Peluquera española con un deseo bien guardado

Laura estaba embarazada de siete meses, toda una gestación llevada a cabo de la mejor manera, con buenos hábitos y sin ningún contratiempo. Sus compañeras de trabajo estaban encantadas de tener a su lado a una preñada primeriza.
Había conocido sus primeros síntomas sin saberlo, en el trabajo, en lavabo, con su propia excitación, su flujo vaginal rosado un día la alarmó: era producto de su nuevo estado de concepción.
Mamas sensibles e hinchadas, cansancio más de lo habitual pese a su naturaleza resistente, aversión a olores fuertes  y variaciones de humor. Notaba que algo le pasaba. Estaba supersensible, irritable, cualquier cosa le molestaba, más sensible que la pantalla de un móvil nuevo, y más notable que el olfato de Superman. Podía oler a distancia cualquier aroma de diferente textura. Era el embarazo el responsable de tal fina locura.

Los síntomas habituales de una embarazada primeriza

Se mareaba, tenía más sueño de lo habitual, le salieron espinillas grasosas y tenía muchas pero que muchas ganas de orinar, es decir mear. Se convertía por momentos en toda una mujer de verdad, en aquel espacio de belleza, estética, de peinado y corte vanguardista. Paraíso de alisados, extensiones y maquillaje. Era toda una reina en el corte con contrastes de plata y extensiones de cabello Remy virgen. Ella era usuaria de tales postizos y prolongaciones capilares. Las cuales le rozaban en más de una ocasión, sus emotivos y coléricos pezones.
Últimamente había notado una especie de náuseas con origen desconocido, sin llegar al vómito, pero con una salivación excesiva como cuando los caracoles expulsan esa secreción inmensa y sorprendente, y ella no sabía a qué era debido todo esto. Con su bata blanca y asistiendo a una de sus clientas habituales, pensaba en todo lo que le ocurría, mientras aplicaba un brushing con secador GHD a la exigente madurita de nivel; que muy seria y relajada, era manoseada.  Se dejaba hacer en la gran butaca del salón, frente a un espejo de pastón.
Sus senos los tenía muy sensibles, los pezones marrones más de lo debido, y las aureolas engrandecidas, como galletas de un pueblo cántabro, era un espectáculo. Su cuerpo estaba cambiando, pero ella no sabía el origen de todo esto. Ni la razón. Olía a distancia cualquier olor, y rechazaba los malos aromas; solo le gustaban las fragancias de la peluquería, los perfumes de última moda Jean Paul Gaultier con los que aderezaba el cabello, a la clientela más quisquillosa e inflexible de madurazas adineradas españolas.

-Nena, qué te pasa, llevas días con mala cara, y te veo algo angustiada, ¿no será ese chico con el que dices que sales, que te lleva así de cansada?, eh? – le dijo, Mónica su amiga, también peluquera como ella, con un toque de picardía femenina, de los bajos fondos, y de altos vuelos, buscando una respuesta positiva de nena enamorada.
-No lo sé cari, tienes razón, últimamente me encuentro muy sensible, toda yo, desde la cara hasta mis tetas, tengo los pezones que no me pueden ni rozar la bata, y me pongo malísima, sudores, sabores, mareos también, no sé cari qué me pasa..
-¿Uy, no será qué…?
– ¿Qué estoy preñada?
-Pues claro, nena esos síntomas que me dices, me parece a mí que sí, mi pequeñita, me parece que te han embarazado, ven aquí- y la acercó para ella, se fundieron en un cálido y fuerte abrazo femenino de amigas frente al espejo y ante la mirada atónita de alguna clienta que en ese momento las acompañaban.

Laura estaba embarazada, ante su estupor y sorpresa cansada

En efecto, el feto estaba haciéndose. Se estaba formando. Laura está embarazada y no se había dado ni cuenta hasta ver todos los indicios realizados. Y lo peor de todo, que nadie sabía su secreto. Bien es verdad, que había comentado a su compañera Mónica, que tenía un amigo especial, pero resulta que este amigo era Sandro, un compañero más que original. Con pene y con tetas. Un multiusos. Completo sin veto porque la meto. Un travesti que volvía loca a la calentorra de Laura y que habían hecho mil y una locuras durante los últimos meses. Ahora, el resultado de estas inocentes y pervertidas travesuras era patente y real. Sandro la había preñado. Embarazada por un travesti muy juguetón.

Pero no lo podía decir a nadie, demasiado morboso y pervertido, su amiga no estaba preparada para algo así, pese a su descaro y lozanía española. Laura tenía que mantenerse como un libro cerrado, como una incógnita, como el misterio que lleva al tesoro escondido. Le enloquecía estar con Sandro, delgadita, tetas pequeñas, con una polla perfecta para su coño de peluquera castiza, y el goce entre los dos era infinito. Como el número Pi, pero con pene. Lejos habían quedado los chulos de discoteca y los chulazos como ella los llamaba. Sí, los tatuajes a flor de piel en brazos musculados, se los pasaba ella por sus tetas gordas y de pezones negruzcos, ya no le interesaban. Ahora prefería la versatilidad y la actividad de un trans, transexual, o shemale como ella pensaba, le gustaba esa palabra inglesa.

-Él es un amigo perfecto para mis deseos más morbosos y ocultos.-se autosusurraba, y repetía una y otra vez en sus largas noches solitarias de embarazo.

Séptimo mes de embarazo con un feto creciendo bajo el brazo

El feto ya tenía forma, pasaron los meses y ya no era un secreto su gestación, a todas luces se le notaba la barriguita más que engordada. El feto ya pesaba más de medio kilo, tenía las papilas gustativas formadas, percibía sabores y olores, se podría comer unas patatas bravas y saber la clase de picante que engullía, pero aún no tenía edad para eso.  Los oídos ya estaban perfeccionados y podía escuchar perfectamente todo lo que ocurría en el exterior. Ahí dentro de la placenta, en el saco del líquido amniótico, el pequeñín feto se formaba y se preguntaba, qué hago aquí, quiero salir ya mismo. Ya podía pensar por sí mismo, pese a su estado atrapado.
Laura continuó viéndose con Sandro, o Sandra podríamos decir, más morena que Laura, más delgadita y con la polla ideal para ser su semental, para sacudir el coño peludo de la manchega peluquera. Pasaron los días y aún seguían viéndose.
Ella estaba embarazada, su barriga crecía pero eso le daba igual, seguía follando con el transexual. Se abría su coño morenazo hambriento de pene y penetración, y se dejaba penetrar sin más. Reía y gozaba sin control. Porque el sexo es la droga interior. Pero sin control es una adicción. Y Laura era adicta al sexo sin condón. Toda una locura.
Estaba en manos de su travesti preferido, de su amor desinhibido. De su sueño prohibido. ¡Ponte el condón, le dijo en una ocasión!

Ambos disfrutaban. El niño estaba dentro, y ya lo podía oír todo. Escuchaba los comentarios sexuales de los dos, pero estaba aprendiendo una nueva lección: el sexo es esa locura que no tiene cura.

-Dame polla y tetas que necesito de todo- decía Laura a su amigo, convertido en mujer.
-Toma pene y que no se entere de embestidas el peque.

Pero el pequeñín se enteró de todo, y salió muy listo. Supo lo golfa que es la madre y lo pervertido que es su padre. Hoy día es una de las mentes más preclaras y brillantes de la Universidad, sin ir a clases, y con los apuntes de Lourdes, su fiel amiga y compañera. Y con la punta del nabo se está sacando la carrera.

 

 

 

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