El morbo de una casada

Casada e insatisfecha, estaba sola en casa como siempre, mis hijas estaban en sus actividades diarias, mi marido en un viaje de trabajo (cosa que ocurría con bastante frecuencia) y yo sola para variar.

Desde que tuve edad para entender lo que era el sexo siempre me ha encantado, masturbarme, luego hacerlo con chicos, el placer del sexo siempre ha sido mi debilidad. Ahora de casada no es distinto, mi marido me atiende estupendamente pero sus constantes actividades laborales no me permiten disfrutarle todo lo que quiero.

Y en esos días, había tenido que viajar a la ciudad a visitar a mis padres y a realizar varias compras lo que me tomó poco más de una semana. Cuando volví a casa Marcos se encontraba de viaje todavía y no llegaría pronto. Enseguida, me ocupé de las cosas de siempre, reorganizar la casa -siempre que te vas todo se vuelve un caos- reencontrame con amigas, mis hijas, en fin.

Entre una cosa y otra el tiempo había pasado y por fin esa tarde estaba sola en casa. Me senté frente al computador a revisar algunos correos y vi una alerta correspondiente a un sitio de vídeos eróticos al que estoy suscrita hace tiempo, solo de mirar el enlace sentí cierta tensión en el cuerpo.

Me excitó ver en la pantalla una mujer mamando

Revisé el resto de los correos, cosas sin importancia, y abrí el enlace en cuestión. De inmediato, apareció en pantalla una hermosa mujer rubia desnuda de rodillas y reclinada sobre sus manos lamiendo y mamando el guevo erecto de un hombre, quien a su vez tenía su cabeza entre las nalgas de la mujer y lamía sin parar su ano y su vagina.

Mi cuerpo respondió enseguida a lo que estaba mirando, recordé que en medio de tantas cosas tenía casi dos semanas sin tener sexo o masturbarme de alguna forma -cosa que para mi era una eternidad- tenía el corazón a millón, la respiración acelerada, sentía esas suaves contracciones en la cuquita que literalmente se me estaba empapando a chorros. En cuanto pasé mis dedos por la ropa interior para comprobar la abundante humedad mis pezones se endurecieron haciéndome dar un respingo, estaba más excitada que nunca.

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La verdad es que era tal mi calentura, que había olvidado un detalle, y es que el departamento que estaba al lado tenía sus ventanas bastante cerca. De hecho, cuando tenía ganas de tocarme ahí en el estudio tomaba la precaución de correr las cortinas, pero en esta oportunidad ni lo había recordado. Disimuladamente miré hacia la ventana y tal como pensé Daniel, el hijo de mis vecinos me estaba mirando.

Era un muchacho bastante joven de unos 18 años apenas, lo conocía puesto que estaba estudiando con mi hija menor y en varias ocasiones había estado en casa para hacer tareas. Sinceramente, nunca le había prestado la más mínima atención, pero saber que me estaba mirando con atención mientras estaba tan excitada no hizo sino calentarme más. Consciente de que seguía observándome, comencé a acariciar mis senos sobre la ropa mientras me mordía los labios, luego me saqué la blusa y continué tocándolos sobre el brassier, dejando que mis pezones casi se salieran. Entonces lo vi directamente, estaba tan concentrado mirándome los pechos que por unos segundos no se dió cuenta de nada, se estaba acariciando suavemente por encima de sus bermudas deportivas sin quitar la mirada de ellos. Cuando al fin me miró dio un salto y salió corriendo de la ventana.

Lo hubiese dejado hasta ahí, pero mi morbo era más fuerte que yo, así que tomé el teléfono y lo llamé, enseguida escuché su voz del otro lado.

– Diga

– Daniel ¿Quieres hasta acá por favor?

– Señora Suárez…yo…

– Ven enseguida.

Colgué el teléfono y le esperé excitada

Colgué el teléfono y me senté en la sala, pasaron unos minutos, quizás el chico no sabía que hacer, por un momento pensé que no vendría pero finalmente escuché el timbre.

– Señora Suárez…hola, eh no vaya a pensar…

– Pasa Daniel ¿Te gustan mis pechos?

Deslizé los tirantes de mi pequeño vestido color violeta, los ojos de Daniel se abrieron como platos, apenas balbuceaba algo que no logré entender.

– Ven, sígueme.

Tomé su mano suavemente y lo conduje hasta mi habitación, pude escuchar el suspiro cuando miró el pequeño hilo que tenía puesto casi perdido entre mis nalgas.

– Siéntate acá en la cama.

Me puse de pie frente a el, tomé sus manos entre las mías y comencé a guiarlas por mi cuerpo, mi cuello mis pechos, mi vientre, mis nalgas. Al principio solo se dejaba guiar, luego él mismo me acariciaba con suavidad, sus manos transpiraban y se movían temblorosas por mi cuerpo en una mezcla de nervios y excitación.

– Quítate la ropa Daniel.

El chico comenzó a desnudarse tímidamente, mayor fue mi impresión al encontrar aquel pene tan grande y grueso bastante erecto. Me puse de rodillas frente a él.

– Que rico guevo tienes Dani ¿Alguna vez te lo han mamado? -Le dije mientras se lo rozaba con los dedos-.

Con la respiración agitada, entendiendo lo que iba a suceder me respondió que no. Comencé a mamarlo en sus bolas y en su guevo. Sin embargo, en tan solo unas mamadas Daniel se tensó por completo.

– Calmate un poco, no tienes que llegar tan pronto.

– Es que me tiene demasiado caliente.

Me desnudé para él y le pregunté si había tocado a una mujer desnuda alguna vez.

– Eh tocado algunas chicas pero no totalmente desnudas.

– Cuando una mujer está tan excitada como yo ahora, lo puedes sentir con tus dedos, sus pezones se paran, su piel se eriza, su cuquita se moja muchísimo, su ano palpita.

Mi ano palpitaba de la excitación que tenía

Le iba diciendo todas estas cosas mientras guiaba sus dedos en medio de cada detalle de lo que le estaba susurrando, Daniel emitió un ronco quejido y tomó mis nalgas con fuerza como tratando de contenerse pero igual se había derramado salpicando mi vientre.

– Lo siento, es que yo…no pude aguantar más.

– No pasa nada, ven acuéstate commigo.

Poco a poco, Daniel mamaba mi cuello, mis senos, mi vientre, manoseaba mis nalgas, mi ano, mi cuquita. Al principio, lo iba guiando, indicándole qué hacer, luego el mismo había tomado el control y en muy poco tiempo estaba erecto de nuevo.

Busqué un condón en la mesa de noche, y entre caricias se lo fui colocando poco a poco. Luego, me coloqué de rodillas sobre mi cama con las manos apoyadas y le dije.

– Quiero que me penetres suavemente.

El pene de Daniel estaba bastante crecido, sin embargo mi cuquita se había mojado tanto que no me costó recibirlo. Cuando lo metió hasta adentro le pedí que se quedara quieto, podía sentir como palpitaba dentro de mis labios. Luego, poco a poco comenzamos a movernos, Daniel no tardó mucho en tomar un ritmo bastante fuerte, sus bolas golpeaban mis labios con fuerza, sentí que se correría de nuevo así que me separé y le pedí que se acostara boca arriba.

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Ahora, me subí sobre él, dejando que su guevo me empalara por completo nuevamente, comencé a moverme suave y en círculos apretando y soltando la vagina para que pudiera disfrutar la presión, luego empecé a cabalgarlo, al principio con suavidad y luego con más fuerza en la medida en que los gemidos roncos de Daniel me pedían más y más. Ahora el también se empujaba desde abajo haciendo que mi cuerpo rebotara sobre el, Daniel no dejaba de mirar mis senos subir y bajar hasta que nuevamente se corrió con un ímpetu tremendo haciéndome llegar también.

Me acosté a su lado, poco a poco nos fuimos calmando.

– Que rica está…

– Me alegro que te gustara, otro día te enseñaré más cositas si quieres.

Entendiendo que todo había terminado por esa tarde, Daniel se vistió y se fue, diciéndome lo mucho que deseaba volver a verme.

Y desde ese día no he vuelto a invitarlo. Sin embargo, por la forma en que me mira se que no ha olvidado lo que pasó y que se muere por venir de nuevo, quizás cuando esté sola otra tarde le permita hacerme otra visita.

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