Una confesión del panorama repugnante actual que a diario observo y veo a mi alrededor.
Ante todo he de decir que abogo y defiendo la buena y correcta actitud, por encima de todo. La buena educación y respeto hacia todos los que te puedan rodear. El camino recto y cierta cordura. También hay margen para el juego, pero eso, solo un margen, no un despelote en la universidad.
Las jóvenes ya no son jóvenes, son viejas en cuerpos de niñas, golfas en cuerpos inocentes, son viejas contaminadas por los móviles, desarraigadas de raíz, y juegan, y se caen, y se dicen de todo, de puta para arriba; sin respeto hacia los mayores ni a ellas mismas, porque es lo que han aprendido, es lo que les han enseñado y nadie se lo ha repudiado; se graban y se muestran, nadie les ha dicho que eso son cosas de putas y rameras. Y siguen. A ellas les gusta pintarse los labios de rojo carmesí, de rojo chillón, de rojo follón, de rojo cabrón. Ella tenía dieciocho años, morena y atractiva, gordita y tetona. Con un golpe de teta hacía caer al más frígido. Parecía inocente y aniñada, inofensiva y acaramelada, pero guardaba un gordo secreto. Negro y peludo. Lujuriosa y cachonda como ninguna. De coño negro y abultado. Grande e impactante. Mojado y frondoso. Nunca lo creí. Un día me dijeron que se la habían comido al profesor más payaso del instituto. A un profesor que teníamos por aquel entonces. Y le salió bien la jugada. El oportunista y la becaria. El lugar donde ocurrió, el seminario de geología; la mamona, mi amiga la tetona. Desde aquel día ya no la vi igual. Dicen que cuando te enteras que una tía le ha chupado la polla a un tío cualquiera, una mamada estilo Mónica Lewinsky, dicen que cuando te enteras de eso, ya puede ser la mejor arquitecto del mundo, que cuando la veas, verás a una chupapollas. Y es cierto. Cuando la miraba, solo veía su boca y sus labios moviéndose sin articular palabra, no hablando, si no mamando. Chupando y succionando. Y era lista, pero su inteligencia había sido arrasada por su sexualidad, por ansiaviva, por su comezón de pichas, por querer ser la que mejor la chupa. Y lo consiguió. Fue la más zorra del instituto. Al menos ella aprendió a comer pollas a los diecicocho años, ahora es una experta chupanabos, tengo una amiga bien puta, la más puta de todas.
Pero actualmente eso ya no ocurre, ahora todo empieza antes, mucho antes, con esos aparatos llamados móviles, con celulares en sus manos, envejecen a pasos agigantados. Antes se convertían en mujeres cuando tocaban su primera polla, o cuando miraban una foto de un pene endurecido, en un kiosko de revistas porno; o incluso cuando su amiga la cachonda les decía lo que era un nabo, porque ella, ya lo había chupado. Ahora no, ellas, tímidas y deseosas, lujuriosas y sin precaución, lo tienen mucho más fácil. Hoy sus papás le dan el móvil antes que una compresa, el pin antes que la muñeca, y a los diez años, han visto lo que una de veinte, y a los veinte han vivido lo que una de cuarenta; y a los cuarenta, ya están en el badoo comiendo pollas día sí, día también.
No se trata de una confesión sexista si no realista. Un día hablaré de los jóvenes, en masculino, de ellos, sin entrar en tonterías lingüísticas de género inclusivo o exclusivo; pero de momento le ha tocado al sexo contrario, que es en el que me fijo y me interesa.
Con gestos de mujeres mayores, con ropas de mujeres adultas, con labios pintados imitando a las grandes, con doce años juegan a ser golfas sin saberlo. Con veinte años están más perdidas que las que hacen con el móvil. El móvil las aleja de la realidad, las o les acerca a la perversión, las ata a la degeneración. Y ellas ni se enteran. El móvil es la puerta al vicio, móvil con internet, porque si de algo sabe el género humano, es de vicio.
Para completar este puzzle endemoniado de degeneración y oprobio humano, se encuentra el adulto. El ser que debería ser razonable y parar este desastre, pero no solo no lo para, si no que lo alimenta. Le proporcionaba el arma al pistolero y luego quiere que no dispare, le da el móvil al infante, y luego quiere que no haga guarradas.
El móvil ha destrozado todo, era para algo bueno, pero se ha convertido en algo malo. Era para comunicarse pero es para enguarrarse. Ya lo dice la frase, dale una espada y la utilizará.
El vicio inunda al hombre desde sus inicios, ahora ha surgido y aparecido el celular, la célula que compone la distracción y contaminación, llenas de ribosomas y cada vez menos mitocondrias de oxígeno. Se asfixian con cada mensaje de whatsapp. Antes las niñas miraban pollas en las revistas de los kioskos, en las sucias vitrinas del kiosko, ahora con el móvil, las miran antes de ir al colegio. Y no hace falta ni que salgan de la cama, hablamos de mirar como eufemismo, porque una cosa es mirar y otra contactar, que aún es peor. Esto es una llamada para prohibir el móvil con internet hasta la mayoría de edad. Como mínimo.