Asignatura suspendida en la Universidad – 7

-¿Dónde lo hicisteis- eso fue lo último que me preguntó mi amiga Lourdes en aquella tarde pesada de aritmética, su turbulenta pregunta era dónde me había follado a mi madre. Yo estaba más preocupado que un parado de larga duración, por haberla metido por donde salí hace veinte años; y ella, ella quería saber dónde había penetrado a mi tetona madre.
Por qué siempre me preguntan lo que no quiero, y por qué no me gustan las preguntas. Me ponen nervioso, y la razón es porque no sé lo que me viene encima y porque ante la duda,…, la más tetuda. Mi madre.

Era un bucle materno filial del que no podía salir.

Había sido la mañana más rara de toda mi jodida vida, un bigote cebolla universitario, con todo a su favor, los estudios, la salud, no me falta de nada, como a mesa puesta, me levanto cuando quiero, hago y digo lo que quiero, tengo una amiga veinteañera, Lourdes graciosa, cariñosa y salerosa; además de tetona y calentona, y ahora, una mala jugada, un mal movimiento, y he acabado follando con mi madre con todo el consentimiento.
La idea me retumbaba una y otra vez, esa prohibición absoluta me la había pasado por los huevos, y nunca mejor dicho. Y lo peor de todo, lo infinitamente increíble, es que me había gustado. Sí, ha sido el mejor metesaca de toda mi vida. Lourdes es caliente y lo tiene como un bizcocho de chocolate recién salido del horno, pero mamá, mamá es especial. Sí. Se lo había dicho a Lourdes en no sé qué clase, le había confiado mi reciente secreto, mi delito matutino; supongo producto del shock maternal sufrido por las embestidas sin final, y ahora, ella quería saber más. Como buena universitaria, es una curiosa empedernida.

Me volvió a repetir.

-¿Qué…que dónde lo hemos hecho?- le contesté mirando para abajo hojeando el libro de aritmética abierto al azar, por una página que lo mismo da.
-Sí, sííí….claro-me repetía Lourdes con intensidad pero en voz baja, aún estábamos en clase, en el último pupitre elevado de esa clase medio oscura y amplia, grande y resonante, era como un espacio eclesiástico- que donde, la guarra de tu M..A…M…Á…se ha abierto para ti?
-No hables así de mamá, no me gusta tu tono-le dije al ver que se sobrepasaba en su indagación absurda.
-Así que no te gusta mi tono, pero si te gustan sus tetas verdad guarro, ¿se las has chupado?
-Chupar no es la palabra- ya me vine arriba ante tanta insistencia femenina- se las he M..A…M…A…D…O, ¿estás ya a gusto?, le he pegado un mamazo de tetas que ni Pinocho con su madre, Panocha!.- y levanté el tono sin querer fruto de mi excitación previa y post coito.
-¿Me llamas Panocha, follamadres matutino? – Lourdes estaba entrando en un sinsentido lingüístico dada su calentura interrogatoria.
-No, no me entiendes, Panocha es la madre de Pinocho, que también cometía incesto, lo mismo que yo, pero de madera….-y en ese momento, quise haber una bromilla para atemperar el ambiente, estaba ya caldeado, pero no conseguí atemperarlo, al revés, fue echar gasolina en un volcán llamado Lourdes.
-De madeeera….-dejó caer la palabra como el que entrega el dinero a un chantajista, con asco y repugnancia, con rabia contenida, y lo recibí al momento esa moneda envenenada. A menos de veinte centímetros pude notarlo. Dicen que las miradas matan. Ésa me llegó hasta el alma- ¿de madera se te puso la polla no?
-Bueno, dicho así, quizá es demasiado, pero sí. Cuando me dijo que fuéramos para la habitación y me cogió de la mano, y la tenía toda desnuda a mi lado, enseguida una descarga de oxitocina y vasopresina me sobrevino. Ya sabes, todo eso que libera el cerebro cuando uno está caliente, y la erección fue inminente, pues todo eso, era fue un torbellino que me llegaba hasta la punta de mi pepino. Verde que te quiero verde.- y dejé caer una broma segunda, a ver si así, reía un poco. Pero, nada más lejos de la realidad.
-Eres un cerdo Quique, no sé ni cómo estoy escuchándote detenidamente…
-No será porque te…gusta- y bajé el tono con media sonrisa picarona haciendo un ademán de acariciar su suave y aterciapelada mejilla sonrosada, a lo cual, ella reaccionó con un severo rechazo y con un hostiazo al canto.

El tortazo se había oído en toda la silenciosa y barroca clase de aritmética, serían las seis y media, llovía afuera, y esas luces blanquecinas de neón me estaban taladrando mis pupilas adormecidas. Cuando de repente, esa hostia, ese sopapo a mano abierta, sin anillos y con poros femeninos, había retumbado en todo el aula.

-¿Qué pasa por ahí arriba?- lo que faltaba, el giilipollas del profesor se había dado cuenta, encima de no explicar, cotilla, y todas las miradas se dirigieron para nosotros. Estábamos al final, así que las primeras filas, los cuatro ojos de turno, ya tuvieron una buena excusa para desconectar de la clase. Todos esos empollones gafotas mirando para arriba y medio sonriendo, como diciendo, ya veréis ahora. Es curioso como las personas se alegran del mal ajeno. Nunca expliques tus problemas: al veinte por ciento no le interesan, y el ochenta por ciento se alegran de que los tengas. No rindas cuentas a nadie. Sé tu propio juez.
-No…no pasa nada..-dije titubeando y con mi mejilla palpitando, era como si tuviera todavía la mano agresiva enfurecida de mi compañera, la notaba como una lapa caliente y babosa que se te pega después de salir de un baño en un estanque prohibido. Del amazonas. Era la mano solitaria de la familia Monster, la que corre sin zapatos y con violencia me azota con arrebato.
-¿Cómo que no pasa nada, he oído un tortazo, creéis que soy tonto o qué?- y comenzó a subir las escaleras lentamente, como un vaquero del Malo, el Feo y el Tonto. Parecía como si él también buscase una excusa para detener su rollo infinito e inservible con el que nos deleitaba esa tarde de lunes. Y se acercó más.

Hasta el punto de estar al lado de Lourdes, que estaba en la parte más cercana al pasillo central. Vamos, que le puso su pantalón de pinzas frustado a la altura de la boca.

-No pasa nada, ¿qué va a pasar?, que faltan cinco minutos y que esto tiene que acabar- le dije ya en plan socarrón, al ver su chulería barata, al verlo tan cerca de mi amiga; y al observar que casi su polla la quería tocar. Un cebolleta de toda la vida. No me gustan los tocones. Y eso no lo podía permitir. Tengo vergüenza, pero hasta cierto punto, ni profesor ni su puta madre.

Seguirá…

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