Amor conyugal ausente y cornudo presente

Me dijo nuevamente que me haría cornudo y así fue. Quiso de nuevo humillarme, y lo hizo, se hizo de nuevo fotos y me las mandó como si nada, como si no fuera la primera vez. Y realmente no era la primera vez que estaba con un negro de polla grande. Y lo peor de todo, que me envió las fotos de mi propia casa. Para más humillación.
Ella, mi mujer, rolliza, rellenita, de buen ver para quien le gusten las gorditas, y con cara de viciosa siempre se decantó por esta libertad en el sexo. Desde que la conocí era así, abierta y extravertida (o extrovertida, da igual, el caso es que se iba con el primero que le preguntaba por una dirección en la calle). Era un escándalo.

Mi esposa más liberada y zorra que nunca con él

A mí, nunca me tuvo en consideración, éramos amigos, novios y luego ya casados. Un matrimonio de estampa y escaparate, porque lo que es amor conyugal no existía ni por asomo. Estábamos juntos porque era y es la forma más cómoda de vivir, a ninguno de los dos nos falta de nada, y así resulta todo mucho más cómodo. Pero lo que es la relación de dos personas que se quieren, nada de eso. No sé lo que tardaremos en hacer definitiva la separación. Mientras tanto, ella queda con los que quiere, y folla con quien quiere. La semana pasada en casa, nuestra propia casa apareció con un chico de color, negro, y dijo: «vengo a follar con él». Yo me quedé de piedra, sé que es golfa y libertina, ¿pero tanto?. Ya no dije nada.
Ellos se pusieron cómodos en el salón, yo estaba por la cocina haciéndome un café cuando ellos llegaron, así que seguí con lo mío. Cuando me quise dar cuenta, ellos ya estaban en el lío en el comedor. A él parece ser que yo no le imponía mucho porque enseguida estaba en pelotas, la zorra de mi mujer no paraba de excitarle la polla que tenía. Bueno polla, un pollón la verdad, con el que ella empezó a hacer de todo. Las tetas de mi mujer, a todo esto yo viéndolo desde la cocina y ellos ni se inmutaban, sus tetas eran más grandes que nunca, lo cierto es que sintonizaban con la polla del negro, todo grande: estaban hechos el uno para el otro. Pensaba, se podría casar con él, e irse a vivir juntos. Así follaban en paz. «Pero vaya mamada que le está dando», pensaba para mí mismo. La polla del negro se hacía más grande por momentos, luego él chupaba sus tetas como si fuera su marido, y luego ella, mi mujer, lo montaba y gemía, gemidos que aquí no se pueden reproducir por lógica. Pero los chillidos en el salón eran fuertes y evidentes, ante mi expectante y atónita mirada, de auténtico marido cornudo.

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