Escarmiento para la cajera de supermercado (Tercera Parte)

-Y tú un pervertido…(ver segunda parte) me dijo la cajera en sus palabras de rabia contenida, por haberle puesto unos trapitos nuevos y por verla en todo su esplendor. Me había estado quitando dinero de mis compras diarias, durante más de tres meses, se había reído de mí, y eso para un cliente habitual de supermercado, no lo veía correcto.

-Mi marido me espera, y mis hijos también, ¿qué quiere qué haga?, y antes quiero ver los tickets, démelos y estaremos un rato, pero a las 16 h me tengo que ir.
-Las órdenes las pongo yo, calentorra y ladrona, los tickets aquí los tienes- se los mostré y eché con desidia y repugnancia encima del sofá, donde ella estaba sentada- son la prueba de tu tontería mensual….un coluturio, nueces, compresas, chicles de fresa, ¿te crees que soy una jodida colegiala o qué?, me has estado poniendo productos de más cada día,… y yo confiado…- la miré con la displicencia, desprecio y abandono con el que trataría a mi peor enemigo, pero ella estaba bien buena, había que joderla del todo.

-Desnúdate por completo.

Madura española casada y desnuda por completo ante mí

Y obedeció, delante de mí, delante del sofá se puso de pie, se incorporó y se fue desnudando, esa cajera que educada y formal la había visto cada día, con la que incluso había intercambiado más de un simple hola, ahora la tenía en bolas. Menudas bolas tiene: morena, bien formada, rellenita para coger y no caerse, tetas grandes y caídas, en respuesta perfecta a la ley de Isaac Newton (todo cuerpo pesado tiende al suelo, como las tetas al ombligo), y allí estaba yo. Deleitándome para hacer lo que quisiera.

-¿Qué, ya está contento, esto quería?- se mostró sin ninguna prudencia y cautela, era como si dijera, pamplinas y pelagatos ahora qué pasa, tienes a una casada y dominada delante de tus narices, y no tienes ni huevos a decir nada. Pero yo no podía mostrar recato ni debilidad.
-¿Eres un buen putón, no tienes vergüenza!- afirmé y pregunté a la vez, ya no sabía cuál era mi intención.
-Mi vergüenza era verde y se la comió un burro y mi coño es negro y pide zanahoria.- tócate los huevos, pensé yo en silencio, menuda zorra,  y lo bueno es que no podía ni responder, era tanto su embalaje y tejido lingüístico de bajos fondos, que me estaba ganando por KO con crochet de melones.
-Vaya, vaya, parece que eres metafórica, ¿te gusta la poesía no? Aparte de ser una añadoproductospormicoño sin permiso, ¿ahora vas de Ramón Gomez de la Serna, en una de sus humorísticas greguerías?. ¡Acercáte guarrona!.- le ordené.
-¿Y si no me acerco, qué pasa?- me dijo ella con cierta pose de poner sus brazos en su más que generosa cintura.
-No creo que te hagas esa pregunta dos veces, you´ll never think twice-afirmé con la seguridad del que solamente tiene una opción.

Y se acercó, aún olía a colonia fresca barata que se habría echado por la mañana, s3 de Legrain o Heno de Pravia, alguna de ésas, seguro; barata pero en cantidad, la cual cosa se mezclaba con su olor a mujer. Una mujer trabajadora y arrebatadora, y responsable madre de hijos y casada, pero ahora estaba conmigo. A medida que se acercaba y yo podía detectar sus aromas, el sudor de todo el día iba in crecendo, superando a la colonia: o era mi imaginación o ella se estaba excitando.

Excitación de tetones amateur y caseros como magdalenas

-¿Te excitas o qué?
– ¿Por qué me hace esa pregunta?-me dijo con un deje y tonada que hasta ahora no había desprendido, una voz diferente pude apreciar, era otra mujer con el mismo cuerpo.
-Por tu olor, y por los pezones que los observo más rabiosos y endurecidos.
-¿Endurecidos?, ¿Y eso no se sabe con el tacto, o qué, ahora magrea con la vista?, ¿o acaso es Usted Superman?
-Muy graciosa, pero tienes razón- y sin mediar palabra, yo vestido y ella en pelotas, le pellizqué suavemente uno de los gordos pezones que tenía, un garbanzo estaba más blando que ese pezón de cajera.
-Vaya, la cajera ladrona, tiene un pezón que zozobra.
-Que zozobra, …..qué palabra es esa, tengo los pezones durísimos, y estoy caliente aunque no quiera, lo reconozco, eres un cabrón por todo esto que me estás haciendo, pero estoy aquí, desnuda, y caliente sin saber por qué, como una perra de escaparate.

Fue decirme esto, y mi pantalón me hacía señales de humo, era un jodido Sioux con pinturas de guerra, la bomba atómica a punto de estallar, Superratón en uno de sus malos días. Y a pesar de ser unos vaqueros bien gruesos, que bien podría haber usado John Wayne en Río Bravo o La conquista del Oeste para arrastrarse por el polvo y no sufrir ni un rasguño, mi zanahoria pedía conejo a la brasa sin espera, el de la cajera.

-Ummm, parece que no soy la única que está dura, ¿no?- me dijo ella, en el momento que la hice acercar, la traje para mí para olerla; y en el instante que mi cremallera cerrada pudo rozar su pubis oloroso y pecaminoso, ella se dio cuenta de mi rigidez y severidad.
-Así es, casada insatisfecha, tetona y calentorra, curiosa y ganosa, tan duros están tus pezones, como mi polla y mis cojones. ¿Los vas a tocar?
-Me lo preguntas o me lo ordenas- me dijo medio desafiante y medio sometida.
-¿Tú qué crees?

Ella miró al suelo, no pudo hacer más, estaba a menos de cinco centímetros de mi cara, se había convertido en otra mujer, ya no era lejana y ladrona, un cierto aire de compasión se apoderó de mí, y sabía que había mucho más detrás, detrás de aquella personalidad ruda y distante, detrás de ella.

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