– Ven aquí que no pasa nada, te daré de mamar, aunque ya no tengo leche- le dijo la madre al ver que el hijo rehusaba y rechazaba en parte su proposición.
Ella está semidesnuda, recién salida de la ducha, con los tetones fuera, la imagen la hubiera firmado cualquier señorita o putas Barcelona de las más exquisitas al esperar a un cliente. Pero esta vez no era así. No había cliente. Era madre e hijo. Atractiva, cariñosa, dulzona, desnuda, madura y de tetas bien formadas. Estaba ante su hijo, ya no tan pequeño, de dieciocho años, que tenía que estudiar, ir a la universidad, un novato de carrera; pero con el deber parece ser que lo tenía en la casa maternal.
-No quieres que mamá, pase buen un rato, ¿tan aburrida que me tiene tu padre?
El descaro era brutal, pero la propuesta descomunal. Él se había sentido atraído en más de una ocasión por las mujeres entradas en años, maduritas, veía fotos, vídeos, de todo; pero nunca, nunca pensó que podría ser su propia madre la caliente señora para follar.
Le ponían cachondo las mujeres maduras caseras, de estar por casa, de las que se ponen la bata y ni se pintan. De las que follan y luego preparan tranquilamente la comida para la familia. De las que no trabajan. Y tenía delante, algo muy parecido a eso.
-Visto así, mamá, la verdad es que estás bien buena.
-Ah sí, eso crees, mi pequeño..!
La madre se acercó a él, a su amor intocable, lejano y ahora palpable. Las tetas grandes las acercó en un gesto y ademán de darle leche. No tenía leche, no era una mamá lactante, pero hizo como si lo fuera. Le acercaba el pezón con amor. Un amor platónico y freudiano pero esta vez muy real.
-Bájate los pantalones- le ordenó sin ordenar, porque una madre no ordena a un hijo, tan solo se lo dice-. Hoy la universidad puede esperar, ¿o vas a dejar a mamá de esta manera?-
-A la universidad que le den por culo- Quique comenzaba a ser un hombre, se había desprovisto de todo artificio y circunloquio, es decir, que no iba con tonterías. Tenía una mujer caliente delante, y no la tenía que hacer esperar. Cuando una madre pide guerra, el artillero se pone el traje. Y no hay más que hablar.
-Di que sí hijo mío, así se habla. Que le den por culo.
La mama estaba real como nunca y caliente como siempre. Y su pequeño Quique tenía la polla toda fuera y tiesa, con los pantalones bajados:
-Joder, Quique, si que te ha crecido el aparato, la tienes impresionante, a ver puedo?
-Que si puedo? No puedes, debes cogerla.
Se la dirigió para su caliente y ansiosa mano, y pudo notar la presión y el desfogo de la mano maternal. Notaba cómo aprisionaba su polla como si fuera el mango de una bicicleta. Era como hacerse una paja, pero no tenía nada que ver. La mano era otra.
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Ella, con la polla endurecida delante, de su primogénito, de su filio, no acertaba a decir palabra:
-Pero, es que yo no creía que…
-Qué?, te creías que la polla no me había crecido o qué, desde la última vez? Yo no tenía ni el bigote cebolla que tengo ahora.
-Es cierto, vaya mostacho que tienes hijo mío, pareces Pancho Villa, me estás poniendo muy guarrona. Tendrás que ir pensando en afeitarte por primera vez. Ya te dejaré unas cuchillas nuevas. Las que utilizo para extraerme el vello vaginal y sobacal. Ya sabes que soy muy morena, … de todo.
La madre estaba fuera de sí, hablando así. Y a él, parecía no disgustarle por la satisfactoria respuesta de su órgano genital.
El tono se elevaba, ella se hacía pequeña observando al hombre que tenía delante y se excitaba por la polla del hijo:
-Anda toca que lo estás deseando antes de que vengan todos.
A decir verdad, se había excedido en las maneras el hijo, pero la naturalidad que le había transmitido la madre, ahora él, la estaba poniendo en práctica.
Quique recostado, con el pene fuera y parado, y su madre impresionada y abrumada, agarraba el falo gordo. Parecía una extraña. Casi una puta con un forastero. Como aquel libro que leyó en cierta ocasión “Putas Madrid: la ciudad del placer”. Pero no. Era una madre con su hijo. Y no podría creerlo, tenían más que minutos por delante que en un partido de fútbol, cuando vas perdiendo y tienes que remontar; cuando te meten un gol en los primeros lances. Y él tenía que meterlo por la escuadra. Ahora podían disfrutar, porque el resto de la familia no vendría hasta la hora de comer.
Era alrededor de las diez de la mañana, la universidad había desaparecido por completo, la estaban dando por culo; y madre e hijo estaban realizando la fantasía que nunca esperaron. Una asignatura pendiente que iban a solventar y solucionar de la mejor manera. Seguirá. (ver segunda parte “Asignatura suspendida en la Universidad”)