sonreía y me tendía su mano para que me levantara.

Los dos desnudos caminamos hasta el baño. Ella, sin parar de cogérmela y menearla abrió el grifo de la ducha para que el agua cogiera la temperatura perfecta para meternos los dos dentro. Y a todo esto yo no dejaba de acariciar su coño con mi mano. También la temperatura de nuestros cuerpos iba subiendo más y más. Se notaba que estaba deseosa de rabo, eso un hombre lo sabe siempre.

Entramos, nos abrazamos lo más pasionalmente posible. Ella se dio la vuelta en un par de minutos, y se pegó a mi cuerpo. Postura perfecta para agarrarle las tetas de la manera que ella deseaba, muy fuerte, pensé que se las iba a destrozar, pero no, ella me llevaba con sus manos hasta ellas. Y así lo quería.

Pegaba su culo con fuerza contra mi polla excitada, yo diría que nunca había estado así de bruto, sólo pensaba en meterla. Y no tardé mucho.

Mi primer griego

Ella se incorporó jadeando de placer. Levantó un poco una pierna para facilitarme la labor, yo antes había masajeado la zona con mis dedos y un poco de gel que ella misma se frotó en el culo. Bajo el agua, me la puso justo delante de su ano. Empujó con fuerza, con demasiada fuerza diría yo, y mi polla se coló dentro de su precioso culo.

Cuando después de tres o cuatro embestidas penetró hasta el final, casi los huevos estaban dentro, y era excitante notar esa sensación. Ella ayudaba bastante, se movía, dejaba que la sacara para poder meterla de nuevo lo más profundamente posible. Sus gemidos no cesaban, y cuando más dentro estaba mi polla dentro de su culo, más intensos eran. Hasta que llegó un momento que se convirtieron en auténticos gritos de placer.

Yo no quería correrme, me resistía como podía, quería que ella llegara al orgasmo antes que yo, pero su control era genial, y lo digo porque cuando estaba a punto de llegar, me lo hizo saber y así conseguimos algo que jamás había sentido con una mujer, llegar al orgasmo de manera simultánea.

Después, deje poco a poco de penetrarla. Se volvió y vi sus lagrimas entre las gotas de agua que caían de la ducha. Su maquillaje también caía sobre sus mejillas. Era la viva imagen del placer más salvaje.

Yo la abracé con fuerza. Nos sentamos en el suelo del plato de ducha y dejamos que el agua nos relajara.

Juegos de placer

Pasado un buen rato nos decimos a salir. Aún recuerdo ese juego con las toallas para secarnos mutuamente. Me volvía a excitar el poder disfrutar de su cuerpo, de las risas de una chica nacida para el sexo. De que mi sueño se hiciera realidad.

De ahí, al salón los dos desnudos. Otra copa de vino en el sofá mientras no parábamos de besarnos, acariciarnos e intercambiar las palabras más sucias pero excitantes que hacía que la temperatura no bajara.

Al rato, a la cama. Y allí volvió a surgir la pasión y el desenfreno. Mientras más follábamos, más queríamos. Ella era multi-orgásmica, lo confesó y lo comprobé. Y yo con mi carestía de sexo durante tanto tiempo, me comporté como un verdadero animal salvaje hasta el día siguiente que se tuvo que marchar.
Carla Mila