Jugando en la puerta de casa

No habíamos llegado todavía a mi casa. Nos habíamos conocido en la discoteca-bar que frecuento desde hace más de un mes. Pero ella, me había cautivado de tal manera, que no pude resistirme a llevarla a mi apartamento alquilado de soltera empedernida.
Ella es morena, de mediana edad sin llegar a los treinta y cinco, yo algo menos. Habíamos hablado de todo un poco en aquel antro musical y atestado de busconas y salidos. Y ella y yo, nos habíamos encontrado.
No teníamos similitudes, todo nos diferenciaba, no habíamos encontrado nuestra alma gemela, todo eso son gilipolleces, cuando en realidad, sucede la fusión. Nos fundimos sin más, nos cruzamos sin preguntar, no había causas, nadie preguntó; como cuando una nace, nadie me preguntó nada, simplemente sucedió. Y eso pasó, simplemente sucedió.
Fuimos para mi casa, enloquecidas por la atracción, solo eso nos unía, la atracción. Qué puede haber más entre dos personas, que no me digan que es la gilipollez de las palabras. Para lo único que valen es para hacerse una idea de las cosas, o mejor aún, de las personas. Y para mentir, para eso.
Sucedió y pasó. Enloquecidas, besándonos en la escalera, en la puerta de mi casa. Dentro ya es otra historia, ya la contaré. O no.
Masajes eróticos, masajes a dos manos que ella me hizo, sus manos eran terciopelo y mi cuerpo su vestido. Sus masajes a domicilio fueron lo mejor que me pasó, aquel 1 de Abril en la solitaria noche de Madrid, un lunes cualquiera.

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