Dos maduras que van de puritanas y un vecino

27/09/2018

Para gustos las maduras morenas, pelirrojas o rubias. Todo es diferente según se mire. Puritanas no son, eso por descontado. Cuenta el refrán que todo es según el cristal por donde se mire; otro dicho dice, y valga la redundancia, no hay realidades, hay interpretaciones. Y otro frase aún más rebuscada dice: para gustos los colores.
Y en ese justo momento y solo ahí, entran Pilar y Mónica.
Dos mujeres de arriba a abajo, o al revés, hechas y derechas, con genio y aplomo, con personalidad, porque no es lo mismo tener personalidad que ser una personalidad. Y ellas la tienen, y ellas lo son. Tener y ser se funden en las cuatro tetonas y tetazas que las adornan.

Dos descripciones para dos maduras nada castas ni puritanas

Pilar es distinguida, soberbia, altiva, mandona, decidida y cómo no, tetona. Se desnuda solo cuando quiere, no hace caso ni a su padre, con que a mí menos, y solo cuando ella decide y quiere, pone su almeja a trabajar y darse el gustazo. Por otro lado, Mónica es callada, sensual, sexual, recatada, misteriosa, libidinosa, viciosa silenciosa y cómo no, tetona.
Las dos, dos mujeres podríamos decir maduras, esa palabra viene de maturus, y quiere decir fruta que ya se puede comer o persona que ya alcanzado el desarrollo esperado, y creo yo, en mi modesta opinión, que ambas, lo han logrado.
Listas para el túnel de lavado con jabón y abrillantador. Con las dos quedé en sendos días, un lunes y un martes, para empezar bien la semana. El lunes con Pilar, la atrevida y lanzada. Fue todo una bacanal en pareja. Todo era sexo en la habitación de mi casa. Digo habitación porque me gusta estar con una mujer en mi habitación de siempre, volver a la niñez y recordar que en vez de pajas, ahora estoy con una mujer en pelotas. Tetas grandes, coño peludo maduro, todo un lujo para un fantasioso e inexperto, una cara de vicio insaciable, y un pardillo delante, es decir yo, con más ganas de galletas que el mounstruo de Barrio Sésamo. Sus galletas con pezón, es la mejor merienda. Se la metí tanto cuanto pude, y me quedé con un regusto que aún me dura.

Tetonas y culonas puritanas o atrevidas qué más da

Luego, el martes, vino Mónica prudente y reflexiva, entró en mi casa como si nada, como si me fuera a vender libros de religión, de lectura o algo así. Nada de eso. La desnudé, provoqué el momento, porque con ella no es como Pilar que funciona sola, no, Mónica tiene unos botoncitos que si no los pulsas no se mueve. Modositas a mí, yo las sé estimular. Los toqué como yo solo sé hacerlo, y, perfecto, su coño era el lago Victoria inundado por el Océano Pacífico. O sea, era todo un mar de sensaciones, era el jodido Pacífico sin paz, con agua y huracanado. Metí mi trasteada verga, del día anterior, y ese calor de inocencia pura que noté en mi glande, me recobró y me insufló de nuevo las fuerzas necesarias, para un nuevo envite, acometida o abordaje.
Ya lo dicen, la inocencia, es esa fuente inagotable de energía que dura más que las pilas de los conejitos. Embestí y arremetí, susurré y gimoteé, empecé y acabé. La saqué y me corrí en su imberbe barriguita de puritanas de terciopelo. Pilar y Mónica, dos perfectos monumentos en mi habitación de inexperto amante de maduras.

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