Local BDSM Barcelona inesperado

Siempre me atrajo lo oscuro, lo negro, lo siniestro, lo desconocido, estas películas de BDSM con mazmorras y castillos. Princesas sometidas, caballeros dominantes, oscuridad, látigos a media tarde, y bofetón inesperado.
Entrada en años, con todas las fantasías hechas realidad, de Barcelona y provinente de buena familia, solo me queda por probar, la sumisión. Y fue en BDSM Barcelona, un lugar, inhóspito e intrigante donde vi la luz.
La dominación verla de lejos, es decir, dominantes que juegan con sus sumisas, eso deseo, verlo pero no serlo. No quiero dominar, solo quiero experimentar obedecer. Lo veo a diario, en videos donde mujeres que inocentemente entran en lugares desconocidos, donde un Señor las va a inclinar como él quiera, las 24 horas, D/S, dominación y sumisión sin remedio, sin parar y ellas aceptan, por raro que parezca.

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La isla de los placeres mortales (Enter the Dame) En 120.000 palabras ( Capitulo 4°

(Cap. 4°: “Spintria”, la isla de los placeres sádicos)

Eran las veinte y treinta cuando las participantes e invitados entraban al salón, en cuya periferia se ubicaban cómodos asientos donde charlaban animadamente algunos invitados. Al otro extremo del salón se concentraban las participantes al evento; además de las que llegaron junto a Paula en el yate, se encontraban,

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La isla de los placeres mortales (Enter the Dame) En 120.000 palabras

Quiero exponer, si ustedes así me lo permiten, un relato que no encaja del todo como
fantasía erótica, aventuras, tampoco es del todo pornográfico, ni suficientemente «gore» para definirlo en su totalidad en estas categorías, por lo que haré un resumen, que de tener buena acogida, espero que me lo hagan saber, por lo extenso del relato les haré llegar los 3 primeros capítulos para publicar a futuro los otros diez de un total de 16, gracias.

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Una ansiedad de sentir latigazos

Soy una chica realmente experta en suministrar placer y dolor a quien me lo solicite; hoy recibía a una pareja que venia por primera vez. Cintia mi asistente los hizo pasar, se llamaban Ana María y Andrés, eran unos jóvenes profesionales de unos treinta y cinco años de edad; ella era una joven muy bonita, de 1.70 m de altura, vestida con una remera y una minifalda de gamuza marrón y calzando mocasines indios haciendo juego.

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