Capítulo primero.
Placentero Tabú
El sol del mediodía caía con una intensidad deliciosa, envolviéndome en su cálido abrazo mientras me recostaba en la chaise longue de la terraza. Mis ojos se cerraron lentamente, dejando que el placer de la calidez se filtrara a través de cada uno de los poros de mi piel. Me encontraba en un estado de relajación absoluta, disfrutando de la libertad y del momento íntimo conmigo misma.
Mis piernas se extendían cómodamente sobre la chaise longue, ligeramente abiertas, permitiendo que el aire fresco de la tarde acariciara mis muslos. Llevaba un bikini minúsculo de color negro, sus tiras finas apenas cubriendo lo esencial, dejando que el sol besara la mayor parte de mi cuerpo. El cigarrillo en mis labios añadía un toque de sensualidad descuidada, mientras el humo formando espirales perezosas en el aire.
Escuché el suave sonido de la puerta de la terraza abrirse, y sin moverme, supe que era mi tía. Una sensación de expectativa creció dentro de mí. Mantuve mis ojos cerrados, pero la conciencia de su presencia hizo que cada segundo se sintiera cargado de electricidad.
Abrí los ojos y la miré a través de mis gafas de sol, notando cómo sus ojos se posaban en mí, recorriendo cada centímetro de mi cuerpo con una mezcla de sorpresa y deseo reprimido. No pude evitar una sonrisa pícara mientras llevé el cigarrillo a mis labios, inhalando profundamente antes de dejar escapar el humo lentamente. Sentí cómo el calor del sol intensificaba la sensibilidad de mis pezones, endureciéndolos bajo la ligera brisa.
El silencio entre nosotras era denso, lleno de palabras no dichas y deseos ocultos. Su mirada era una caricia que sentía en cada parte expuesta de mi piel. Decidí que era el momento de empujar los límites, de ver hasta dónde podía llegar su autocontrol.
Con un movimiento lento y deliberado, deslicé los tirantes de mi bikini hacia abajo, liberando mis pechos al sol. Mis pezones se alzaron orgullosos, disfrutando de la atención tanto del sol como de la mirada hambrienta de mi tía. Mis manos descansaron sobre mis muslos, mis dedos jugueteando con la tela del bikini inferior, sugiriendo más de lo que mostraban.
Podía sentir su respiración acelerarse, el rubor en sus mejillas se hacía más evidente. Su lucha interna entre el deseo y la moralidad era palpable. Yo misma estaba ardiendo por dentro, el calor del sol y el fuego del deseo se entrelazaban, creando una sensación de euforia.
Me recosté más profundamente en la chaise longue, mis manos acariciando mis costados, subiendo lentamente hasta mis pechos. Los tomé suavemente, disfrutando de la sensación y del efecto que tenía en mi tía. Su mirada estaba fija en mis movimientos, cada caricia, cada pequeño gemido que dejaba escapar.
Su voz finalmente rompió el silencio, un intento de severidad que no pudo ocultar el temblor en sus palabras. «¿Por qué lo haces, Sofía?» preguntó, tratando de mantener el control.
Le devolví la mirada, una sonrisa juguetona en mis labios. «¿No te gusta lo que ves, tía?» mi voz era suave, casi un susurro, pero cargada de provocación. Sabía que estaba jugando con fuego, pero el deseo de verla rendirse era más fuerte que cualquier otra cosa.
Ella se acercó un paso, su mirada indecisa pero llena de anhelo. El tiempo parecía ralentizarse, cada movimiento suyo, cada inhalación mía, creando un ritmo hipnótico que nos envolvía en nuestra propia burbuja de deseo.
Mis dedos se deslizaron juguetonamente por el borde de mi bikini inferior, tirando suavemente de la tela, dejando al descubierto más piel. Podía ver el brillo calenturiento en sus ojos, la lucha interna que se reflejaba en ellos. Estaba justo en el borde, y yo disfrutaba cada segundo de esa tensión.
Estar así, expuesta bajo el sol, con mi tía observándome, era una experiencia cargada de erotismo y provocación. La combinación del calor del sol y el fuego del deseo en nuestros cuerpos creaba una atmósfera intoxicante. Sentía cada mirada suya como una caricia, cada susurro del viento como una delicada promesa. Estábamos al borde de algo que ninguna de las dos se atrevía a nombrar, pero que ambas deseábamos intensamente. La tarde en la terraza se convirtió en un juego de provocación y deseo, un baile sutil entre la tentación y la rendición, y era momento de subir la apuesta.
Sin apartar la mirada de su rostro, deslicé la parte inferior de mi bikini hacia abajo, dejando mi cuerpo completamente desnudo ante ella. Sentí la brisa fresca en mi intimidad, un contraste delicioso con el calor del sol. Mi tía tragó saliva, su respiración se volvió aún más irregular. Sabía que este era el momento decisivo. Me recosté más cómodamente, abriendo las piernas deliberadamente, invitándola a mirar todo lo que quería y más.
El ambiente estaba cargado de una electricidad palpable. Sus ojos recorrían mi cuerpo desnudo con una mezcla de asombro y deseo que me hacía temblar. La vi dar un paso más cerca, su conflicto interno claro en sus ojos, pero el deseo empezaba a ganar la batalla.
Con movimientos lentos, llevé mis manos a mi pecho, acariciándome los pezones ya erectos, pellizcándolos suavemente. Gemí deliberadamente, exagerando un poquito, es cierto, con un sonido ronco que sabía que resonaría en ella.
Mi otra mano bajó lentamente por mi abdomen, acercándose cada vez más a mi sexo, rozando los pliegues de mi vulva. Mis dedos comenzaron a jugar suavemente con mi clítoris, haciendo círculos lentos y sensuales.
Mis dedos primero recorrieron los labios mayores, suaves y cálidos al tacto. Estaban ligeramente cubiertos de vello púbico, bien cuidado, que añadía una textura interesante al deslizar mis yemas por ellos. Al separar ligeramente los labios mayores, revelé los otros labios, más oscuros y delicados, que se abrían suaves como pétalos de una flor.
Sentí la humedad que empezaba a acumularse en mi entrada, una señal clara de mi excitación. La piel allí era aún más sensible, cada toque, cada caricia enviando ondas de placer a través de mi cuerpo. Mis dedos se deslizaron suavemente entre los pliegues, encontrando la humedad y resbalando con facilidad.
Centré mi atención en mi clítoris, ese pequeño punto de placer que ahora estaba completamente expuesto y erguido. Comencé con círculos lentos y sensuales, aumentando la presión gradualmente. Sentía un gemido ronco escapando de mis labios, la sensación era intensa y electrizante, cada movimiento enviaba pulsaciones de placer a través de mi cuerpo.
Decidí explorar más profundamente. Deslicé uno de mis dedos hacia mi entrada, sintiendo cómo los músculos se apretaban alrededor de él mientras lo introducía lentamente. Mi vagina estaba húmeda, jugosa y cálida, acogiendo mi dedo con una suavidad que me hizo gemir más fuerte. Introduje un segundo dedo, moviéndolos rítmicamente dentro y fuera, cada empuje aumentando la intensidad de mi placer.
La textura interna de mi vagina era un contraste fascinante entre suavidad y firmeza. Sentía cada pliegue y curva mientras mis dedos exploraban, buscando ese punto especial que sabía que me llevaría al clímax. Encontré el que supuse era mi punto G, y con cada caricia, cada movimiento de mis dedos, sentía el placer aumentar en oleadas.
Mi otra mano continuaba jugando con mi clítoris, alternando entre caricias suaves y presión firme. Mi cuerpo reaccionaba instintivamente, arqueándose, mis piernas temblando con cada nueva ola de placer. Podía sentir cómo mi respiración se volvía más rápida, mis gemidos llenaban el aire mientras me
Mi tía al verme se acercó aún más, con su mirada fija en mis dedos que se movían rítmicamente. Pude ver cómo luchaba con sus propios deseos, sus manos temblaban ligeramente. Sabía que estaba al borde de rendirse, y yo estaba decidida a llevarla hasta ese punto.
La miré fijamente mientras mis dedos se hundían más profundamente en mi sexo, jadeando suavemente con cada movimiento. «Tía, ven aquí,» dije con voz suave pero firme. No era una petición, era una orden disfrazada de invitación. Vi cómo sus ojos se oscurecían con el deseo, y su resistencia, finalmente, rompiéndose.
Dio un paso más, y luego otro, hasta que estaba justo al borde de la chaise longue. Sus manos temblorosas se extendieron hacia mí, tocando primero mis piernas, subiendo lentamente por mis muslos. Cada caricia suya era como un fuego que encendía aún más mi piel, haciéndome gemir más fuerte. Ahi, ya no tenpia que fingir.
Mi tía se inclinó sobre mí, sus labios finalmente encontrando los míos en un beso cargado de deseo contenido. Sus manos se movieron con más confianza ahora, acariciando mi cuerpo, explorando cada rincón que yo le ofrecía sin reservas. Sentí su lengua invadir mi boca, un preludio a algo mucho más intenso que ambas sabíamos que se avecinaba.
Nos movimos juntas, como dos cuerpos hechos para encajar a la perfección. Sentí sus manos reemplazar las mías en mi sexo, sus dedos explorando con curiosidad y deseo. Mi respiración se volvió jadeante, mis gemidos mezclándose con los suyos, creando una sinfonía de placer compartido.
Deslicé mis manos por su espalda, tirando de su ropa para, contando con su apoyo, desnudarla también. Sentía la suavidad de su piel contra la mía, sus tetas presionándose contra los míos en una fricción deliciosa. Estábamos en un frenesí de caricias y besos, cada movimiento acercándonos más al borde del clímax.
Su piel era suave y cálida bajo mis manos, con la textura ligera de la edad que le daba una sensualidad única. Sus tetas, aunque ya no tan firmes como en su juventud, estaban llenas y pesados, con deliciosos pezones oscuros y duros que respondían al más mínimo roce de mis dedos, endureciéndose aún más con cada caricia y succión, revelando de esa manera su excitación. Uhmm, era, en verdad, una verdadera delicia.
Me perdí en la sensación de su piel deslizándose contra la mía, cada contacto enviando ondas de placer a través de mi cuerpo.
Sus tetas colgaban ligeramente, pero mantenían formas redondas y atractivas. Sentir su peso y la suavidad de su piel bajo mis manos era una experiencia intoxicante. No había marcas visibles de cirugías, pero algunas estrías ligeras y cicatrices pequeñas contaban la historia de una vida vivida plenamente.
Su barriga tenía una suavidad agradable, un pequeño pliegue que se formaba cuando se movía o se inclinaba. Sus caderas eran exageradamente, anchas y curvadas, perfectas para sostener mis manos mientras la acercaba más a mí. La piel de sus caderas era tersa, y podía sentir los músculos debajo, fuertes y firmes.
Deslicé mis manos más abajo, explorando la suavidad de su zona vaginal. Sus labios vaginales estaban hinchados y húmedos, una señal clara de su excitación. La piel aquí era más delicada, suave al tacto y sensible a cada caricia. El clítoris estaba erguido, enrojecido, respondiendo a mis toques con pequeñas sacudidas de placer que la hacían gemir suavemente. Más atrás, su zona anal era igualmente excitante, con la piel firme y suave. Podía sentir la tensión en su cuerpo mientras mis dedos exploraban, cada toque arrancando suspiros y gemidos.
En ese instante, la terraza se conviertía en nuestro escenario de placer. El sol seguía brillando, intensamente, testigo mudo de nuestro encuentro prohibido. Cada segundo que pasaba aumentaba la intensidad, nuestros cuerpos moviéndose con una urgencia que no podíamos controlar.
Mi tía se movió hacia abajo, sus labios dejando un rastro de besos ardientes por mi cuello, mis tetas, mi abdomen, hasta llegar, finalmente, a mi sexo.
Sentía su lengua deslizarse sobre mi clítoris, arrancándome un gemido de puro placer. Me arqueé hacia ella, mis manos enredándose en su cabello, guiándola, suplicando por más. Cada movimiento de su lengua era una descarga de electricidad que recorría mi cuerpo, encendiendo cada fibra de mi ser. Era mi tía, y eso solo hacía la experiencia aún más intensa, más prohibida y deliciosa.
Mi respiración se volvió errática, mis gemidos más fuertes. «Oh, tía, sí, así, sigue…no pares,» jadeé, mis palabras entrecortadas por el placer. Sentía sus labios y lengua moverse con una habilidad sorprendente, cada caricia, cada lamida llevándome más cerca del orgasmo. Su calor, su deseo, todo se mezclaba con el mío en una sinfonía de lujuria desenfrenada.
Mis manos bajaron por su espalda, sintiendo la suavidad de su piel y los contornos de sus músculos. Estaba perdida en un mar de sensaciones, cada toque, cada susurro me hundía más en el abismo del placer. Mi mente se desvanecía, enfocándose solo en la sensación de su lengua y su boca sobre mi concha.
Mi tía levantó la vista, sus ojos encontrando los míos con una intensidad feroz. «¿Te gusta, cariño? ¿Te gusta cómo te hago sentir?» Su voz era un susurro cargado de deseo. Asentí frenéticamente, incapaz de articular una respuesta coherente. «Sí, tía, me encanta, por favor sigue, no te detengas.»
Su sonrisa fue una mezcla de ternura y lujuria. «Te ves tan hermosa así, Sofía. Tan abierta, tan vulnerable. Quiero verte llegar al orgasmo, quiero sentirlo.»
Mis piernas se abrieron aún más, sintiendo un leve dolor en los músculos, ofreciéndole todo de mí. Su lengua continuó su danza, cada movimiento preciso y lleno de intención. Sus manos se movieron hacia mis tetas, acariciándolos, pellizcando suavemente mis pezones, enviando ondas de placer adicionales a través de mi cuerpo.
Mi cuerpo temblaba bajo sus caricias, mi mente era un torbellino de sensaciones. «Tía, no puedo aguantar más, estoy tan cerca,» gemí, mis palabras llenas de urgencia. Sentí su sonrisa contra mi piel antes de que su lengua redoblara sus esfuerzos, succionando mi clítoris con hambre desbocada.
Nuestros gemidos llenaban el aire, una sinfonía de placer mutuo. Sentía su cuerpo temblar sobre el mío, y sabía que estaba cerca del clímax de nuevo. Mis propios gemidos se intensificaban, el placer acumulándose una vez más en mi interior, listo para estallar.
Nos movíamos al unísono, nuestras lenguas y labios trabajando en perfecta armonía. Sentí su clímax acercarse, su cuerpo tensarse, y aumenté el ritmo, mi lengua moviéndose más rápido, mis dedos acariciando sus pliegues con más fuerza. «Tía, me voy a…co…”jadeé, incapaz de terminar la frase antes de que el clímax me alcanzara nuevamente.
El placer estalló en oleadas de rayos, con mi cuerpo temblando bajo el suyo. Sentí su clímax también, sus gemidos ahogados contra mi piel. Estábamos unidas en una explosión de éxtasis compartido, nuestros cuerpos moviéndose juntos en un ritmo frenético de placer y deseo.
Después de lo que pareció una eternidad de placer, finalmente nos desplomamos, exhaustas y satisfechas. Nos quedamos abrazadas, nuestras respiraciones entrecortadas llenando el silencio de la terraza. «Sofía,» susurró mi tía, «nunca imaginé que esto sería tan increíble. Gracias por esto.» La besé suavemente en los labios, con una promesa de más momentos como este en el futuro. Estábamos al borde de algo nuevo y excitante, y ambas estábamos preparadas para explorar más allá de los límites que una vez pensamos inviolables.
El hecho de que ella sea mi tía y yo su sobrina añade una capa de complejidad a lo que acabábamos de experimentar. Nuestras mentes estaban llenas de pensamientos contradictorios, pero también de una nueva comprensión de nuestra relación.
Pense: “Aquí estoy, en brazos de mi tía, después de compartir una experiencia tan íntima y prohibida. No puedo evitar sentir una mezcla de emociones. Por un lado, el placer y la conexión fueron indescriptibles, algo que nunca había sentido antes. Por otro, el hecho de que sea mi tía añade una capa de culpa y confusión. Pero, a la vez, hay una parte de mí que se siente liberada, como si hubiéramos roto una barrera que estaba destinada a ser superada.”
La conexión que siento con ella ahora es más profunda que nunca. No es solo la atracción física; es el entendimiento mutuo, el deseo compartido, la aceptación total de nuestros deseos.
Estoy agradecida por esto, por ella, por habernos permitido explorar algo que muchos considerarían impensable. Y, sin embargo, no puedo evitar preguntarme qué pasará después. ¿Cómo afectará esto nuestra relación?
Estamos conectadas por la sangre, mi tía y yo. La línea que cruzamos no es solo física, sino también emocional y moral. Durante el acto, todo se sintió tan natural, tan correcto. Pero ahora, en el resplandor posterior, las dudas comienzan a surgir. ¿Debería sentirme culpable por lo que hicimos?
El mundo tiene normas y tabúes sobre las relaciones familiares, pero lo que compartimos fue un momento de pura conexión y deseo. No puedo ignorar el vínculo consanguíneo que nos une, pero tampoco puedo negar el placer y la intimidad que experimenté. ¿Es posible que algo tan placentero y profundo sea realmente incorrecto?
Siento una liberación increíble, una libertad que nunca había conocido. No hay arrepentimiento en mi corazón, solo una pregunta persistente sobre las implicaciones futuras. Me pregunto si esta experiencia nos hará más fuertes, más unidas, o si sembrará una semilla de complicación y conflicto.
Mi tía me miraba con una mezcla de asombro y satisfacción, con sus pensamientos en un torbellino de emociones similares a las mías.
«Sofía, siempre te he querido, pero esto es algo que nunca imaginé. No puedo negar lo increíble que fue, pero también me pregunto si deberíamos sentirnos culpables. Somos familia, y eso añade una capa de complejidad que no se puede ignorar. Pero cuando estábamos juntas, todo parecía tan natural, tan correcto. No puedo evitar sentir que esto fue una manifestación de nuestro amor, de nuestra conexión única.»
«La culpa es una construcción social, una norma impuesta por la moralidad de otros”. Le dije “En este momento, no siento culpa, solo una plenitud que nunca había conocido. Pero sé que debemos ser cautelosas. Este secreto puede unirnos más, pero también tiene el poder de destruirnos si no manejamos nuestras emociones con cuidado”.
Mientras me mira, puedo ver la misma mezcla de emociones en sus ojos. Sabe que lo que hicimos cogiendo con mi madre y mi tia fue tabú, pero también entiende que fue una expresión profunda de nuestro vínculo. Mi tía siempre ha sido una figura materna y una amiga cercana para mí, alguien en quien puedo confiar sin reservas.
Luego mi tía agregó:”Sofía, no debemos permitir que la culpa nos consuma. Lo que hicimos fue una manifestación de nuestro amor y conexión. Sin embargo, debemos ser conscientes de las consecuencias. Este secreto es algo que debemos proteger, algo que podría fortalecer nuestro vínculo o causar un abismo entre nosotras si no somos cuidadosas.»
Sabía que el mundo no entendería, pero en este pequeño universo que habíamos creado, todo tenía sentido. Luego sentí su mano acariciando suavemente mi espalda, con un gesto de ternura y comprensión. »
Tía, estoy de acuerdo contigo. Lo que compartimos fue hermoso y profundo, pero debemos ser cuidadosas. No quiero perder esta conexión, pero tampoco quiero que nos consuma la culpa o el miedo.»
Le dije reflexionando sobre el amor y el deseo que sentía por ella. No era solo un impulso físico; era algo más profundo, una necesidad de estar conectada a ella en todos los niveles. La sociedad podría juzgar, pero en este momento, en este lugar, lo único que importaba era nuestra verdad.
Nos quedamos allí, abrazadas bajo el sol que se desvanecía, dejando que nuestras respiraciones se sincronizaran. Cada segundo que pasaba, la comprensión y la aceptación crecían entre nosotras. Decidimos que este momento sería nuestro secreto, algo que nos uniría de una manera que nadie, absolutamente nadie más, podría entender.
(Fin Primera Parte.)