A pesar de mi silencio absoluto y mi querer pasar desapercibido, es imposible para una madura viuda y curiosa. Al acecho como la pantera espera a su presa.
Hacía tiempo que no la veía, de hecho, yo no la vi a ella, ella me vio a mí. Entraba como de costumbre a la escalera para agarrar el ascensor, a mi hora de siempre, con mis costumbres habituales que cada vez respetan menos los horarios.
-Hola…-me dijo ella bajando los últimos escalones que dan lugar al rellano, al lado de la puerta el ascensor. Fue un hola desinteresado casi sin mirarme, algo que atisbé como extraño, ya que nos conocemos desde hace muchos años. Ella tendrá cincuenta y pico y yo menos, unos quince menos. Me conoce desde que soy un niñato de verdad, aunque aún lo sigo siendo.
-Hola..-le respondí, con media sonrisa, sin voluntad de nada, solo con el gesto del reconocimiento de dos vecinos antaños y antiguos. Mi rostro estaba medio oculto, bajo mi nueva gorra negra Nike, que ese día, ayer, llevaba puesta. Sin embargo, ella, antes de abrir la puerta para salir al exterior. Tuvo un comentario fuera de lo habitual.
Una vecina viuda que me intimidaba solo verla
-Ay, no te había conocido.
-Sí, sí…ha habido algún cambio…- dije yo, por decir algo, siguiendo mi camino para llamar al ascensor; ya había percibido que no me había reconocido, pero bueno, tampoco le di importancia.
Pero ella insistió, no fue un saludo pasajero y efímero, no, fue un detenerse para saber algo más de mí, algo que vislumbré y apercibí al momento. Me suelo encallar cuando algo es inesperado, ante una pregunta siempre hay una duda, una incertidumbre, porque el que pregunta dispara primero. Lleva la voz cantante. Nunca me gustaron las preguntas, y hay mucho listo por ahí que inicia el ataque. Respondan con una pregunta a los listos, y los dejarán fuera de servicio, leí una vez. Pero a ella, no se lo podía hacer, me dejé llevar, tenía que contestar como buen calzonazos que soy. Ella me interpeló, me preguntó, con un buen descaro connotativo y denotativo:
-Uy, ¿qué delgado te has quedado?- Y se detuvo en la puerta, no salió, le importó tres cojones salir a la calle, total, igual no tenía nada importante que hacer. Desde que su marido ya no está, la veo y observo sin rumbo, vagando por las calles de la gran ciudad.
-Sí, es que…-y acostumbro a no saber qué decir, no tengo salidas rápidas, tengo menos salidas que un laberinto, pero esta vez solté una gracia sin gracia-, “es que no he comido turrón estas navidades”.
-Vaya, ¿a sí que no tenías turrón en casa?-la conversación iba demasiado lejos, ella ya no se iba, y me preguntaba más, quería indagar y la notaba muy curiosa, además, sabe que vivo solo.
-No, no… tengo turrón, tengo lechuga que es lo que he comido estos días festivos- ya ves, lechuga, vaya respuesta, ahora sí que me vería como un niñato envejecido.
El turrón que mi vecina madura quería darme
-Vaya, vaya…lechuga para un hombretón, eso no está bien..-me dijo ella, morena, con cara ya gastada por el tiempo y lastimada por los avatares de la vida, pero con la dulzura que toda madura guarda inside, muy dentro de ella. Me gustan sus rasgos, su manera directa, y cómo no, su cercanía. Me había hablado como lo haría mi mujer, mi esposa, o como una madre incluso. El concepto de vecina no respondía a esa idiosincrasia o carácter propio de ella, que yo estaba observando, no, no,… era una vecina esposada, una vecina enmadrada: era mucho más que la vecina del sexto.
-¿Quieres turrón todavía?.- me dijo ella, ladeando la cabeza para el lado derecho, con cierto atisbo de sonrisa en la comisura de sus labios.
Vaya momento, eran las cuatro de la tarde, yo volvía cansado, mi gorra nublaba mi mirada, y ella, solitaria y decidida, me decía que si quería turrón, turrón..
-Tu…tu…- no lo podía creer, estaba tartamudeando, yo que me he cachondeado mil veces de los tartamudos, ahora era un jodido tartaja ante una señora con caliente la raja, y no sabía ni qué decir.
-¿Tú qué?, ¿qué me quieres decir?, mi timidín empedernido, mi niñato enmadrado, mi espagueti italiano…
-No, quiero decir, que tu..TURRÓN quiero, y me gusta mucho.- y metí un grito, de los mismos nervios.
-Y yo Jane, no te jode, y Chita nos espera en mi casa. Anda ven, que no sabes ni hablar, que te voy a dar turrón, que estás muy delgadito, y ahora mismo la compra puede esperar, pero tú no, mi fideo tartaja….
Puede seguir, pero ahí no acabó la cosa..