Antonieta la Gordita – Cuentos Cachondos

Esto que les voy a contar sucedió en el 2002. Ella, se llama Antonieta.
Siempre me han gustado las gorditas, pero Antonieta era una chica que no llamaba para nada mi atención. Ella se preocupaba más por sus calificaciones que por socializar con los demás, y solo se juntaba con personas digamos, nerds.
Antonieta era gordita, medía aproximadamente 1.65 y no era nada fea, pero siempre iba con la cara relavada, un chongo y unas ganas de no hablar con nadie. Un trasero grande, hermoso y suculento y un gran par de senos que no me cabían en las manos.
Un día, chateando en mi casa en la noche, recibí una invitación de ella para agregarla al Messenger. Acepté pero no me habló, hasta que un par de días después yo me decidí a hacerlo.
– ¿Qué onda Tony cómo estás?
– Bien, algo ocupadilla
Así eran nuestras pláticas durante meses, muy cortante y en persona ni siquiera nos volteábamos a ver. Hasta que un día ella tomó la iniciativa.
– ¿Estás ocupado?
– No dime, ¿Qué onda?
– Quería platicar con alguien, me siento muy sola y me da tristeza casi no tener amigos, y los únicos que tengo solo hablan de tareas y estudio y yo ya no quiero ser así. ¿Quieres ser mi amigo?
– ¡Claro! – le respondí-
Las cosas no cambiaron mucho. Terminó el semestre y comenzó el último. Seguíamos siendo indiferentes hasta que un día, entre los preparativos para nuestra graduación nos citaron un sábado en la facultad a las 3 de la tarde. Yo llegué un par de horas antes. La escuela estaba totalmente desierta pero a los 10 minutos ella bajó por las escaleras, yo estaba recostado en una banca y ella se acercó. Se veía impresionante. Con una blusa muy escotada y el cabello suelto me dejó contemplar unos rizos hermosos. Nos saludamos y yo intenté levantarme para que ella se sentara pero me detuvo y me dijo que estaba cansada de estar sentada, que prefería estar así.
Cada que ella volteaba hacia otro lado, yo aprovechaba totalmente para contemplar esos pechos. Sin duda enormes pero también, intocables. Pero en una de esas ella volteó y se dio cuenta.
– ¿Que tanto me ves?
– Nada Tony, ¿por qué me dices eso?
– Te he estado viendo, cada que volteo me miras de arriba abajo
No soy un don Juan, y mi primera reacción fue simplemente negarlo. Quizá hubiera podido decirle lo hermosa que se veía, bla bla… pero no fue así.
Sin embargo su reacción si fue muy distinta a lo que yo esperaba. Se acercó y comenzó a hacerme cosquillas, volviendo a preguntarme que tanto le estaba viendo.
Si yo ya estaba súper excitado con ella, al acercarse y tocarme me prendió mucho más y sobre todo, el roce de sus tetas con mi cuerpo que, para ese momento ya era muy descarado y claro, no me iba yo a quejar.
– Dime ándale, o te sigo haciendo cosquillas –me lo dijo en voz baja pegadita a mi oído-
– Antonieta no sigas haciendo eso porque pueden pasar cosas raras
– ¿Cómo qué? –me respondió-
– La verdad me estás excitando demasiado
Ella siguió recargada en mí, pero su voz se tornó muy sexy y seguía en mi oído
– ¿De verdad te provoco cositas, niño? -Me dijo mientras me tocaba la entrepierna-
– Que rico niño, yo quiero…
Comenzó a darme pequeños besos en la oreja, mientras metió su mano en mi pantalón. Yo estaba excitado, sorprendido vamos, yo estaba de suerte.
– Mira chiquito como la tienes, toda durita
– Es por tu culpa bebé, me tienes muy caliente
– Pues ¿Qué podemos hacer?
– Lo que tú quieras Antonieta
– ¿Lo que yo quiera? Lo que yo quiero es metérmela toda, en la boca, en mi vulva, en todos lados. Si yo te la paré, me pertenece a mí.
Calculé que aún había muy buen tiempo, y en la escuela no había ni conserjes así que no me preocupaba que alguien pudiera llegar. Seguimos besándonos y ella no me soltaba el pene mientras yo ya decidido comencé a amasarle las nalguitas. Ella tomó una de mis manos y pasándola a sus pechos me dijo quedito:
– Estrénamelas papi
Cuando veo unas grandes tetas y me las están ofreciendo, no me lo dicen dos veces. La acerqué más a mí y le saqué la blusa. Tenía un muy sexy brasier que se las hacía lucir. Comencé a acariciarlas y a besárselas mientras ella solo suspiraba y gemía. Sin duda era la primera vez que alguien la tocaba ¡en toda su vida!
– ¿Te gustan mis tetas papito?
– Me encantan, ¡me encantas!
– Son tuyas mi amor, cómetelas
Seguía besándole los pechos, daba vueltas con mi lengua en su areola, mordiendo ligeramente sus pezones hasta que le desabroché el pantalón y comencé a acariciarle el clítoris, ella ya no era la Antonieta fría y distante, era una mujer ardiente, sexy y deseosa de seguir.
– Así papi, así. Que rico
Le metí un dedito, ella solo gimió. Lo intenté y le cupo otro mientras con la misma mano seguía tocándole el clítoris. No tardó mucho en venirse y mi mano simplemente se empapó. Su mirada era muy sexy en ese momento, se acercó a mí, me dio un beso en la mejilla y me dijo al oído:
– Me la quiero comer
No lo dijo dos veces, me bajó la bragueta y en un principio dudó. La veía y comenzaba a acariciarla hasta que el instinto y la calentura llevaron sus labios a mi pene y comenzó a darle pequeños besitos en la punta para seguir con unas lamidas y terminar metiéndosela toda en la boca.
Era muy cachondo verla mamar, aunque estaba prendida al pene, nunca me quitaba la mirada de encima, y de vez en cuando me decía:
– ¿Te gusta papi? Me los quiero comer
Su voz fue como una orden. Al escuchar eso me corrí tanto pero no vi nada, todo se lo comió. Me limpió el pene a lengüetadas y me dijo: ven.
Subimos a un salón, me sentó en una silla y después ella se sentó sobre mí. Se la metió toda y era tanta su humedad que el placer era demasiado. No duramos mucho. Sus caricias y besos hicieron que no duráramos mucho. Terminamos y seguimos besándonos un buen rato. Nos vestimos y volvió el silencio. Llegaron los demás compañeros, terminó la reunión y cada quien se fue por su lado, pero en el autobús coincidimos y ella se sentó junto a mí. Puso su sweter en mi entrepierna y todo el camino se fue acariciando su juguete, diciéndome:
– No te pido amor, pero no me niegues esto