-No te ibas a la Universidad?. Ahora no dices nada? (Ver relato primera parte)
Era una especie de desafío maternal al que nunca me había enfrentado; mi madre desnuda, enfrente de mí, delante de mí, en la ducha y enjabonándose; y cuestionándome si iba o no iba a la fábrica de parados.
Lo que sí tenía ya parado era otra cosa. Que yo le daré. Qué me importaría a mí, esa estulticia y centro absurdo de la universidad.
-Sí, ya me iba, pero con el espectáculo que tengo delante..
Dije para mí y para fuera, ella no dudó en contestarme:
-Qué? Te gusta lo que ves Quique, parece que no hayas visto una mujer nunca en pelotas.
Mi madre con la confianza que caracteriza a quien te ha dado a luz, sobrepasaba todos los límites, estaba ante mí, con la inocencia de una niña y con la picardía de una mujer excitada.
-Se te han endurecido los pezones, o me parece a mí?- le dije al compás de su descaro, total, estábamos en familia, y en concreto, en pareja. Mi padre estaba trabajando y mis hermanitas en su colegio, aprendiendo a escribir y a hablar.
-Se me han endurecido lo mismo que a ti, lo de abajo. Venga, hijo, que te he cambiado mil veces los pañales cuando eras un niño- comentaba de forma desinteresada mirando para las baldosas, las paredes de la ducha, mientras se continuaba enjabonando; y el agua le resbalaba por su ya más que mojado cuerpo y panocha.
-Sí, me los has cambiado, pero no de mayor, no sabes, cómo me estás poniendo, mamá.
-Cómo?- me dijo parando de enjabonarse y de moverse.
En ese instante comprendí que no era ya un juego inocente familiar, ese intercambio de impresiones había ido a más, demasiado lejos. El lugar donde yo quería, y el cual ella necesitaba. Era algo más que una simple charla inofensiva.
-Quieres Quique, que vayamos a mi habitación?
Todo cambió de color en ese momento. Como cuando el sol se va, y aparece una nube que nubla y ensombrece todo el skyline del barrio, pueblo o ciudad en el que estés. Como si alguien apagara y atenuara las luces, para dar rienda suelta a la fantasía más recóndita.
Antes de que hubiera terminado de decirlo la ayudé a salir de la ducha, como nunca lo hice antes; me dio la mano, no intercambiamos una sola palabra esta vez, y nos metimos en la habitación de mis padres; es decir, en la suya.
Mi pene había endurecido, y era más grande.
-Déjame que te toque aquí abajo, hijo, tengo ganas, de verdad.- esta vez la vi mucho más insegura que nunca, pero más necesitada que siempre.
-Quieres tocármela, de verdad mamá?
-Sí, y no solo eso, quiero mamar.
Lo dejaré aquí, la palabra última me recordó lo que ella era de mí, mi mamá; así que la dejé hacer, dejé que lo hiciera, a sus anchas. Para eso era mi madre. (Ver Tercera parte)