La madre Sanae relación maternal difícil de parar. Segunda parte

Chupaba su tronco gordo y oloroso, endurecido y enrabietado. Agresivo e impaciente. Precipitado y ávido. Su propia madre, yo, caliente con mi propio hijo. Mi sucio pequeño. No lo podía creer. Pero estaba calentísima.

-Qué niño tan sucio eres, hacer que tu madre te haga esto!

Acerté a decir en un momento determinado, en la infinita hora que estuvimos en la cocina. No quiero seguir así, pero es infinitamente imposible remediarlo. En cuanto estaba de espaldas supe lo que pasaría. Mi vagina empezaba a chorrear, no era mojar, era gotear. Como el grifo que me dejo medio abierto cuando la prisa me aturde y me invade. Así estaba yo.
Me puso de espaldas, me incorporó, me ajustó mi propio hijo a su modelado pene, ya endurecido y dibujado, mis tetas colgaban de manera asombrosa, como nunca lo hicieron. Notaba el peso del seno de madre caliente, sí, nunca antes lo había notado así. He dado el pecho durante tiempo a mi pequeño Shun, el sol de mi cocina, pero nunca antes las había notado con esa fuerza de gravedad. Einstein tiene razón.  Mis senos colgaban y se mecían al servicio de mi hombre filial. Y yo, únicamente, quería darle placer y dármelo a mí. Él me aprisionaba fuerte, notaba como me buscaba y su mamá, sencillamente, se encontraba a sí misma. Sabía que esto estaba mal hacerlo. Mal visto. Pero solo quiero ser follada.
Me había chorreado la vagina con sus lengüetazos en mi sagrado agujero, me había lubricado hasta mi orificio pequeño del ano, el ojo de las mil arrugas, el milhojas; me estaba preparando para lo que él quisiera. Ningún hombre pudo lograr esto nunca conmigo. Y hoy, mi hombretón, lo estaba logrando.

-Parece que lo estás deseando- me decía él, con el descaro de quien reconoce su seguridad.

Lo peor de todo es que tiene razón, lo deseo, no quiero pero lo deseo, en cuanto noté su agresividad, noté mi calentura. Sus violentos movimientos, su deseo sin final, hacía que me excitara por microsegundos, que digo por micro, por fotones. Era así como me ardía la vagina, por pequeños fotones de luz, imperceptibles al ojo humano, pero notables al coño mojado.

Sí, me excito, es así como veo y no siento, por madre caliente que soy.

-Ahora vas a chuparme el pene- esto para rematar, me dijo todo decidido haciendo el ademán y efectivamente, bajándose la bragueta.

Apareció y escapó aprisionado el pene que guarda mi nene, un penón, un pollón para su madre, que me vuelve loca.

-Así, chupa y no pares, la punta, no te olvides. Agggggg!

Así respondía su voz mientras yo me agachaba a mamar, la tenía tan dura que me hacía hasta daño en mis molares superiores. Pero qué dureza! Ni el dentista me hizo tanto daño cuando me extrajeron las muelas del juico. Un daño placentero esta vez.
Solo quería que me embistiera, me desbordara, me empujara al abismo; yo solo quería subir y bajar mi lengua por su tronco peneal.

-Tu pene está creciendo dentro de mi boca.-le decía entrecortada, solo para que supiera lo que yo pensaba.

Pude decir, mientras él ni me contestaba, tan seguro de que me gustaba, no tenía ni el decoro en ese momento de contestar a su madre, y eso incluso, me ponía cachonda. Había perdido prácticamente la identidad de hijo, y yo, de madre. Eramos una pareja follando sin límite ni compostura. Habíamos perdido todos los modales. Yo mamaba sin pensar en el protocolo, en el tabú, en gilipolleces de toda la vida. Y este tío, mi hijo, me follaba sin remedio.
Me avergonzaba estar chorreando, él viéndome, cuando menos lo esperaba acercaba sus dedos a mi vagina para extenderla, para abrirla, para creerse lo que estaba pasando:

-Joder mamá qué mojada estás, estás excitadísima. He visto amigas de clase mojadas, pero esto, esto es el jodido lago Victoria de África, qué barbaridad. Qué digo lago Victoria, son las cataratas del Niágara- me decía esto, con agresividad incluso, y seguro de él mismo; y con fuerza extendía mis labios vaginales: los menores y los mayores. Y Dios Mío, ¡qué humillante placer!

Estaba desbordada, pero yo buscaba su pene, grande, rocoso, pétreo, me pone malísima verlo tan «atorado» conmigo, de toro, embravecido, un toro de lidia listo para la monta de la yegua, o de la vaca en este caso. Me sentía su vaca de campo. Y mis tetas engordadas y calientes, así lo confirmaban.

-Te gusta hacer de todo, mi pequeño sucio!- le decía yo, sin pensar ni en las palabras.

Shun, mi pequeñín, por decir algo (de pequeño no tenía nada ya), ni me contestaba él iba a lo suyo, era un macho en busca de su placer más bajo: el de su ansioso, impulsivo y precipitado pollón endurecido.

Y efectivamente hicimos de todo, una cubana espumosa, que aún me relamo al recordarlo. Una corrida que yo nunca quise que la depositara dentro de mí. Pero descargó con fuerza en mi interior. Y todavía, incluso hoy, noto dentro su calor y espesor.

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