La madre Sanae y el problema de su hijo (Sexto Capítulo)

Entre la madre y el hijo, entre Sanae y su primogénito y viril Shun, había nacido el amor. Una sensación ajena a miedos, tabús y represiones. Desde que ella curó el problema de Shun, desde ese día, fueron madre e hijo, amantes como los de antes.
Pero como en todas las parejas, hay momentos buenos y muchos malos. Ella gordita, sensual, voluptuosa, tetona, cariñosa, tímida, atrevida en silencio, y todo lo que se le puede pedir a una madre con morbo, tenía muchos deseos.
Comenzó a verse con un hombre y pronto surgieron los celos del pequeño Shun. Otro hombre, que según ella misma dice, solo la ve como un objeto sexual, otra polla la enloquece. Shun es impetuoso y descontrolado, no sabe que las mujeres no tienen límites, son como el campo, que no tienen fronteras. Y haciendo grande esa gran frase que dice así: «Ninguna mujer tiene dueño». El pequeñín Shun, lo desconocía hasta en sueños. Jovencito, viril, fuerte y fibrado como las galletas de gimnasio, enloquece por instantes.  La madre, ajena a grandes enseñanzas filiales, pero muy cercana a inmensas folladas maternales, nunca le transmitió esa máxima: toda mujer es libre y no tiene dueño. Shun se creía con la exclusiva del Hola, del Lecturas, pensaba que su madre era para él, que su polla era única,  y todo porque le curó su problema de nabo y porque se la había metido hasta en el lavabo. Estaba completamente equivocado.

La madre Sanae caliente y dudosa con el extraño en la cama

Ella, como buena mujer sexual, como buena hembra, pide más y más. Quedaba con un hombre, un extraño, y lo peor de todo, se había vuelto adicta a él. Quizá pensaba que la relación sexual con el hijo, no era correcta, era prohibida, tabú y que debía quedar con hombres ajenos a Shun.
Se citaba y tenía encuentros vespertinos con el extraño, compartían su amor; un forastero que se convirtió en su mechero y rutina, porque siempre se le empina. Sanae conocía su polla, como sus mismas grandes tetas. Y desde su divorcio, se había vuelto adicta, dependiente y enganchada a su polla. Un hombre también viril y follador, que hacía con ella, lo que quería en la cama. Su hijo estaba celoso en silencio. Lo sabía todo.
Para más humillación, el nombre del foráneo e intruso superaba en longitud al de Shun. El amante falso de la madre se llama Takatori-Kun, más largo que el del hijo. Pero la sombra de la verga de Shun es muy alargada, como el ciprés. Y hará todo lo que pueda, para recuperar a su amada madre.
La madre cariñosa tocaba el paquete de Takatori-Kun y eso que no era mensajero ni repartidor; lo sobaba sobre el pantalón, entre sus dos coches juguetones, con los que se encontraban y despedían en cada cita sexual. Jugaba con su bulto, se enloquecía por momentos y callaba por instantes. Sus pantalones de ejecutivo follamadres barato, ponían caliente a la ingenua y pecadora Sanae. Se dejaba llevar y en la cama la hacía gozar. La abría como se abre la ostra de una almeja, y su coño mojaba sin parar. El ejecutivo la pone a cuatro patas y se corre de gusto en ese culo inmenso y blandito, así cualquiera la mete bien.

La adicción de una madre Sanae loca por un buen pollón

-Dame más amor lo necesito-dice Sanae al ejecutivo mientras la folla a cuatro.

Pero el hijo Shun, se entera de todo, sabe lo que pasa, conoce lo que ocurre. Y pilla «in fraganti» a la madre ya en su domicilio filial y habitación, después de ser repasada y follada en otra cama; y cuando dudosa de su aspecto, se mira en el espejo, y su hijo la ve medio desnuda y dubitativa, entonces Shun toma la iniciativa. Indecisa y vacilante ante el tanga rojo, regalo de su amante.

Lo que ocurre después, es digno de admirar y dejar que la imagen adquiera vida propia. Una madre alejada del hijo por miedos propios, por tontas convicciones, por absurdos tabús injustificados; se arroja en manos de otro hombre, en el nabo de un extraño; cuando en realidad, su follador lo tiene en su mismo salón y comedor: su hijo Shun, perforador de superficies.

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