Dicen que la madura, madura con el tiempo. La verdad que como decía Sócrates ante la duda, dura. O era Sófocles.
El sofoco que se me quedó a mí, al ver que mi tía se me insinuó en una cena familiar. Me estaba haciendo señas desde el otro lado de la mesa, se había sentado enfrente de mí.
Elvira, algo mayor que mi madre, es la que manda entre las dos. Son dos hermanas y ella es de más carácter. No pude creer lo que esa noche pasó. Entre unas cosas y otras me llevó a su habitación con la excusa de regalarme algo.
En nuestra familia, no es nada de extrañar ya que entre nosotros hay relación, y nos hacemos bastantes regalos y hay mucha afectividad. El caso es que nadie me echó en falta esos diez minutos. No fueron más.
Entré en su habitación de solterona, no se ha casado nunca, una habitación de mujer con su cama grande y enseres propios de una más que cincuentona.
De pronto me dijo:
-Sobrino, te gusto?
No sabía qué decir, me pilló por sorpresa. Ella está bien maciza, aunque nunca pensé en ella de forma sexual, pero esa noche sí.
– Espera y verás.
Llevaba como un vestido, fácil de quitar, cerró un momento la puerta, ya digo, no superó los diez minutos, todo fue muy rápido.
– Se quedó con algo azul, no sé si se llama body o camisón. Unas tetazas sobresalían por esa tela fina azul.
-Uf, tía, que sí me gustas, vaya tetas no? Impresionantes.
– Te gustan de verdad? – En ese momento se las sacó de su sitio.
Antes las había visto abultar, pero es que ahora las veía todo grandes, impresionantes. De cara no es que sea muy bella, pero era la jodida Venus con las tetas para pajearse encima.
– Tía no sigas, hay gente fuera. Nos verán.
-Échame unas fotos aunque sea. Que te quede de recuerdo. Y otro día me dices qué te han parecido, cuando las veas solo en tu casa.