De limpieza con mi suegra la cachonda

Hasta marzo de este año 2016, siempre pensé que era una sutil argucia poner frases como: “…esto me sucedió a mi…”, “Lo que voy a contar ocurrió realmente…”, etc., con el único fin de ir caldeando la mente del lector. Hoy, sin embargo, ya no creo en esta teoría.
Así, siempre que llega el mes de marzo, y aprovechando la llegada de la primavera, mi suegra decide limpiar, cara al verano y a los fines de semana con buen tiempo, el chalet que tienen en la costa, y para eso pide la ayuda de su hija mayor (mi mujer) y la de su marido, que es este humilde servidor.
Como buen yerno que soy, acepto y nos vamos todos a faenar. Pero este año, uno de nuestros hijos estaba enfermo y mi mujer tuvo que quedarse en la ciudad. Yo mantuve el ofrecimiento y mi suegra no puso ninguna pega a encargarnos nosotros dos solos de la limpieza.
Para entrar en materia, que es lo que nos interesa a los que leemos este tipo de narraciones, he de deciros que mi suegra es una mujer de 63 años muy bien llevados. Mide 1,53 metros, está un poco gordita y conserva un culo y unos pechos envidiables por amigas suyas de mucha menos edad.
En cuanto a mi se refiere, tengo 41 años, mido 1,70 metros y, sin ser un atleta, estoy en una forma física excelente debido al deporte que realizo desde hace años.
Pues bien, aquel 25 de marzo fue todo un cúmulo de sorpresas. Para empezar, mi suegra, nada más llegar al chalet, y alegando que hacía muy buen tiempo, se fue a cambiar de ropa al piso superior apareciendo, al poco ante mi, ceñida en una ajustadísima camiseta que permitía apreciar con perfecta nitidez el relieve de sus pezones y con unas bermudas elásticas que en la entrepierna se le hundían obscenamente en la raja de su coño.
El día, efectivamente, se presentó especialmente caluroso y, dos horas de trajín hicieron que el sudor marcara aún más las voluptuosidades de mi suegra.
— Voy a prepararme un tentempié, ¿te apetece? –dijo, mientras cogía una botella de Rioja del mueble- bar.
— No estaría mal –contesté con una sonrisa– . Voy a lavarme las manos.
Naturalmente, los hechos que voy a relatar a continuación no se desencadenaron con la rapidez que acostumbro a leer en escritos similares. Así, durante una hora, más o menos, mi suegra y yo, sentados en torno a la mesa del jardín, picoteamos unas patatas fritas, charlamos del trabajo, de la familia, … y regamos todo con el báquico líquido.
Precisamente creo que fue la abundancia de Rioja, tres generosas copas, las que hicieron que mi suegra aumentara su ya habitual locuacidad y, su desconocida para mi, desinhibición.
De pronto, noté como un pie desnudo se situaba en mi entrepierna. Os juro que en cualquier otra situación hubiera sospechado de cualquiera antes que de mi suegra. Pero, allí, sólo estábamos ella y yo.
— ¡Eh!, ¿qué pasa, mi hija no te ha hecho esto nunca? –preguntó con desparpajo.
— ¡Mujer!,… tu hija sí, pero… –acerté a decir mientras me sonrojaba.
— ¡Ah, que hipócritas somos con nuestros hijos! –sentenció. Y cogiendo su camiseta por el borde inferior, en un ágil movimiento, se la sacó por la cabeza.
Ante mi atónita mirada aparecieron dos hermosas tetas ceñidas en un elegante, discreto y transparente sujetador. Estaba claro que mi suegra estaba algo más que acalorada: sus erectos pezones así lo delataban. Entonces dio un paso hacia mi y me hizo comprender que aquello no iba a parar en un simple striptease. Se arrodilló ante mi, cogió con decisión el elástico de mi pantalón de deporte y tiró de él hacia bajo. Yo, apoyándome contra el respaldo de la silla, levanté el culo del asiento y facilité que la prenda bajara hasta la altura de mis pantorrillas. A continuación, nos coordinamos de idéntica manera para deshacernos del calzoncillo.
— Pero,… ¿qué te pasa, querido yerno?– sonrió al ver la flacidez de mi miembro.
— ¡Caramba!, la sorpresa, los nervios,…
— ¡Ja, ja! –se rió sin reparos– ¿nervios?, ahora mismo te relajo.
Y sin mediar más palabra abrió su boca y se engulló toda mi polla. Sin embargo, casi al instante, tuvo que dejar salir parte de la tranca que, por segundos, se dilataba hasta el punto de provocarle alguna arcada.
Yo comencé a acariciarle la espalda caldeada por el sol de media mañana y, deteniéndome en el broche del sujetador, maniobré en él hasta liberar sus pechos. Mi suegra soltó entonces el “trofeo” de su boca y terminó de sacarse la prenda que había estado oprimiendo hasta entonces sus senos.
Tampoco voy a mentiros ahora, no se trataba de dos turgentes, erguidas y adolescentes tetas, no; pero ¡Dios mío!, para 63 años aquella mujer tenía dos soberbios pechos, inevitablemente caídos, pero cuyos pezones se irguieron como lanzas en cuanto comencé a chupárselos.
–¡Para, para un momento! –me susurró entre gemidos, y con igual rapidez que antes se quitó las bermudas.
— ¿Me permites?. –dije señalándole las bragas.
Ella asintió con la cabeza.
Siempre me había sorprendido lo erótica que era la lencería que usaba mi suegra cuando la espiaba en el tendedero de la casa de campo, pero ahora, puesta sobre aquel veterano cuerpo, me di cuanta que realmente no le quedaba nada mal.
Acaricié su culo por encima de la prenda, luego introduje mis manos debajo y recorrí de atrás hacia delante la raja de su culo, pasé por sus ingles y me entretuve introduciendo dos dedos de mi mano derecha en su encharcada hendidura…Mientras, ella, no dejaba de gimotear.
Luego, coloqué con decisión las manos en su cintura y, con toda la delicadeza que me permitía mi excitación, bajé la mínima braguita hasta sacársela por los pies. Me recliné hacia atrás en la silla en la que permanecía sentado y contemplé, un instante, aquel soberbio cuerpo.
La imagen con que me obsequió mi suegra resultó, de nuevo, una agradable sorpresa. A los soberbios y grandes pechos los acompañaba un cuerpo menudo y regordete, pero en absoluto desproporcionado. Incluso, la barriga, algo abultada, carecía de la flacidez típica de su edad y las piernas, carentes de celulitis, conservaban una firmeza realmente envidiable… Si a esto añadimos una depilación francamente esmerada, el conjunto resultaba muy excitante.
— ¡Qué!, ¿te gusta lo que ves?. — dijo mi suegra, y sin esperar contestación se echó hacia atrás su teñida melena rubia, apoyó un pie en uno de los reposa brazos de mi silla y, así, bien abierta de piernas, se apartó con una mano los rizos de la jugosa gruta y tras chuparse el dedo corazón de su mano derecha, comenzó a estimular su protuberante clítoris a un palmo de mis narices.
— Déjame a mi, –atiné a decir, y de manera decidida, me levanté, despejé la mesa todo lo rápido que pude: vasos, plato con restos de patatas y la botella de vino parecían volar, y, agarrando a mi suegra bajo las axilas la tumbé boca arriba sobre aquella improvisada ara sexual. Entonces fui yo el que separé sus piernas y, hundiendo mi cara en su peludo coño, comencé a realizarle una suculenta mamada. Realmente es una suerte que el chalet quede separado más de cien metros del más próximo, ya que los gritos del primer orgasmo que tuvo mi suegra es probable que se oyeran a aquella distancia.
— ¡Por favor, clávamela de una vez!, –dijo cuando recuperó aliento.
Sin embargo, yo no estaba dispuesto a desperdiciar tan rápido aquella ocasión. Dejé, sí, de chuparle su experto conejito y la bajé del erótico altar; pero, hice que, una vez de pie, apoyara su torso sobre la mesa y separándole las piernas dejé a mi alcance su orondo culo. primero chupé sus nalgas, al poco introduje un dedo en su hendidura y, por último, tras lubrificar bien mis dedos con saliva, le metí uno por el ano.
–¡¿Qué haces?!. –chilló queriéndose incorporar. Pero, sacando la mano de su coño, la apoyé firmemente en su espalda y la inmovilicé.
— Tranquila, –le susurré– no te voy a hacer daño. Seguro que esto no te lo hizo nunca el estirado de mi suegro.
— Es verdad, –suspiró resignada.
Entonces introduje un segundo dedo y comencé un lento y suave mete-saca . Cuando oí que los quejumbrosos gemidos se tornaban en suspiros de placer, arrimé mi estaca a su raja y, sin sacar los dedos de su culo, enterré de lleno comenzando a follármela.
Como había supuesto, el coño de mi suegra estaba enormemente dilatado por la excitación, el orgasmo y los años de uso, así que tras calentarla, aun más si podía ser esto, retiré mis dedos de su culo, apoyé mi polla en su ojete y, ayudándome con la mano, presioné hasta que entro todo el glande.
El chillido fue más desgarrador que el del orgasmo.
— ¡Sácala, sácala,… por favor te lo pido!.
Pero no hice caso, La apreté firmemente contra la mesa para que dejara de revolverse y ceje, de momento, en mi entrada. Cuando se calmó un poco, deslicé, con delicadeza, una mano por su barriga, bajé un poco más y, hurgando entre los rizosos pelos, comencé a mimarle el clítoris. El suave roce obró rápidamente el milagro, no había duda de que el dolor había desaparecido. Entonces empujé un poco más,… y un poco más,… y un poco más…hasta sentir en roce de sus nalgas en mis huevos. Me recliné sobre ella y le susurré:
–¿A qué ya no te duele?.
No me contestó, tan sólo encogió un poco el culo y lo volvió a empujar hacia atrás enterrando un poco más mi polla en sus entrañas… Indudablemente aquello marchaba.
Amigos lectores, ¡que gusto!, aquel culo virgen estaba deliciosamente apretado en torno a mi miembro y comencé a entrar y salir, primero muy despacio,… luego un poco más rápido, … y luego un poco más,… . Cada vez era más fácil el mete-saca. Mi suegra se había incorporado ligeramente sobre la mesa apoyándose sobre los codos, lo que me permitía, mirando lateralmente, observar el acompasado bamboleo de sus tetas con mis embestidas,…
Así, apoyado sobre su espalda, una mano en su coño, otra acariciándole un erecto pezón y mi inflamada estaca perforándole el culo… os los podéis imaginar, ninguno de los dos pudimos resistir mucho más. Primero ella lanzó otro de sus gritos y se derrumbó sobre la mesa, luego, a mi, me temblaron las piernas y una especie de pequeña descarga eléctrica recorrió mi espina dorsal. Eyaculé una,… dos,… tres,… hasta cuatro y cinco veces en aquel imponente culo, medio mareado me salí de él y caí derrotado en la cercana silla.
Mi suegra, se arrodilló otra vez ante mí y sacando su lengua limpio voluptuosamente la flácida polla mientras me dirigía una agradecida mirada..
Arriba, en el nítido cielo azul, un sol primaveral mantenía el calor de nuestros exhaustos cuerpos.