EXPERIENCIAS CON PAPA

EXPERIENCIAS CON PAPÁ

Jamás en mi vida me había atrevido a contar esto. Es algo que he llevado siempre en mi mente, como una losa, como una pesada carga que nunca me he atrevido a contar a nadie. Pero hace unos días, en Google, me encontré con un relato de incesto que se aproximaba bastante a lo que a mi me había ocurrido en los primeros años de mi infancia.

A mi padre le gustaba dormir la siesta conmigo. Yo nunca tenía sueño, en esa edad es normal que a los niños no les guste la siesta, pero él siempre me decía:

-Tú cierra los ojos y respira profundamente, verás como te duermes…

Y era verdad, aquello nunca fallaba…

Pero antes de quedarnos dormidos, mi padre hacía algo que ambos manteníamos en secreto. Era nuestro secreto… El buscaba mis partes íntimas y me decía:

-A ver cómo está esa cosita… (esa “cosita” era mi pene).

Mi padre me tocaba con toda naturalidad, y yo no le daba ninguna importancia. Para mí era de lo más normal y no nunca vi nada malo en eso, y nunca lo comenté con nadie… Además, los tocamientos parecían más como una exploración que como algo negativo o sucio. Mi padre se limitaba a sacarme el pene, tocarlo y luego nos dormíamos. Por supuesto que nunca me excité, todo era muy normal y correcto.

Aquellos tocamientos se iniciaron cuando yo tenía unos ocho años y todavía no había despertado mi sexualidad. Pero aquel niño fue creciendo y creciendo, y llegó un momento en que las cosas cambiaron.

No recuerdo exactamente en qué momento, pero un día mi padre se quedó sorprendido. Como ya era habitual en él, mi padre preguntó:

-¿Cómo está la cosita?…

Mi padre buscaba como siempre en mis genitales, y para sorpresa de los dos, aquel pequeño pene se puso muy erecto y duro. Yo me encontraba entre avergonzado y divertido, pero aquello no había forma de bajarlo…

-Uy, uy, uy… ¿Qué le pasa a esa cosita?, (decía mi padre). Y yo no sabía qué decir, sólo me dejaba manipular por papá.

Varias veces me entraron ganas de imitarlo y hacer lo mismo que él me hacía a mi, pero siempre me contuve. Me daba mucha vergüenza hurgar en su entrepierna…

Me daba mucha vergüenza hasta que un día, muy excitado yo, alargué mi mano hasta su paquete y me encontré con un bulto maravilloso. Primero palpé con cierto temor por si papá se enojaba, pero al ver que aquello le gustaba, metí la mano por la bragueta de su pijama y agarré una polla grande y gorda que me encantó.

Mi padre estaba excitadísimo, y su polla a punto de reventar. Su capullo estaba babeando y a medida que pasaban los primeros minutos, ambos nos fuimos desinhibiendo y relajándonos … El masajeaba mi pequeña “cosita” (pequeña, al lado de la suya), pero no me masturbaba, era simplemente un tacto de polla y huevos, pero no era una masturbación. Yo tampoco sabía entonces qué era eso, y yo tampoco le masturbaba, pero me encantaba tocarle los huevos, durísimos, aquel falo muy erecto, y tocar también la punta de su capullo, por el que brotaba tímidamente una sustancia que yo no tenía ni pajolera idea de lo que era…

Aquello me gustaba mucho y me excitaba todavía mas. Era una nueva sensación para un niño de diez años, que yo nunca había experimentado. Pero la excitación iba en aumento y a fuerza de tocar y tocar, mi padre se corrió inesperadamente, llenándolo todo de leche. Rápidamente mi padre se limpió, se dio por terminado aquel “juego” y ambos nos quedamos dormidos.

Mas tarde, en la cena, mi padre se comportaba con toda naturalidad, como si nada hubiera ocurrido. Pero yo no podría levantar los ojos del plato. Estaba avergonzado, cohibido, como arrepentido de haber hecho algo malo. Me asombraba la naturalidad de mi padre que, en ningún momento, demostró ninguna actitud extraña o distinta al resto de los días. Todo era absolutamente normal, pero yo seguía imaginandome con él en la cama, y aquello me obsesionaba y me excitaba.

Al día siguiente, como era habitual, mi padre me dijo:

-Niño; vamos a dormir la siesta…

Yo lo estaba deseando, y al contrario que en las ocasiones anteriores que procuraba zafarme de la siesta, me metía en la cama con papá con la mejor predisposición.

Y de nuevo, las consabidas palabras de papá:

-¿Cómo está esa cosita?

Desde entonces me metía en la cama totalmente excitado, esperando que papá tomase la iniciativa. Pero desde entonces ya no lo pensaba antes de buscar su polla, tal como había ocurrido en los días precedentes. Directamente y sin el menor recato, mi mano buscaba aquel falo descomunal que tanto me gustaba y me excitaba, y mi padre hacía lo propio conmigo. Yo notaba como volvían a brotar aquellas gotas extrañas, (años después supe que era líquido pre-seminal), y me complacía mucho pasar mi dedo por su capullo, extendiendo aquella sustancia espesa, por la cabeza de su prepucio. Sobre todo porque me daba cuenta de que aquello complacía muchísimo a papá, que gemía y gemía…

Aquellos juegos se fueron sucediendo día a día, y cada vez con menos recato, por lo que un día me decidí a pasar mi lengua por el capullo de papá, algo que había deseado desde hacía muchos días. Nuestros encuentros placenteros se hacían cada vez mas normales y un día mi padre comenzó a masturbarme. A mi me encantaba y yo le hacía lo mismo a él, pero hasta entonces él se corría sólo con mis tocamientos.

Por supuesto que yo no eyaculaba, (era demasiado pequeño), pero las corridas de mi padre eran de antología. De su polla erecta salía leche a borbotones, pero él ya se preparaba con la suficiente antelación, de paños con los que limpiarse.

Nunca llegué a probar su leche, pero si llegué a saborear el líquido pre-seminal. Pero me encantaba meter en mi boca aquella polla grande y gorda que nunca se me olvidará.

Cuando me faltaban meses para cumplir los doce años, un desgraciado accidente acabó con la vida de mi padre, y aquello fue un gran trauma para mí. Jamás me olvidaré de él. Nuestra relación fue algo muy extraño, pues mi padre no era homosexual, y que yo sepa, tampoco era un pederasta. Y estoy seguro de que estas experiencias solo las tuvo conmigo, entre otras cosas porque siempre estaba al frente de su empresa, y con el único niño que él tuvo contacto fue conmigo.

Lo que mi padre hacía conmigo, con mi perspectiva después de tantos años, (casi 60 años), nunca lo entendí como un acto de pederastia. Más bien creo que fui yo quien le provocó a él, que al revés. Creo que yo estaba enamorado de mi propio padre.